viernes, 10 de marzo de 2017
Deconstrucción


Por Cecilia PONCE RIVERA

“¡Los alemanes han invadido Polonia! ¡Es la guerra! Anunció a gritos en aquella sala silenciosa. La noticia me golpeó el corazón como un martillazo. Pero el corazón de nuestra generación ya estaba acostumbrado a toda clase de golpes duros”
Fragmento de la obra tomados de El mundo de ayer
Stefan Zweig (1881-1942),
escritor austriaco y una voz contra el nazismo.

Si algo puede decirse del 2017 es sin duda que será un año de transición y no únicamente en sentido dogmático, por la cantidad de elecciones populares que se celebrarán en democracias claves del continente europeo, como lo son Francia, Alemania, Holanda y quizás Italia, o por el accionismo trumpeano del que hasta ahora hemos sido testigos, sino principalmente por el cuestionamiento que plantea la crisis de identidad en la que se haya sumergido el mundo occidental.
Tanto en la Europa de Robert Shuman, enaltecida por el espíritu universal de Stefan Zweig y la cual celebrará el próximo 24 de marzo los 60 años de la firma de los Tratados de Roma (semilla de lo que hoy es la actual Unión Europea), como en los EE.UU, los sistemas políticos y económicos de postguerra dan señales inconfundibles de agotamiento. En la búsqueda de nuevas formas, las ideas, las instituciones y/o sistemas comienzan a desmontarse por el choque producido entre el discurso nacionalista y el globalista, aunado a la acción que ambos flancos “enemigos” ejercen a través de las políticas que proponen en sus campañas o disponen, como en el caso de Trump, ya instalado en el poder. Las migraciones, la definición y la evolución de la sociedad occidental así como la enunciación del contenido cultural del Estado Nación y la soberanía, son por ende temas candentes de las contiendas electorales.
Capaces de identificar focos de depresión colectiva, surge en el mundo moderno de países desarrollados una nueva camada de líderes oportunistas, que ofrecen soluciones a través de un idioma xenófobo y perturbador y quienes irrisoriamente aunque se proclaman anti- globales, se apoyan unos a otros con una solidaridad internacional y una difusión que paradójicamente solo puede proporcionarles la plataforma más global de la era digital: el Internet (Tweeter, social media vs. establishment- media, etc.).
En tiempos nuevos de Babel, los ideales plasmados en la Constitución de los EE.UU, o bien las constituciones locales de los países europeos o la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, formalizados mediante el Tratado de Lisboa en 2009 y que son eje central de la idea de democracia, parecen haber quedado en un horizonte lejano y abstracto, incapaces de dar una respuesta concreta a la pregunta predominante del siglo XXI ¿Cuánto valgo? La solución racionalista de Descartes, del pienso, luego existo, bajo esta premisa resulta desastrosamente banal e irrelevante.
A falta de identidad, Steve Bannon, principal asesor del presidente número 45 de los Estados Unidos de Norteamérica, ofrece una solución sustentada en ideología subversiva y quimérica: la deconstrucción del Estado Administrativo. Con ella invita a la movilización de comunidades diseminadas para, aunque sea de forma virtual, darles voz. En sus propias palabras: devolver el poder monopolizado por élites al pueblo, “the people” (pueblo soberano).
A partir de esta premisa, la deconstrucción propuesta por Bannon, se refiere no solamente al nacionalismo económico basado en políticas proteccionistas -que se reflejan en la desregulación fiscal, la disminución de presupuesto al interior del gobierno (como el 37% que se impondrá a la Secretaría de Estado, a los medios de comunicación a las artes y a la educación), en los recortes a los apoyos internacionales (asistencia en salud y seguridad global- ejemplos concretos para Latinoamérica serían la Iniciativa Mérida respecto a México, o la ayuda a Colombia para la implementación del acuerdo de paz) y en el desmantelamiento de los pactos comerciales multilaterales (como lo fue la renuncia al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica– sino también y predominantemente a la defensa de una identidad nacional.
Cuando el pasado 23 de febrero Bannon hizo una inusual aparición pública en la Conferencia Conservadora de Acción Policial (CPAC) en Maryland y dijo: “somos una nación con una cultura y una razón para existir”, se estaba refiriendo a una identidad cultural, específicamente americana, blanca y cristiana, convirtiendo de manera automática todo lo global (instituciones internacionales , medios de comunicación, comercio exterior, migración) en el enemigo. De ahí la importancia de defender “la soberanía” íntimamente ligada a la identidad a través de la defensa de sus fronteras; sean estas ideológicas, culturales y por supuesto geográficas, actitud que se ve concretamente reflejada en las iniciativas para aumentar el presupuesto militar en un 10%, equivalente a 54.000 millones de dólares, las deportaciones masivas y el veto para viajeros de seis países musulmanes.
La filosofía de la deconstrucción, popular sobre todo en los EE.UU en las décadas de los 80s y 90s, aparece como una estrategia de análisis creada por Jaques Derrida en un principio respecto a la lingüística, la filosofía y la literatura y más tarde aplicada a diferentes campos como la jurisprudencia, la arquitectura y el arte en general. Derrida desafía la idea de una verdad absoluta, a través del cuestionamiento del significado de las palabras, de los sistemas y de las instituciones. En esta línea, el pensamiento deconstructivo, indudablemente contiene una dimensión política que es la lucha contra la monopolización del poder, del que Derrida siempre fue crítico férreo. La ideología propuesta por Bannon rompe completamente con el dinamismo que ofrece el deconstructivismo de Derrida. Bannon, se equivoca cuando presenta la identidad cultural como algo inmóvil, pre-definido (en realidad pre-fabricado). La identidad, ya sea individual o colectiva, así como la soberanía e incluso el Estado Nación como todo concepto es un ente viviente, en constante transformación y evolución.
Para Bannon la deconstrucción significa la desarticulación de las instituciones y con ella la simbología de las mismas para “avanzar” hacia la definición de una nueva y adueñarse de ella monopólicamente.
Al contrario, Derrida exige una lectura crítica, capaz de generar introspecciones éticas. La deconstrucción en este plano, significa distinguir, desmenuzar, analizar, una especie de viaje a través del tiempo para desentrañar significados. Si se pretenden desarrollar nuevos esquemas, es necesario saber quién se es, ir al origen, deconstruirse, cuestionarse, sumergirse en lo más profundo. Para deconstruir a los EE.UU, Bannon tendría que desentrañar el pasado y navegar por las aguas turbias del colonialismo, la esclavitud, el consumismo exacerbado, la propensión a la violencia y a la adicción, descodificar el “greed americano” y el miedo a la vejez, tan enraizados en la cultura estadunidense.
Deconstruir no es destruir. El procedimiento de Derrida— como lo constata el filósofo alemán Martin Seel „Sein Verfahren ist das beharrliche Aufzeigen der grundlegenden Gebrochenheit, Unfertigkeit und Unschlüssigkeit menschlicher Orientierungen“— es revelar con persistencia que las orientaciones humanas son discontinuas, inacabadas e irresolutas.
La idea que la identidad, individual o nacional, pueda ser prefijada, es una mentira de proporciones brutales porque bloquea la capacidad de empatía y compasión en el ser humano impidiéndole reconocer en otros su propia humanidad. El drama radica en que al bloquear la autocomprensión se termina aniquilando la propia existencia.