viernes, 27 de abril de 2018
«El vía crucis de la hiperinflación venezolana», por Alex FERGUSSON


Caracas. Por Alex FERGUSSON, para SudaméricaHoy
Como ya todos saben, el país se encuentra sumido en una crisis económica, social, política y cultural sin precedentes, y en la cual ahora destaca el asunto de la hiperinflación. Frente a ella, todos nos preguntamos ¿hasta dónde vamos a llegar?
Los expertos nos dicen que no hay manera de predecir los límites, sin embargo, puede ayudarnos remitirnos a las referencias de lo que ha ocurrido en otros países del área.
La peor de esas crisis hiperinflacionarias parece haber sido la que tuvo lugar en Nicaragua, durante el gobierno de Daniel Ortega, entre los años 1987 y 1991. El PIB cayó a -12,5 %; la inflación alcanzó la cifra astronómica de 14.316 %; la brecha cambiaria (Cambio oficial vs. Cambio en el mercado negro) llegó al 300 %; el tiempo de duplicación de los precios se ubicó en 24 horas.
Entre las causas que, en su momento, se señalaron para este fenómeno se encuentran las siguientes:
• Gasto excesivo y no productivo por parte del gobierno
• Ausencia de control fiscal
• Control de precios y acoso a la empresa privada
• Endeudamiento no planificado
• Producción de dinero inorgánico (sin respaldo)
• Bloqueo económico externo (por parte de USA)
• Guerra civil (Sandinistas vs Contras)
Luego de cincuenta y ocho (58) meses de crisis hiperinflacionaria y un proceso electoral en el cual resultó vencedora la señora Violeta  Chamorro,  (después de que su esposo, quien era el candidato opositor a Ortega, fuera asesinado), su Gobierno puso fin al proceso. No obstante, debieron pasar dos años para que pudieran repararse los principales daños causados a la economía y a la gente.

Otros países de América también han sufrido procesos de este tipo: Chile en 1973, Perú en 1988 y 1990, y Brasil entre 1989 y 1990.
Venezuela tiene ya unos cuatro años con altos y crecientes niveles de inflación y escasez de productos de todo tipo, pero especialmente alimentos y medicinas. A eso hay que agregarle los servicios de agua, electricidad, transporte y telecomunicaciones en condición deficitaria. Pero en los últimos cinco (5) meses, la hiperinflación, aunque no ha alcanzado los niveles de Nicaragua, ya ha superado los indicadores de las crisis de Chile, Perú y Brasil.
Las causas de esta crisis nuestra son, salvo la guerra civil, las mismas que provocaron la situación de Nicaragua.

Nuestro PIB viene cayendo estrepitosamente desde hace tiempo, como consecuencia de la disminución dramática de la producción petrolera y la quiebra del sistema productivo público y privado. Añádale el efecto de la corrupción desenfrenada sobre la hacienda pública (estimada en unos 600 mil millones de US dólares), el endeudamiento externo (unos 180 mil millones de US dólares), el control cambiario, la caída de las reservas internacionales por la venta del oro que respalda nuestra moneda, el gasto público excesivo en la oferta engañosa que llaman “inversión social”, la complacencia (casi complicidad) con la delincuencia organizada y el narcotráfico, y remate con una burocracia insensible y genéticamente incompetente.
Según la encuesta del Proyecto “Hambre Cero” de la Universidad Central de Venezuela, el 89,4 % de la población declara que no tiene ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas, y el 79,8 % informa que está comiendo menos. La misma encuesta señala que hay un 80 % de inseguridad alimentaria (no hablemos de soberanía pues hasta las bolsas de comida que distribuye el gobierno están conformadas con productos importados de México) y que la pobreza ha aumentado hasta el 87 %. También percibe la gente que ha habido una pérdida, no solo de la cantidad de alimentos que consume sino en la calidad de la dieta.
Según la encuesta del Proyecto “Hambre Cero” de la Universidad Central de Venezuela, el 89,4 % de la población declara que no tiene ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas, y el 79,8 % informa que está comiendo menos. La misma encuesta señala que hay un 80 % de inseguridad alimentaria (no hablemos de soberanía) y que la pobreza ha aumentado hasta el 87 %. También percibe la gente que ha habido una pérdida, no solo de la cantidad de alimentos que consume sino en la calidad de la dieta.
Aquí aparecen, con toda claridad, los tres venenos del populismo: oscuridad en mente y espíritu, codicia y resentimiento en venas y corazón.
El resultado neto es vivir la vida cotidiana como un “via crucis” salvo para el pequeño sector de la población que todavía tiene alguna reserva monetaria en moneda extranjera o para los que han logrado “ponerle la mano a la caja fuerte más cercana”.