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Discurso de Gabriel Boric
Venezuela continúa su proceso de descomposición acelerado. La agonía prolongada sólo favorece al régimen de Nicolás de Maduro, cuya única habilidad se resume en hacer que buena parte del mundo baile su música aunque deteste el ritmo y la letra. Los facilitadores que buscó Caracas, finalmente, le han servido para eso, para facilitar su continuidad en el poder y tratar de cruzar diciembre para que las urnas sigan guardadas. Si lo logra, -que está por ver-, si no es Maduro será Aristóbulo Istúriz o Diosdado Cabello el que maneje, de frente o entre bambalinas, las riendas de lo que queda de ese pobre y rico país.
El papel de Unasur, un bloque también en decadencia, era previsible y la actuación del ex presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, una crónica anunciada dado, en el mejor de los casos, su tradicional inocencia con los gobiernos bolivarianos a este lado del Atlántico.
La intervención del Papa, en esta lamentable recta final o fin de ciclo, parece otro balón de oxígeno para el poder de Caracas. Francisco conoce bien, desde mucho antes de llegar a Roma, lo que pasa en Venezuela. Eligió ahora recibir a Nicolás Maduro y tender la mano del diálogo cuando el Gobierno ha dado un portazo al referéndum revocatorio. Su Santidad se mantuvo a distancia mientras Maduro terminaba de triturar las instituciones y violaba, de forma sistemática, los derechos humanos de ciudadanos y políticos. Una pena.
La Unión Europea también parece o se hace la distraída cuando celebra en una declaración, que mejor se la podía haber ahorrado, «los esfuerzos conjuntos de la Santa Sede y Unasur» y los considera «cruciales para encontrar soluciones comunes, a la par que pacíficas, en beneficio del pueblo venezolano».
No hacía falta llegar hasta aquí. Si se hubiera actuado antes, en serio, Venezuela sería otra pero se eligió no hacerlo y todo parece indicar que ya es demasiado tarde. Intervenir ahora, posiblemente, signifique darle un tiempo extra a Maduro. Eso, si los venezolanos, tras su ultimátum, no vuelven a estallar y la sangre, una vez más, vuelve a las calles.