jueves, 13 de mayo de 2021
«Venezuela: El fiscal y la banalidad del mal», por Alex FERGUSSON

Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy

Las recientes declaraciones del Fiscal General de la República en las cuales informa que se ha dictado auto de detención contra varios funcionarios públicos, miembros de organismos de seguridad del Estado, por ser responsables de las muertes del estudiante Juan Pablo Pernalete, asesinado en una protesta con un disparo de una granada de gas a corta distancia, y del Capitán Rafael Acosta Arévalo  y el Concejal Fernando Albán, estos últimos a manos de agentes del Servicio de Inteligencia Policial, mientras se encontraban bajo custodia, constituye un reconocimiento del abuso de la fuerza, la tortura y el asesinato como parte de los medios para reprimir cualquier acción opositora al régimen. 

Los intentos del Fiscal de atribuir toda la responsabilidad solo a los autores materiales de los asesinatos, ocultan el hecho de la responsabilidad moral y legal que tienen las autoridades superiores y del alto gobierno, los cuales han permitido el uso de estas prácticas y las han convertido, por vía de la impunidad, en política de Estado.

Esto me puso en contacto con el concepto de “banalidad del mal”, enunciado por Hannah Arendt, como producto de sus investigaciones sobre los crímenes en la Alemania nazi principalmente contra los judíos, pero también contra los opositores al gobierno, los comunistas y los homosexuales.

Arendt habla de la “banalidad del mal” para referirse a la ambigüedad del concepto de maldad por el que algunas personas pueden, basados en ideas frívolas de lo bueno y de lo malo, generadoras en una suerte de locura moral altamente peligrosa, justificar la crueldad de sus actos.

En este caso particular lo que parece estar grabado en la mente de los asesinos es la justificación de sus acciones a partir de la simple idea de estar dedicados a una tarea histórica, grandiosa, única, “una gran misión que se realiza una sola vez en dos mil años”, como se dijo durante el juicio a los oficiales nazis después de la guerra.

Esta noción de banalidad del mal, quiere decir que el mal empieza a tornarse banal cuando se considera que deriva de alguna “verdad” o ideal superior”, como el caso de Eichmann que nunca cuestionó la ideología nazi y que se justificaba con las supuestas virtudes de lealtad y obediencia a su partido.

En el gobierno de Hitler, él se identificó con Alemania y la patria, en consecuencia, la oposición al nazismo no significaba otra cosa que la oposición a la patria.

En tal sentido, Arendt argumentaba que la banalidad del mal ha emergido en relación con un sistema en el que todos los seres humanos se han tornado igualmente superfluos, prescindibles o hasta masa útil a ser manipulada, consideración por la que se asumen decisiones radicales e indolentes respecto a los demás, como si los “otros” fueran cosas y ni siquiera cosas importantes, sino cosas de más.

La autora sostiene que podemos hablar de banalidad de mal cuando alguna persona o grupo se atreven a usar, traicionar y hasta matar a otros sin remordimientos, como si desde una insolente indolencia la existencia de los demás no les interesara, soslayando un principio ético mínimo: la dignidad de la vida y el respeto a todo ser humano.

Así, por ejemplo, en la Alemania nazi, los asesinos, en vez de decir: ‘¡Qué horrible es lo que hago a los demás!’, decían: ‘¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuan dura es mi misión!; o también, cuando se pusieron en funcionamiento las primeras cámaras de gas construidas en 1939 se decía: “Debemos conceder a los enfermos incurables el derecho a una muerte sin dolor”, con lo cual, la palabra “asesinato” fue sustituida por “el derecho a una muerte sin dolor”.

De acuerdo con Arendt, la principal causa de banalización del mal es la ausencia de pensamiento, entendida como la actividad espiritual de autorreflexión que busca el “significado” de las cosas. Según la autora, esta condición puede encontrarse tanto en personas ignorantes como en personas con alto nivel de formación y lamentablemente esto lo podríamos constatar en la cantidad de personas inteligentes que hay en la sociedad contemporánea y que sin embargo, no tienen claridad conceptual de los valores que rigen su propia vida ni del sentido de su propia existencia.

Eichmann fue un claro ejemplo de cómo por falta de pensamiento, de capacidad de autorreflexión y entonces, de conciencia, alguien puede participar en la burocratización de la maldad, donde las maquinarias administrativas parecen obnubilar la responsabilidad individual, donde los subalternos desde la jerarquización de funciones tramitan la responsabilidad final a las élites y estas a su vez, la transfieren en sus subordinados, como ha hecho el Fiscal General.

Como hemos sido dotados de libre albedrío, la banalización del mal es humanamente inaceptable y se convierte, por si misma, en un crimen contra la humanidad. Pensar, reflexionar y desarrollar conciencia deviene, ciertamente, en una gran responsabilidad, pero también constituye una ráfaga esperanzadora para la evolución de la humanidad hacia un estado de plenitud social, mental y espiritual.

En un mundo con tantos prejuicios sociales y religiosos, con tanta información tergiversada por los medios de comunicación y con tanta demagogia política, asumir la “duda socrática” nos puede alertar o prevenir de criterios perniciosos. Y es una pena que muchos de los males de nuestro siglo quizá pudieran solucionarse si se superara la apatía moral de tantas personas de alto nivel intelectual. Después de todo, ninguna capacidad de reflexión está de más…