lunes, 20 de septiembre de 2021
«Venezuela, un país que se deshace», por Alex FERGUSSON

Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy

En un artículo publicado anteriormente en este portal, me hacía la pregunta: ¿queda todavía espacio para pensar en un regreso a la democracia, luego de más de veinte años de creciente consolidación de un régimen autoritario multifactorial, y con la magnitud y complejidad de la crisis económica, social, política y cultural que desató?

En tal sentido, seguimos asistiendo a un proceso de autocratización, mediante el cual un sistema político deviene cada vez más autoritario con el paso del tiempo. No se trata solo de un colapso de la democracia que tuvimos, o del deterioro de su calidad; se trata de que todos los aspectos de nuestra vida como sociedad, han dejado de ser democráticos o han dejado de funcionar democráticamente. Aunque tales colapsos han sido comunes en la región, la autocratización no lo había sido tanto, pero hoy, Venezuela junto con Nicaragua y Cuba, son casos emblemáticos y sin rivales en esta desgracia.

Siguiendo de nuevo a la Dra. Paola Bautista de Alemán, en su más reciente libro “Venezuela Invertebrada” (septiembre de 2021, editorial Dahbar), una de las ideas-fuerza que ha caracterizado este proceso de autocratización, y cuya comprensión puede ayudarnos a entender ¿cómo fue que llegamos hasta aquí?, es la del particularismo; ese fenómeno psicológico y patológicamente fragmentador en el cual “las partes del todo comienzan a vivir como… todos aparte”, es decir, como una dispersión e incapacidad para trabajar por una causa común o un bien mayor compartido.

El particularismo, fragmentador comenzó a ser visible en la Venezuela de los años 80, en el seno de los sectores de poder y sus organizaciones políticas, hoy llamadas opositoras, y más tarde antes, pero especialmente, a raíz de la muerte del comandante Chávez hace ya casi una década, en el seno del propio gobierno y de su partido.

Este fenómeno se nos reveló, entonces, como un quiste socio-psicológico que ha estado allí desde la gesta por la independencia, que nos afecta a todos por igual, especialmente a la comunidad política, pero también a la sociedad civil con su burocracia, su estamento militar y su sistema de justicia, a los gremios y a las iglesias, entre otros, dejando pocos espacios impolutos o impregnados y compartiendo ese mal.

El particularismo potencia las tensiones y obstaculiza los esfuerzos por la convivencia, pues exacerba las incomodidades naturales que supone compartir con los otros. Estamos entonces, ante una disposición de la mente y el corazón … de espíritus soberbios que sobre dimensionan sus capacidades, se creen destinados a la victoria y se auto reconocen como llamados a avanzar por su cuenta hacia el éxito que creen merecer…

Del particularismo, derivan otras dos ideas-fuerza: La acción directa, que hace creer al que lo sufre, que no tiene por qué contar con los demás; en realidad cree que no los necesita, pues su pensamiento y las acciones que de él derivan, está dominado por tres sentimientos: resentimiento, venganza y envidia. Para ellos las vías institucionales, la perseverancia, los difíciles caminos al consenso y la obligatoria paciencia, flexibilidad y tolerancia exigidos por la entrega a un proyecto común, son obstáculos indeseables que los separan de su grandioso destino. En sus mentes, ninguna organización preexistente es merecedora de sus capacidades y solo una institucionalidad hecha a la medida de sus ambiciones podría llevarlos a la gloria a la que están destinados.

Dentro de esta lógica, toda acción que emprendan para lograr sus metas, está plenamente justificada y es legítima. Luego se ocuparán de que también sea legal o aceptada socialmente, por las buenas (la propaganda) o por las malas (la represión).

En palabras del intelectual venezolano Rigoberto Lanz …” No estamos lidiando con pensamiento político sino con mazamorra ideológica. No enfrentamos un proyecto de país alternativo, sino la furia babosa de odio y frustración personales. No se trata de interactuar políticamente con formaciones antagonistas, gente que piensa diferente, sino lidiar con patologías psicopolíticas irrecuperables”

La otra idea-fuerza es: el funcionamiento sobre la base del concepto de compartimientos estancos. Estos son componentes independientes y desarticulados que pueden compartir espacios y tiempos, incluso algunas aspiraciones nobles, pero que no funcionan como un sistema y, en consecuencia, no tienen capacidad para unir esfuerzos. La mayoría de las veces se ignora y, cuando no pueden, compiten.

Eso ha convertido al país en una sociedad archipiélago, conformada por islas inconexas (las empresas privadas, los partidos políticos,  las mafias de funcionarios corruptos, los beneficiarios de la corrupción, los narcotraficantes, las mega banda criminales, la policía, los órganos de seguridad, los paramilitares, el pueblo de los barrios, el pueblo de las urbanizaciones), cuyos habitantes o bien se perciben como víctimas o se sobrevaloran a sí mismos y creen falsamente que pueden prescindir de los demás con cierta autonomía. 

Así pues, tal y como están las cosas, seguimos sufriendo un momento político incierto e inestable. La acumulación de problemas estructurales no resueltos ha ido minando la eficacia, y a corto o mediano plazo, la legitimidad del régimen; pero eso no es suficiente para que ocurra una transformación hacia la democracia y para detener el proceso de disolución del país. Quizás cuando seamos capaces de adquirir conciencia de los porqués y los cómo de nuestra historia política reciente, o cuando frente a la agudización de los problemas sociales y económicos surja en la gente la percepción de que estos se volvieron insolubles, o cuando la insatisfacción se exprese con algo más que protestas anémicas y dispersas, podrían producirse cambios rápidos y masivos que marquen la diferencia.

Mientras tanto, y parafraseando a Ortega y Gasset (España invertebrada, 1921), “Venezuela se va deshaciendo, deshaciendo…”.