domingo, 23 de mayo de 2021
«Venezuela, volver a negociar», por Alex FERGUSSON

Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy

Otra vez, las palabras diálogo y negociación aparece en el escenario político venezolano, en esta ocasión en medio de la más grande crisis política, económica y social de su historia.

Está claro que las experiencias previas de diálogo entre oposición y gobierno han resultado un fiasco, pues el gobierno ha terminado siempre, “pateando la mesa”, cuando llega la hora de la verdad. Ahora, el contexto parece diferente.

Veamos: Antes solo participaban el gobierno y la oposición, con mediadores poco confiables o parcializados a favor del gobierno: recordemos al inefable Rodríguez Zapatero. Hoy aparece un tercer componente que es la comunidad internacional, como parte activa en la negociación. Este, es un elemento crucial, pues al gobierno le importa un bledo la oposición. Total, ya se encargó de inhabilitar, exiliar, encarcelar o comprar la conciencia de sus dirigentes más prometedores y también anuló políticamente a los principales partidos políticos que la componían.

Al gobierno solo le importan “las sanciones”, pero las decisiones respecto a ellas no dependen del Sr. Guaidó o de la oposición, dependen de la comunidad internacional; por eso los representantes de los EE.UU. y de la UE, no deben conformarse con un papel de simples facilitadores y de “observadores de piedra”. Si la comunidad internacional no es parte activa de la negociación «la tercera pata de la mesa» ya sabemos lo que ocurrirá.

Y es que se negocia cuando las partes reconocen que existe un conflicto que enfrentar (resolver o transformar) y cuando creen que tienen algo que ganar. En este punto el gobierno ha dicho, claramente, lo que quiere: que se levanten las sanciones y restricciones económicas provenientes de otros países; que se le devuelvan las empresas que le producían mucho dinero CITGO y Monómeros de Venezuela, hoy manejadas por la oposición, y que no se incluyan elecciones presidenciales, pues eso es lo único que les hace daño.

Por su parte, la agenda de la oposición parece seguir siendo la misma desde hace años, solo que adaptada a las actuales condiciones e incorporando, sabiamente, las experiencias previas.

Así pues, frente a esta propuesta de negociación en curso, el dilema principal es si las partes se proponen, simplemente, resolver un conflicto o si en verdad es posible avanzar hacia un horizonte deseado en el cual se logre construir nuevas formas de relación y la paz, es decir, transitar el camino que permita la salvación del país.

Por lo que veo, el gobierno solo quiere “resolver un conflicto” que lo afecta (además de ganar tiempo y limpiar un poco su imagen), y en consecuencia, solo abordará lo inmediato, pero sin abordar los asuntos de fondo. En esta visión, el foco se centra, como vemos, en los contenidos inmediatos: el acceso al dinero y el mantenimiento en el poder y en llegar a un acuerdo que lo favorezca. El proceso se circunscribe pues, en la óptica oficial, a los aspectos tangibles del conflicto, con un horizonte de muy corto plazo. Si esa visión prevalece, el diálogo y la negociación solo traerá decepción a quienes crean que allí se resolverán los problemas que vivimos y sufrimos y que entonces avanzaremos, “hacia un próspero y brillante futuro”.

Si en verdad las partes, especialmente el gobierno, quieren “avanzar hacia un horizonte deseado”, el diálogo y la negociación deviene en oportunidad de transformar las relaciones políticas y humanas, para impulsar la cooperación mutuamente beneficiosa y fundamentar la necesidad de revisión permanente de las reglas, normas, leyes e instituciones.

Una negociación en estos términos, permitiría, entonces, crear procesos de cambio constructivo que reduzcan la violencia, incrementen la justicia en la interacción directa y en las estructuras sociales, y responda a los problemas reales de la descomunal crisis que vivimos.

Lo otro sería diálogo contencioso, polémico y a pérdida, forzado por una crisis insostenible, en la que uno de los actores está inerme frente a un poder omnímodo, que quiere ganar destruyendo al otro.

Si esta negociación no conduce a la apertura de los espacios de convivencia democrática, es decir, a procesos electorales no viciados, con un árbitro confiable, con la recuperación plena de la institucionalidad vulnerada y con un órgano rector de la justicia en el que se pueda creer, entonces, no tendrá propósitos que valgan el esfuerzo.

Por supuesto, en vista de la importancia del evento, podemos visualizar una gran oportunidad que aprovechar, una vez más, para alimentar la esperanza o para poner en evidencia el talante autoritario y poco democrático del gobierno. Espero que esta última no sea la única ganancia de la oposición.