jueves, 10 de noviembre de 2016
El poder eterno de Daniel Ortega

Ignacio PeralesPor Ignacio PERALES

Por el camino que lleva Daniel Ortega, no está muy lejos de perpetuarse en el poder. Arranca su cuarto mandato y no parece tener intención de considerar que sea el último. El personaje no tiene escrúpulos y se sirve, como era de esperar, de Rosario Murillo, la mujer que le cuida las espaldas y que saca las uñas para defender el poder logrado. Ella, tampoco es un ejemplo bueno de nada. Si el ascenso de Trump conmociona al mundo el del ex guerrillero nicaragüense debería de provocar alguna reacción diferente a la nausea. Los abusos a mujeres y a su hijastra, son un botón de muestra de la catadura moral del sujeto. Su forma de Gobierno, con el sueño de partido único como meta, debería provocar la censura del resto de los países de Latinoamérica. Pero, la patria grande, cuando se trata de líderes que se arriman a la izquierda (presuntamente) parece quedar reducida a una expresión.

Parece mentira, pero es verdad, que a los 70 años Ortega no haya aprendido las bases mínimas de la democracia. Pero resulta más doloroso ser testigos, como sucede con la Venezuela de Maduro, del silencio cómplice de los «hermanos latinoamericanos». A sus viejos compañeros de armas que le tienen en la mira les considera «ratas». Los viejos colegas del Frente Sandinista de Liberación se golpean en el pecho entonando, en parte, el mea culpa por dejarle llegar hasta aquí. A él poco le importa, vivió mucho tiempo del recuerdo de las rentas negras de Somoza al que, por cierto, no eliminó él sino el argentino Gorriarán Merlo, un nombre, depende del momento, para ensillar en la montura de la revolución o la de los mercenarios. Pero esa es otra historia, la de un muerto, mientras que la de Ortega está viva y sirve para desangrar a un pueblo de poco más de seis millones de personas que pareciera estar en cualquier sitio menos en el mapa de la democracia.