jueves, 17 de abril de 2014
Gabo, amigo de sus amigos

García MárquezBogotá. Por Jaime ORTEGA CARRASCAL

García Márquez y su mujer Mercedes Barcha Pardo

García Márquez y su mujer Mercedes Barcha Pardo

Gabriel García Márquez sus amigos le recuerdan como un hombre generoso y leal al que la fama nunca separó de sus allegados y que mantuvo siempre un vínculo profundo con su origen caribeño, fuente de inspiración para su obra.
«Ni él cambió con los amigos en función de la fama ni los amigos cambiamos con él», dijo el escritor, periodista y diplomático colombiano Plinio Apuleyo Mendoza sobre su amistad con el premio Nobel, que se remonta a 1947, cuando se conocieron en un café del centro de Bogotá.
García Márquez era entonces un joven bastante bohemio recién llegado a la capital colombiana, «uno de los tantos estudiantes que vienen de la costa Caribe», según lo describe Mendoza en «Aquellos tiempos con Gabo», una de sus obras sobre su relación con el escritor.
Para entonces, el joven nacido en Aracataca en 1927 ya cortejaba a la que sería su compañera de toda la vida y madre de sus dos hijos: Mercedes Barcha Pardo, una muchacha de ascendencia egipcia y oriunda de Magangué, a la que conoció en un baile en Sucre, durante unas vacaciones en las que fue a visitar a sus padres.
gabo y floresLos amigos de Gabo siempre fueron los mismos y, según Mendoza, ese vínculo que superó la distancia y vicisitudes sólo empezó a debilitarse en los últimos años debido a los quebrantos de salud del autor de «Cien años de soledad», en especial a los problemas de memoria.
«Los primeros lectores de sus obras éramos cinco o seis amigos colombianos que leíamos sus manuscritos», recuerda sobre esa amistad que se solidificó en París donde ambos coincidieron años después y que continuó en Caracas, La Habana y Bogotá dedicados al ejercicio del periodismo.
Mendoza es de los pocos amigos que le sobrevive en Colombia pues de los célebres integrantes del Grupo de Barranquilla, que en los años cuarenta y cincuenta marcó la historia literaria del país y del que García Márquez formó parte con intelectuales como Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Ramón Vinyes «el sabio catalán», Alfonso Fuenmayor y Alejandro Obregón, entre otros, todos fallecieron.
En esos años la bohemia fue una característica de Gabo que trasnochaba en tertulias literarias al calor del ron blanco y acompañado de sus inseparables cigarrillos, hasta que dejó ese hábito, por allá en los años setenta en Barcelona y pasó a ser «un fumador retirado», como se definió.
En esas veladas había espacio también para otros temas, como los éxitos de la orquesta cubana La Sonora Matancera, que vivía su época dorada, o la habilidad del futbolista Alfredo Di Stéfano, estrella del momento en el club bogotano Millonarios, según diversos testimonios.
De la generosidad del escritor con sus amigos también da fe Mendoza, quien está convencido de que García Márquez intervino muchas veces, sin contárselo a nadie, para salvar la vida de algunos que corrían peligro por la violencia desbordada de los años noventa en Colombia, entre ellos él mismo.
Ocurrió a comienzos de aquella década cuando Mendoza, amenazado por grupos guerrilleros, recibió de repente una invitación del presidente de entonces, César Gaviria, de quien no era amigo, para ser embajador en Alemania, cargo que no aceptó, ante lo cual le ofreció después Italia.
«Se supone que un embajador es amigo del presidente y yo no lo era. Me quedé pensando: eso fue Gabo para protegerme, porque se dio cuenta de que yo estaba corriendo grave peligro», rememora Mendoza.
Ese era el García Márquez que habitaba dentro del escritor, un hombre jovial, apasionado por el cine y por el periodismo, un amigo de los amigos, un genio venerado por millones de lectores en el mundo pero que no se sentía a gusto con la fama.
«La fama le incomoda, de eso no hay duda», apunta Mendoza, que cita una frase que el Nobel le escribió una vez con el desenfado y la frescura que le caracterizaba: «Antes vivía cagado de susto por lo que me podía ocurrir, ahora vivo cagado de susto por lo que me ocurrió».
Otra pasión de García Márquez fue esa cultura caribeña que impregna su obra y en especial la música vallenata, típica de la costa atlántica de colombiana y muy arraigada en la región de La Guajira, en el extremo norte del país, de donde procede su familia materna.
De hecho uno de sus mejores amigos fue el compositor vallenato Rafael Escalona, que lo acompañó en un viaje que hizo en 1953 a La Guajira para conocer más sobre sus abuelos y tíos por el lado de los Márquez Iguarán y que 29 años más tarde lo acompañaría de nuevo pero a Estocolmo a recibir el Premio Nobel de Literatura de 1982.
Desde muy joven, los cantos vallenatos «eran una de las referencias culturales y literarias más fértiles de García Márquez», según escribió Dasso Saldívar en su obra «Viaje a la semilla», una completa biografía del Nobel.
Entre sus canciones preferidas estaba «La diosa coronada», vallenato compuesto en los años cincuenta por el maestro Leandro Díaz, uno de cuyos versos el Nobel incluyó como epígrafe en «El amor en los tiempos del cólera», en la página siguiente a la dedicatoria: «Para Mercedes, por supuesto».
García Márquez definió «Cien años de soledad» como «un vallenato de 450 páginas» y su amigo Escalona le compuso en 1983 «El vallenato Nobel», que habla de las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, de los pescaditos de oro, de Macondo y del invierno en Estocolmo, una ciudad cubierta de hielo como aquel que el coronel Aureliano Buendía conoció una tarde remota llevado por su padre.

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