domingo, 13 de septiembre de 2020
«La sirena amordazada», por Luli DELGADO

Por Luli DELGADO, para SudAméricaHoy

Es ley universal. Cuando estamos en la calle y oímos el inconfundible chillido de una sirena, sea de ambulancia, policía o de bomberos, nos apartamos sin chistar ante la evidencia de que uno de nosotros, humano también, lleva prisa por otro que corre peligro, y un simple minuto podría inclinar la balanza del desenlace. Sin importar cuántas veces suenen, igual nos hacemos a un lado las veces que haga falta, lo que sea necesario. Resulta que, ahora, nos enteramos de que al hombre más poderoso del planeta le sonó una sirena monstruosa semanas antes de haberse confirmado el primer contagio de COVID-19 y lejos de tomar acción inmediata, le restó importancia por  temor de crear pánico y siguió como si nada.

De esta ¨bomba¨ nos enteramos a propósito del lanzamiento del más reciente libro de Bob Woodward, el mismo periodista que a inicios de los años ´70 junto a Carl Bersntein trabajó incansable en el sonado caso Watergate, que dejó en evidencia las maniobras políticas del comité de reelección de Richard Nixon. Esta investigación, que a criterio del también periodista Gire Roberts, es probablemente el mayor esfuerzo periodístico de todos los tiempos, le valió al Washington Post el Premio Pulitzer y a Nixon su renuncia a la presidencia de la república.

Woodward ha continuado sin tregua su oficio de periodista y escritor, y ahora, con 77 años y 19 libros publicados, lanza su más reciente obra, Rage, en el que afirma que Trump había sido informado desde febrero de la letalidad del COVID-19 Ahí comenzaron los dimes y diretes. Trump preguntó a través de Twitter que si era una información tan mala y peligrosa, por qué Woodward no la dio a conocer antes.

En entrevista con Margaret Sullivan, Wordward argumentó que necesitaba de más tiempo para «colocar las declaraciones dentro de un contexto más amplio que un reportaje de periódico». En paralelo, el Jefe de Gabinete de Trump afirmó categórico que de haber estado en ese momento en el cargo hubiera desaconsejado el acceso a Woodward a la Casa Blanca. Suena a bastidores de la tan enredada política, pero visto de lejos daría la impresión de que no era a Woodward a quien le tocaba dar semejante noticia.

A Trump no fue al único que le sonó la sirena. Los Presidentes de Portugal, Uruguay o Nueva Zelandia, pongamos por caso, también recibieron la señal de alerta y asumiendo la responsabilidad de su cargo, se dirigieron a sus respectivos países anunciando la crisis de salud que se veía venir, suspendiendo actividades y mandando a todos a quedarse en casa. No banalizaron la situación, ni mandaron a nadie a tomar desinfectante. Y resulta que, ahora, los Estados Unidos encabeza la infeliz lista de los países más afectados.

Trump oyó la sirena y se hizo algo parecido al loco. La amordazó y se la jugó a lo avestruz. ¿Cómo justificarlo frente a las miles de personas contaminadas o a las familias de las víctimas? ¿Qué otro motivo pudo tener? ¿Qué duele menos, el pánico o la muerte? Yo me quedo con el pánico, que por lo menos tiene remedio, pero a los americanos el Presidente no les dejó opción.