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Discurso de Gabriel Boric
Por Ignacio PERALES, para SudAméricaHoy (SAH) Fotos:Efe
Fue mito en vida. Su historia es parte de la historia de Colombia. Prometió inocular el virus de la droga en Estados Unidos y lo consiguió. Compraba o alquilaba políticos (según se mire). Fue dueño y señor de su propia cárcel. Organizó fiestas donde corría el champán, las mujeres formaban parte del menú y entre los invitados figuraban famosos y dirigentes de Colombia. Es Pablo Escobar, el patrón, el padrino de la droga, el hombre que murió hace veinte años abatido por una ráfaga de balas.
Hoy tendría 64 años. En el aniversario de su muerte, el pasado lunes, su familia le recordó con ternura. Otros le identificaron como el mayor narcotraficante de la historia de Colombia y fundador del Cartel de Medellín. Se calcula que mató a entre 5.000 y 10.000 personas. Fue el responsable de imponer una cultura «narco» en Colombia. Su herencia, continúa.
Conocido con el apodo de «El Patrón«, en alusión al poder que tuvo en los años ochenta del siglo XX, cuando la revista Forbes lo catalogó como el hombre más rico del mundo, Pablo Emilio Escobar Gaviria nació el 1 de diciembre de 1949 en Rionegro, en el departamento de Antioquia (noroeste de Colombia).
Murió -informa Efe- después de cumplir 44 años, el 2 de diciembre de 1993, acribillado a tiros en los tejados de un barrio de Medellín cuando huía de la Policía. En su vida hizo negocios con agentes de la DEA, presidentes como el general Manuel Antonio Noriega, de Panamá, o Vladimiro Montesinos, el que fuera asesor del exmandatario peruano Alberto Fujimori.
El capo fue el tercero de siete de hermanos y desde joven se dedicó al hurto de vehículos. En los años sesenta comenzó a traficar con marihuana para luego dar el salto a la cocaína, la que le hizo célebre por sus envíos masivos a Estados Unidos. Se alió con Gonzalo Rodríguez Gacha, alias «El Mexicano», Carlos Lehder y los hermanos Jorge Luis, Fabio y Juan David Ochoa, quienes se habían enriquecido con el contrabando de licor y la marihuana, para fundar el Cartel de Medellín, una poderosa organización criminal que declaró una guerra feroz al Estado.
En sus ansias de conquistar el poder político, además del económico, fue elegido en 1982 representante suplente a la Cámara, época en la que invirtió parte de sus ganancias del narcotráfico en construir canchas de fútbol en zonas pobres de Medellín e incluso un barrio entero para los habitantes de un vertedero. A quienes visitan hoy el barrio «Pablo Escobar» les recibe un gran mural con el lema «Aquí se respira paz» y una imagen del Niño Jesús de Atocha, al que «El Patrón» idolatraba. En ese lugar se sigue venerando al mafioso. Eran tiempos en los que la prestigiosa revista colombiana Semana le llegó a calificar como el «Robin Hood Paisa» y Virginia Vallejo, una de las periodistas más populares de Colombia, era su amante oficial. En ese lugar se sigue venerando al mafioso.
Su Hacienda Nápoles, una finca de miles de hectáreas, acogía a «la crème de la crème» de la sociedad colombiana: políticos, empresarios y periodistas que, abrumados por el poder, participaban de safaris y tomaban fotos a animales salvajes traídos especialmente para Escobar desde África.
Pero su llegada al Congreso lo puso en la mira gracias a las investigaciones decisivas del diario El Espectador sobre sus actividades ilícitas y la acción del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla.
En 1984 sicarios de Pablo Escobar asesinaron a Lara Bonilla y dos años más tarde al director de El Espectador, Guillermo Cano. En 1989 un atentado con 135 kilos de dinamita en el interior de un vehículo destrozó las instalaciones de ese diario.
El Cartel de Medellín emprendió una guerra contra el Estado cuando el Gobierno del presidente Belisario Betancur (1982-1986) decidió extraditar a EE.UU. y para ello creó el grupo «Los Extraditables», que llevó la violencia hasta las últimas consecuencias.
Entre el historial terrorista de esos capos está el estallido de una bomba en un avión de Avianca, en pleno vuelo, que transportaba 107 pasajeros.
A esa guerra contra el Estado, que incluyó el asesinato del excandidato presidencial Luis Carlos Galán, en 1989, se sumó otra contra sus antiguos aliados en el negocio de las drogas, el Cartel de Cali, y estructuras paramilitares, que crearon el grupo «Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes)» y quienes no tuvieron piedad con los familiares del narcotraficante. Fueron años de zozobra, terror y muerte, en un país donde ganar dinero fácil se convirtió en algo habitual.
En 1991, desde la clandestinidad, Escobar llegó a un acuerdo con el entonces presidente, César Gaviria, y aceptó ser internado en una cárcel construida especialmente para él, La Catedral, a cambio de que revocara el tratado de extradición con Estados Unidos.
Su estancia en aquella lujosa cárcel, donde se forjaron crímenes, se dirigía el negocio de la droga y se celebraban suntuosas fiestas, apenas duró un año, ya que «El Patrón» escapó cuando entendió que se iban a tomar medidas por aquellos excesos.
En ese momento empezó la cuenta atrás del capo, hostigado por el Bloque de Búsqueda, una unidad especial de la Policía. Vivió así, rodeado por sus más fieles sicarios, hasta el 2 de diciembre de 1993, cuando fue localizado y abatido.
Pablo Escobar dejó viuda a Victoria Eugenia Henao y huérfanos a sus hijos Juan Pablo y Manuela, quienes viven en Argentina. Pero sobre todo, dejó un inmenso legado criminal que veinte años después sigue poniendo los pelos de punta a un país entero.