sábado, 24 de octubre de 2015
Acapulco se desangra

Elisabet SabartesAcapulco. Por Elisabeth Sabartés y Giulio Petrocco

En las calles de Acapulco este año han muerto asesinadas más de 700 personas. Día tras día, el saldo crece, implacable, al ritmo de la acción criminal de los cárteles de la droga, que vuelven a disputarse el control del mayor enclave turístico del Pacífico mexicano. La escalada violenta de años pasados, cuando las mafias tapizaron de sangre la zona hotelera, ha regresado al puerto, situándolo en el tercer lugar de la lista de ciudades más peligrosas del mundo. Por delante están San Pedro Sula, en Honduras, y la capital venezolana, Caracas.

Pero esta vez, la ola de violencia ha cambiado de signo. La guerra entre narcos ya no se libra en los espacios de recreo, como sucedía tiempo atrás. En el paseo marítimo no hay tiroteos ni cuerpos decapitados. Ahora, la ley del terror se vive en los barrios populares, donde las bandas extorsionan, secuestran y ejecutan con total impunidad.

“El cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) está entrando a Acapulco a apoderarse de esta plaza. Es el grupo fuerte, al que hay que temer y, por lo tanto, tiene que infundir miedo. No solamente entre sus adversarios, sino en el conjunto de la población”, explica Javier Morlett, presidente del consejo municipal de Participación Ciudadana y Seguridad Pública, órgano autónomo de la sociedad civil que supervisa la acción de las autoridades locales en el combate a la delincuencia organizada.

La llegada del CJNG a Acapulco en los primeros meses de 2015 desbarató la estrategia del gobierno federal para abatir los índices de inseguridad. El despliegue de policías, soldados y marinos organizado desde la Ciudad de México no tuvo ningún efecto disuasivo; más bien lo contrario. Las cifras de homicidios se dispararon y, hoy, la ciudad registra un promedio de 2,5 muertes violentas al día. “Todo parece indicar que la mayoría de asesinatos son ajustes de cuentas”, observa Morlett, mientras describe el “sentimiento de abandono” que invade a los acapulqueños: “No se ve una actividad enérgica por parte del gobierno federal o el estatal y mucho menos del municipal, cuya policía está muy disminuida; de manera que la población se siente en completa indefensión”.

Lejos de la playa, los grandes hoteles y las discoteca; más allá de la bahía que gozó de fama mundial en el pasado, el abandono es evidente. En muchos de los suburbios de la periferia y los vecindarios del casco antiguo ni siquiera hay presencia de los cuerpos de seguridad que patrullan de forma ostentosa por el área turística. Renacimiento, Zapata, Coloso, Jardín, Olímpica, Progreso, Petaquillas, la Fábrica, … son algunos de los distritos más castigados por la violencia. Allí, el secuestro, la extorsión, las desapariciones forzadas, el reclutamiento obligatorio de menores o el asesinato son prácticas cotidianas.

“La vida ha empezado a cambiar mucho, hay veces que dan el toque de queda y, a las seis de la tarde, uno ya no puede salir; porque si salen los levantan (secuestran), se los llevan y amanecen muertos”, dice Isidra Pérez, ama de casa y residente en el barrio Colosio. Ella lo sabe por experiencia; lo vivió en carne propia: su hijo, de 18 años, fue asesinado por una de las bandas criminales que operan en la zona. “A él se lo llevaron y lo mataron, lo único que sabemos es que fueron grupos de delincuentes, pero nunca investigamos porque es como buscar una aguja en un pajar”, relata con desolación.

          Uno de los hijos de Isidra Pérez fue asesinado por las bandas criminales.

Isidra logró encontrar el cuerpo de Aldair, darle sepultura y procesar el duelo, algo que muchos familiares de desaparecidos jamás podrán hacer. Su hijo no pasó a engrosar la lista de muertos sin acta de defunción, que también en Acapulco son enterrados en fosas clandestinas. La pérdida, en cualquier caso, evidencia la profunda crisis de inseguridad y los estragos que causa entre los habitantes del puerto.

La dinámica de barbarie que los grupos delincuenciales han implantado en la ciudad empujó a la organización humanitaria Médicos Sin Fronteras (MSF) a auxiliar a la población con un programa de salud mental, gratuito y confidencial, destinado a todas aquellas personas expuestas directamente a episodios de violencia extrema y a familiares de víctimas.

“La gente, a nivel colectivo e individual, tiene mucha desconfianza, mucho miedo. Miedo de salir a la calle, de interactuar con otras personas, de hablar de lo que le pasa… Y eso se refleja en padecimientos relacionados con cuadros de ansiedad, depresión en los adolescentes, deserción escolar, problemas de comportamiento y pérdida del vínculo familiar”, señala Ivonne Zavala, terapeuta de MSF.

El diagnóstico describe una grave ruptura del tejido social, que se traduce en disfuncionalidad familiar, maltrato doméstico y suicidio. Pero también en desempleo y falta generalizada de oportunidades, por los efectos devastadores de la inseguridad en la economía.

      El cártel Jalisco Nueva Generación está tratando de apoderarse del puerto

“Si no hubiera tanta pobreza en Acapulco, no habría tanta delincuencia, porque eso es lo que está haciendo, la gente aquí se está muriendo de hambre”, afirma Isidra, que acudió a consulta en busca de ayuda psicológica. Su caso es uno de los 469 que la organización ha atendido desde enero de 2015 y, como el 84% de ellos, los trastornos mentales que sufre tienen la violencia como detonante.

La intervención de MSF, que suele actuar en conflictos armados, no tiene precedente en México. La organización ha brindado tratamiento psicológico a víctimas en ocasiones puntuales –como lo hizo con los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala–, pero es la primera vez que establece en el país un proyecto a largo plazo de estas características. Trabaja en coordinación con el sistema de salud pública municipal y la arquidiócesis de Acapulco, que ha facilitado una parroquia como centro de consulta médica.

A lo largo de los meses, sus terapeutas han constatado los efectos devastadoras de la violencia en la salud mental de la población. Los pacientes que solicitan tratamiento –con una gran mayoría de mujeres– tienen dificultades para afrontar su quehacer cotidiano, se desconectan del entorno, reviven su drama una y otra vez, no logran pensar con claridad, padecen insomnio y experimentan trastornos alimenticios.

Así le sucedió a Isidra, en los momentos más oscuros tras la muerte de su hijo. “Me di cuenta que necesitaba ayuda psicológica y acudí a Médicos Sin Fronteras. Ellos me ayudaron bastante, porque todo eso lo tuve que sacar; llevaba demasiadas cosas, como un costal lleno de cosas malas que tenía en mi cuerpo, en mi mente, en mi corazón”, recuerda. Hace poco fue dada de alta.(Univisión)