martes, 23 de mayo de 2017
Cannes, «Happy End» para «The day after»


Cannes. Por Ernesto PÉREZ, para SudAmérica Hoy

El austríaco Michael Haneke tiene pocas esperanzas de ser
el primer cineasta que se adjudique tres Palmas de Oro al mejor filme del
Festival de Cannes. La principal razón se encuentra en la semidecepción causada por su “Happy End”, en concurso en la sexta jornada. La que se postula para el premio mayor es s “The Killing of a Sacred Deer”, del griego Yorgos Lanthimos, una sorprendente mezcla de humor negro y tragedia.
El veterano cineasta austríaco, Palma de Oro por “El moño blanco” en
2009 y por “Amour” en 2015, decepcionó a medias con un relato sobre la
decadencia de una familia burguesa que no alcanza la universalidad o la
conmoción de sus films premiados.
En cambio, Lanthimos, con su segundo film en inglés después de «Lobster»,
que sorprendió aquí mismo en Cannes el año de “Amour” y el quinto en
doce años y 43 de vida, firma una película donde el horror se instala poco a
poco cuando un adolescente se venga del cirujano que provocó la muerte del
padre, imponiéndole el pago de la vida de uno de sus familiares.
No se puede decir que “Happy End” sea una mala película pero sí que
es la pérdida de una oportunidad, la de introducir en un ámbito altoburgués
el drama de los desesperados que tratan de entrar clandestinamente en Gran
Bretaña a través del Canal de la Mancha.

«The lobster»

En cambio, en “Happy End” se asiste a los problemas económicos y
personales de una familia de industriales de Calais en el momento en el que el
patriarca entra en el ocaso de su vida y el heredero destinado revela no estar
a la altura de la situación.
Isabelle Huppert (La pianista, Amor) y Jean-Louis Trintignant (Amor)
vuelven a responder al llamado de Haneke, con el agregado de Mathieu Kassovitz y  Toby Jones, para contar esta historia en la que conviven un anciano que se postula al suicidio con la ayuda de una nieta connivente, una empresa en
crisis y, solo en la mitad de una secuencia, el drama de los refugiados.
Haneke decide alargar los tiempos muertos del relato pero también terminar
abruptamente el filme dejando al espectador desorientado acerca del verdadero
propósito del filme.
Lanthimos es uno de esos raros directores que saben jugar con el público,
descolocándolo con una sabia mezcla de tonos y de géneros.
Ya desde el enigmático título, “La muerte de un ciervo sagrado”,
Lanthimos y su fiel coguionista Efthimis Filippou manejan al espectador,
introduciendo en un ambiente normal y pacífico (una pareja de médicos y sus
dos hijos) un elemento perturbador en la figura de un adolescente que busca
vengarse del cirujano que causó la muerte del padre durante una operación
hecha bajo los efectos del alcohol.
Introduciéndose en la familia de manera gentil, el joven dinamitará las
bases de la convivencia familiar, como lo hacía el ángel de “Teorema” de
Pier Paolo Pasolini, de la que el film es una variante terrorífica.
Colin Farrel vuelve a ser para Lanthimos el catalizador de una historia de
la que será víctima junto a una espléndida Nicole Kidman como su esposa,
muy bien secundados por Raffey Cassidy y Sunny Suljic como los hijos y un
espeluznante Barry Keoghan que si bien es ya un veterano de 25 películas es
aquí toda una revelación.

«The day after»

El abultado concurso de la sexta jornada se completó con un nuevo film del
prolífico director sudcoreano Hong Sang-soo, “Geu-hu” (El día siguiente)
que no solamente en febrero consiguió un Oso de Plata para su actriz Minhee
Kim por “Sola en la playa de noche” sino que aquí mismo en Cannes
presentó en proyección especial fuera de concurso “La cámara de
Clara”.
Pero mientras este último no pasaba de ser un simple divertimiento con
Isabelle Huppert, que en 2012 le protagonizara una de sus películas más
logradas, “En otro país”, “El día siguiente” es un excelente
kammerspiel en blanco y negro con un solo actor y tres actrices en dos únicos
decorados sobre las tribulaciones de un hombre atrapado entre su esposa, su
amante y una nueva empleada.
Las razones de la prodigalidad artística de Hong no solo se deben a esa
natural hiperactividad del cine asiático sino también a la simplicidad
temática de sus historias que el director sabe ampliar a apólogos o cuentos
morales, muy a la manera de los que solía hacer el difunto Eric Rohmer.
La cámara se planta enfrente de los actores y prefiere minúsculas
panorámicas al montaje alternado dando rienda suelta a su actriz fetiche,
Minhee Kim, su actor favorito Haehyo Kwon, y a las excelentes Saebyuk Kim y
Yunhee Cho, que parecen improvisar el diálogo dando una ilusión de realidad
que es el mayor encanto de este marivaudage llegado del otro lado del mapa.