domingo, 10 de enero de 2021
«Memoria democrática», por Carmen DE CARLOS

Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

La memoria perdona –no siempre- pero no olvida. Algo parecido puede suceder con la justicia cuando ésta es efectiva y el condenado ha hecho, durante un tiempo determinado, buena letra, que viene a ser aquello de, arrepentimiento sincero, buen comportamiento y propósito de enmienda. El espectáculo del Capitolio, a modo de superproducción de Hollywood dirigido por Donald Trump, obligará a éste a pasar por taquilla y no precisamente para poner la gorra. Más bien, para juntar las muñecas después de que se le fuera de las manos el rodaje del último tarado o el penúltimo episodio de un presidente de Estados Unidos, con diagnóstico médico no identificado.

Lo que hizo Trump se ha comparado con otros capítulos históricos pero en mi recuerdo tengo varios que se ajustan bastante bien  a lo visto. El autogolpe de Alberto Fujimori del 5 de abril de 1992, el asalto al Congreso argentino de la turba  en diciembre del 2001, el “Tejerazo” del 23-F de 1981 en Madrid, el “asalta (luego rodea, como recordó el periodista Antonio Naranjo) el Congreso”, con el actual vicepresidente español Pablo Iglesias (Podemos) de director de orquesta y el cerco en el 2017,  a la Consejería de Economía de las masas de la burguesía catalana, con el posterior y efímero autogolpe autonómico de Carles Puigdemont en Barcelona.

De todos estos, el mejor organizado fue, ironías de la historia, el de “el chino” como se presentaba Fujimori en las últimas elecciones previas a su incapacitación por el Congreso. El padre de Keiko disolvió el Parlamento, intervino todos los poderes públicos, prensa e instituciones y aprovechó para perseguir y secuestrar a opositores sin que se contará un muerto. Todo esto le sirvió para, como hacen los demagogos actuales, sepultar una Constitución “moribunda” que diría Hugo Chávez y tratar de perpetuarse en el poder.

Las otras intentonas golpistas, desde la distancia, se ven como de trogloditas. El papel del coronel Antonio Tejero, con el tricornio pegando tiros al techo del Congreso, lo podría haber interpretado Paco Martínez Soria, aunque en ese momento la cosa no estaba para reírse. Lo de Argentina fue un desastre completado con varias jornadas de saqueos, violencia y la huida en helicóptero de un atribulado Fernando de la Rúa que volvería al día siguiente (dicen que por consejo de Felipe González) a una Casa Rosada asediada, en cuyos alrededores perdieron la vida una treintena de personas.

Las marchas contra Mariano Rajoy, para rodear el Congreso de 2012 y 2016 de Podemos, no se convirtieron en tragedia porque intervinieron a tiempo las Fuerzas de Seguridad gracias a un Gobierno responsable. Lo de Cataluña y el esperpento de esos “pijos” -también progres- saltando sobre los coches de la Policía, incluidos periodistas, terminó, como no podía ser de otro modo, en el banquillo con condenas para los que, además, proclamaron por unos minutos la independencia. Todos (los pringados), al calabozo menos el líder que sigue prófugo en Bruselas, la sede de la Unión Europea que intenta tarde corregir esos renglones desviados para extraditar a delincuentes políticos.

A Trump le debería esperar una celda con barrotes. No por la gestión de una Administración que, en el balance final fue positiva, si no por hacer saltar por los aires la democracia y resucitar a todos los Bufalo Bill que arrasaban el Capitolio. El daño está hecho pero, quizás, sólo quizás, este episodio, “en la cuna de la democracia moderna”, sea el principio del fin de ciclo para los desalmados que buscan enfrentar sociedades con el objetivo de alcanzar o quedarse en el poder. El tiempo y los ciudadanos decidirán.