EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Por José VALÉS @joservales
Mientras Chile y Perú se verán obligados hoy a cerrar su
diferendo limítrofe, de larga data histórica, Argentina estará
condenada a repetir su propia y decadente historia, de correr detrás del dólar en su vertiginosa carrera hacia la autodestrucción.
Las desesperadas medidas anunciadas la pasada semana por el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich y el ministro de Economía, Axel Kicillof, dos de los candidatos fijos a ser eyectados de sus cargos cuando la crisis así lo requiera, entrarán en vigor hoy, sin que nada cambie demasiado.
La corrida detrás del dólar, las operaciones trabadas por la agencia de Impuestos (Administración Federal de Ingresos Públicos) y la espiral devaluatoria se mantendrán como en las últimas semanas en la que la ilusión de la moneda propia
argentina quedó un 30 % más devaluada. No es la primera crisis de esta magnitud a la que asisten los argentinos, pero en ninguna de las anteriores, la primera magistrada
del país estaba tan lejos en el peor momento de su desarrollo. La presidenta, Cristina Kirchner, está en La Habana desde hace unos días,
como en diciembre cuando explotaron los saqueos tras las protestas policiales estaba en su casa patagónica y en silencio, de la misma forma se mantuvo cuando millones de argentinos soportaban sofocantes temperaturas sin energía eléctrica.
La de hoy, es la radiografía perfecta de un país en descomposición. Un
territorio que no supo aprovechar el viento de cola de la economía
mundial de la última década, para construir siquiera una carretera
segura. Un país que no logra salir del estadio de transición democrática en el que se encuentra desde 1983 ni construir instituciones sólidas a través de una clase política terriblemente hábil para atar sus ambiciones de poder a una crisis económica de
final de época.
Así como el presidente de los Estados Unidos al asumir recibe el portafolio con las claves secretas para activar sus esquemas de seguridad, los presidentes argentinos parecen recibir, al asumir, los códigos para disparar una devaluación. Una devaluación que no es otra cosa que una feroz trasferencia de ingresos de los sectores más populares hacia los más acomodados de la economía (y con mayor poder
de información). Eso sí, la Argentina logra superarse así misma. Si la defenestración del final de Fernando De la Rúa en el 2001, pudo vaticinarse nueve meses antes, con el desembarco del economista Domingo Cavallo en el ministerio de Economía, este final de los Kirchner está escrito, casi desde el 2006. Por aquel entonces, hablé de «la crisis Walt Disney» . Una referencia a cómo por entonces Néstor Kirchner hacía alusión a cómo él había sacado al país de la devastadora crisis del 2001. A la hora del análisis indicaba que la crisis del 2001 lejos de haber sido superada había sido «congelada», tanto por Eduardo Duhalde como por los Kirchner y que el problema sería cuando comenzara el descongelamiento. En el 2012 ya
se dejaba ver con más nitidez.
Que el gobierno argentino y sus errores hayan decidido apagar la cámara de frío donde descansaba la crisis justo cuando el actor Tom Hanks, revive al genio creador del Pato Donald y el Perro Pluto, puede verse más como el deseo de trascendenci internacional que la pasión por el cómic de las autoridades argentinas. Ante tamaña situación con la energía, ya no podía permitir el lujo de seguir manteniendo en hielo a la crisis.
Sin reservas monetarias y sin créditos externos, sin capacidad energética y con los índices de inseguridad trepando al ritmo de la inflación, el presente argentino es muy distinto al que la presidenta y el kirchnerismo difundieron durante 10 años a modo de «relato» (de ficción).
Sólo basta ahora que en marzo, cuando comiencen las discusiones salariales con los sindicatos, se erija una crisis social, que dejará casi sin espacio a una mandataria que ya no puede controlar sus propias decisiones. Esas se las acaba de ceder a los mercados y a una sociedad confundida y sin alternativas a la vista. Agotada de andar de devaluación en devaluación, después de que en cada ciclo político se desate una «fiesta» donde el patrimonio se malvende como en los 90 o se lo dilapida como en los 2000.
Aquellos que ya juzgaron como atropelladas e inexpertas las últimas medidas adoptadas por le gobierno, no dudan en asegurar que «lo peor está por venir aún». A ellos, como a todo un país, no los guía lo apocalíptico sino que obedece a esos genes tan argentinos para reconocer los síntomas de una enfermedad crónica, como la que padece la Argentina desde hace más de medio siglo y que se manifiesta por una
suerte de delirio autodestructivo.