domingo, 19 de noviembre de 2017
Otro diálogo en Venezuela, sin palabras

Por Alex FERGUSSON, para SudAméricaHoy

Otra vez, la palabra diálogo aparece en los medios y redes sociales del país, así como en las conversaciones de políticos, analistas y afines.

Sabemos que se dialoga cuando las partes reconocen que existe un conflicto que enfrentar (resolver o transformar) y cuando creen que tienen algo que ganar. En este punto el gobierno ha dicho, claramente, lo que quiere: que se reconozca la legitimidad de la ANC, es decir, la sumisión de la oposición a sus actos, y que cesen las sanciones y restricciones económicas provenientes de otros países.

Por su parte, la agenda de la oposición parece seguir siendo la misma desde hace años, aunque ahora el país es otro.

Así pues, frente a esta propuesta de diálogo, el dilema principal es si las partes se proponen, simplemente, resolver un conflicto o si en verdad aspiran a avanzar hacia un horizonte deseado en el cual se logre construir nuevas formas de relación y la paz.

Por lo que veo, el gobierno solo quiere “resolver un conflicto” que lo afecta (además de ganar tiempo y limpiar un poco su imagen), y en consecuencia, solo abordará lo inmediato, con lo cual los asuntos de fondo seguirán ocultos. En esta visión, el foco se centra, como vemos, en los contenidos inmediatos, las causas visibles, y su propósito, frecuentemente único, es llegar a un acuerdo que lo favorezca. El proceso se circunscribe, pues, a las inmediaciones de la relación donde surge el problema y tiene, por tanto, un horizonte de muy corto plazo. Si ese es el propósito, el diálogo solo traerá decepción a quienes crean que allí se resolverán los problemas de la enorme crisis económica, social y política que vivimos.

Si en verdad las partes quieren “avanzar hacia un horizonte deseado”, el diálogo deviene en oportunidad de transformar las relaciones políticas y humanas, para impulsar la cooperación mutuamente beneficiosa y fundamentar la necesidad de revisión permanente de las reglas, normas, leyes e instituciones. El diálogo permitiría, entonces, crear procesos de cambio constructivo que reduzcan la violencia, incrementen la justicia en la interacción directa y en las estructuras sociales, y responda a los problemas reales de la descomunal crisis que vivimos.

Pero esa no parece ser la situación. Lo que parece haber es un diálogo contencioso, polémico y a pérdida, forzado por una crisis insostenible, en la que uno de los actores está inerme frente a un poder omnímodo, que quiere ganar destruyendo al otro.

Si el diálogo no conduce a la apertura de los espacios de convivencia democrática, es decir, a procesos electorales no viciados, con un árbitro confiable, con la recuperación plena de la institucionalidad vulnerada y con un órgano rector de la justicia en el que se pueda creer, entonces, ¿Cuál es el propósito de dialogar?

Por supuesto, en vista de la notoriedad del evento, existe la gran oportunidad de aprovechar, una vez más, para poner en evidencia el talante autoritario y poco democrático del gobierno. Quizás esa sea la única ganancia de la oposición.