jueves, 26 de agosto de 2021
«Pandemia y cambio climático, el cóctel explosivo», por Alex FERGUSSON

Por Alex FERGUSSSON, para SudAméricaHoy

Dos eventos importantes han marcado estos últimos dos años: La pandemia de Covid 19 y la confirmación de los efectos catastróficos previsibles del Cambio Climático.

Sobre la pandemia, ya parece claro que llegó para quedarse y que sus efectos podrían durar décadas, configurando la primera catástrofe sanitaria de este siglo; pero necesitamos ponernos al día con lo que sabemos ahora sobre el Cambio Climático y con lo que nos espera en la sociedad que viene, pues juntos, estos dos eventos conforman un panorama de posibilidades, aterrador.

Comencemos por señalar que, a escala planetaria, lo que sabíamos desde mediados de 1800 respecto a que …si la atmósfera se mezclara con una mayor proporción de CO2, el resultado sería un aumento de la temperatura ambiental…, es hoy una trágica realidad.

Hace pocos días, se hizo público el nuevo informe del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC), al cual, por cierto, perteneció el ingeniero venezolano Juan Carlos Sánchez, quien recibió junto con sus compañeros, nada más y nada menos que un Premio Nobel.

Este informe fue elaborado por 234 expertos de 66 países tras revisar más de 14.000 artículos y referencias temáticas, y arroja luces sobre los efectos físicos que ya ha tenido el calentamiento global y los posibles escenarios en función de los impactos de los gases con efecto invernadero (CO2 y metano, principalmente) que emita la humanidad en los próximos años.

La concentración actual de CO₂ en la atmósfera es la más alta alcanzada en dos millones de años, lo que ha incidido en un aumento de la temperatura media global de 1,1 grados respecto a los niveles preindustriales.

La principal causa de ese aumento es, fundamentalmente, el uso desmesurado de los combustibles fósiles (petróleo y carbón) para calefacción, mover vehículos automotores y toda la maquinaria industrial, como consecuencia de lo cual se liberan grandes cantidades de CO2 y gases con efecto invernadero. La situación es de tal gravedad que a menos que se produzcan reducciones profundas en las próximas décadas, será difícil mantener el límite de 1,5 grado establecido como barrera para frenar la catástrofe ambiental.

Ahora sabemos que «la evidencia de la influencia del ser humano en el clima es ya tan abrumadora que no hay duda científica». En tal sentido, y como evidencia tangible, el cambio climático inducido por el hombre se expresa ahora en eventos extremos como: olas de calor, sequías, incendios forestales, fuertes precipitaciones, inundaciones y derrumbes masivos, granizadas inusuales, aumento de la frecuencia y magnitud de huracanes y ciclones tropicales y desaparición de los glaciares.

Lo que las noticias recientes nos cuentan sobre las inundaciones en Alemania, los incendios forestales en California y olas de calor en Grecia, Canadá, España y otras partes, no son más que leves atisbos de lo que nos podría esperar en el mundo que viene.

Frente al panorama que hemos descrito, los expertos han señalado que, de no detenerse el proceso, muchos de esos cambios se harán irreversibles en las próximas décadas y podrían mantenerse durante siglos o milenios, a menos que declaremos de inmediato un código rojo para la humanidad, pues la viabilidad de nuestras sociedades dependerá de la actuación de gobiernos, empresas y ciudadanos para limitar el aumento de la temperatura media atmosférica a 1,5 grados.

Han pasado 6 años desde que el Acuerdo de París (2015) adoptado por 197 países, se propuso reducir de forma sustancial las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y limitar a 1,5 grados el aumento global de la temperatura en este siglo, para lo cual los países se comprometieron a reducir sus emisiones y colaborar para adaptarse a los efectos del cambio climático.

Muy a nuestro pesar, los principales contaminadores (China, Estados Unidos, la Unión Europea, India, Rusia, Japón, Brasil, Indonesia, Irán y Canadá), a pesar de las buenas intenciones declaradas, siguen lejos de alcanzar ese objetivo.

El problema estriba en que tales propósitos no suelen coincidir con los intereses de las grandes corporaciones y empresas generadoras de un alto porcentaje de las emisiones en entredicho, y de sus socios políticos instalados en los gobiernos y parlamentos, genéticamente incompetentes para comprender la importancia de la conservación ambiental, pero donde se toman las grandes decisiones.

Una oportunidad para renovar tales votos y hacerlos cumplir se presentará en noviembre próximo cuando se reúnan los principales líderes del mundo en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), teniendo como fondo el informe que aquí comentamos. Temas como energía limpia, vehículos eléctricos o híbridos, protección y restauración de la naturaleza, reducción de las emisiones de carbono a cero para 2050, ecoeficiencia en los procesos productivos y economía circular, forman parte de la agenda en discusión.

Para los países productores de petróleo, como Venezuela por ejemplo, decisiones de este tipo están exigiendo desde hace tiempo y entre otras cosas, el replanteamiento de la industria petrolera como la conocimos a lo largo del siglo XX, pues ya sabemos que la economía mundial apunta a un cambio del patrón de producción y consumo, a favor de la ecoeficiencia energética y el uso sustentable de los materiales.

Se ha dicho hasta la saciedad, que las empresas petroleras debían convertirse en empresas energéticas y así posicionarse en el cambio tecnológico y de patrón energético que se avizora, pero eso aún no ocurre y parece que tardará en ocurrir, pues no tenemos conocimiento de que haya planes serios y de largo plazo para eso, en la mayoría de los países productores. Pero tampoco los hay con respecto a los patrones de la economía lineal «producir, consumir, desechar» que existe en los países no productores.

Si continuamos por este camino, serán nuestros hijos, nietos y bisnietos quienes nos reprochen, de pie frente a nuestras tumbas, haberles robado su hábitat y su derecho a vivir en un mundo más sano, más armonioso, más respetuoso de la vida y más digno de ser vivido.