Por Carmen DE CARLOS

El Gobierno argentino está contento. Mauricio Macri logró superar 2016 y hacerlo, según él, con buena nota (se puso un 8 sobre 10). El año en que Argentina vivió peligrosamente fue mucho más tranquilo de lo imaginado. La memoria es breve en un país donde hacer previsiones a corto plazo es un atrevimiento, intentarlo a medio un desafío y hacerlo a largo, una aventura.

Conviene recordar que hace 12 meses los argentinos creyeron que la ruina iba para largo. Dicho en sus términos, que el cepo, las retenciones, el doble sistema de cambio de moneda, el acuerdo con los «holdouts» y el regreso a la normalidad era una misión de futuro. Esos desafíos de Estado están superados y la deuda pendiente -en términos económicos- es la inflación (40 por ciento) y reactivar la economía.

El Gobierno tiene que combatir el 32 por ciento de pobreza y revertir las condiciones indignas en las que vive buena parte de la población. Mauricio Macri es ingeniero y está obsesionados con hacer obras, recuerdan en su entorno. La mayoría de esas “obras”, pese a la fachada de Buenos Aires, (la que el mundo suele mirar) son básicas. “Estamos haciendo cloacas en la provincia de Buenos Aires”, insisten en un intento de explicar, para los que aún dudan, que desarrollo no es un término que se ajuste a la realidad de Argentina . Un dato ilustra el comentario: apenas el 44 por ciento del dispone de servicio de alcantarillado. La misma fuente añade, «estamos tratando de resolver el problema del agua». El «problema» son los registros de «arsénico». En torno al 10 por ciento de la población está en riesgo de contaminarse o envenenarse, según el grado de alarmismo que se prefiera.

El 2017 llega con un regalo de dudoso gusto: elecciones legislativas de medio término. Para la coalición de Gobierno Cambiemos y para Mauricio Macri puede ser una oportunidad de superar ese «8 sobre 10». Para los argentinos, el año en que cualquiera podrá tirar de la cadena y beber agua limpia. Todo un récord.