EL VIDEO
Discurso de Gabriel Boric
Por Adolfo ATHOS AGUIAR, para SudAméricaHoy
La literatura universal tiene una rara fascinación por los ahogados, por las almas y cuerpos que el agua nunca devuelve, con la rara ultravida que se adjudica a los perdidos en el mar, con la nostalgia y la sensación de ausencia presente que dejaban en sus deudos.
En el cuento de Ray Bradbury “El lago”, el Michigan permite que los despojos de una niña ahogada se escapen de su trampa después de diez años, para responder a un mensaje de amor (medio castillo de arena) dejado por un niño desconsolado.
Si es Santiago Maldonado quien apareció después de setenta y siete días a metros de donde desapareció, hubiera merecido más*. Uno de esos chicos que de vez en cuando honran a los pueblos de la pampa bonaerense, viviendo la aventura romántica de una sublevación aborigen, no recibió mejor destino que ninguna de las cotidianas víctimas fatales de la estupidez nacional. Ninguna de las hipótesis que se puedan plantear justifica el abandono a que Santiago Maldonado fue sometido, independientemente de que los hipócritas sempiternos lo hayan transformado en el epítome del pensamiento políticamente correcto.
Puede ser que haya muerto por shock de frío o ahogado a consecuencia de un traumatismo, o apaleado y astutamente colocado en un lugar sumamente vigilado; puede ser que lo hallaran perros entrenados para la búsqueda subacuática o por el llamado de algún testigo, que extrañamente no reclama la cuantiosa recompensa ofrecida. La hipótesis del shock de frío se planteó desde el primer día.
Para la información que recibimos los legos, el impacto del agua fría en los primeros segundos de inmersión, puede producir jadeos en busca de aire, inhibición vagal, paro cardíaco, o espasmo laríngeo. Para quien la ha vivido, la sensación es la de un golpe eléctrico, la de un punzón en la nuca que impide cualquier control del cuerpo.
La temperatura en Esquel descendió el 31 de Julio hasta 6º bajo cero, y la del agua se estimaba entre 4º y 5º. Si murió por hipotermia probablemente haya sido peor: Douglas Tompkins (empresario y conservacionista, repudiado por acaparador por nuestro progresismo políticamente correcto, un experimentado expedicionario), murió en un accidente de kayak en pleno diciembre, después que su temperatura corporal descendiera a 16º por inmersión. Santiago (si es Santiago) hubiera tenido una oportunidad de sobrevida que ni los Gendarmes ni sus compañeros le dieron.
Eventualmente la autopsia dictaminará (si es de mejor calidad de las que estamos acostumbrados), pero para Santiago seguirá siendo tarde, porque en medio de un estruendoso circo nacional estuvo abandonado durante casi ochenta días.
Santiago fue víctima de los «paraestados» argentinos y de las parodias del Estado argentino. Paraestados como un asentamiento que se pretende una extraña nación mapuche “anarquista ancestral” (oxímoron como éste, sólo en Argentina), con lonkos criados en el mismo barrio de Abasto que Gardel. O parodias del Estado, como el Gobierno de la Provincia de Santa Cruz, que lleva años ignorando los episodios de violencia generados por estos grupúsculos. O el Gobierno Federal, que delega en la improvisación de un destacamento de Gendarmería un desalojo violento, para después ser inoportunamente traicionado por una Nietschiana mala conciencia, encarnada en un marketing electoral que era su mejor herramienta.
Lástima por Santiago, si es Santiago, o por quien sea el desafortunado anónimo abandonado en el Río Chubut.
*Horas después de la publicación de este artículo se confirmó que el cuerpo hallado era el de Santiago Maldonado