jueves, 9 de marzo de 2017
Argentina, en general

Por Carmen DE CARLOS

En busca de todos los culpables, el sindicalismo argentino de la CGT promete venganza en las sombras. Nunca imaginó que los “muchachos de Berazategui”, “los intendentes kirchneristas”, “los choferes de la línea 60” o “los remiseros de Ezeiza”, según su dedo acusador, fueran capaces de hacerles salir por la puerta trasera del escenario de su concentración. Tampoco se les ocurrió que, entre ellos mismos, se abriera la brecha de la duda con el pulso a favor y en contra de someter a Argentina a una huelga general. “No nos van a apretar, la fecha del paro la va a poner la CGT”, proclamó Pablo Moyano, el hijo que hereda sindicato de su padre como si la cosa de los trabajadores fuera un botín que debe quedar en familia.

Organizar una marcha enorme para anunciar algo que no se concreta, en estos tiempos de ajuste de cinturón, no parece haber sido una buena idea. El resultado del altercado y el asalto a traición del escenario, ha dejado mal colocado a sindicalistas y al Gobierno, en una posición delicada. Mauricio Macri evitó recrearse en la desgracia ajena que roza la propia y les transmitió calma, paciencia y posiblemente, alguna propina para contener a los más rebeldes de los gremios.

Los datos de pobreza e indigencia, con más del 32 por ciento, no colaboran en un año donde la inflación sigue exprimiendo los bolsillos de los argentinos. Tampoco la situación de los inversores que no terminan de ver las garantías jurídicas que necesitan, se quejan del “dólar planchado”, aseguran que de nuevo se da a “a la maquinita” (emisión de moneda) y se lamentan la falta de competitividad que tiene Argentina. Para mayor infortunio, las elecciones de octubre, como todas las de medio término, terminan de avinagrar una receta difícil de digerir para el ciudadano.

Terminadas las vacaciones el regreso a la rutina calienta los ánimos. Los docentes no abren porque quieren más y los estudiantes se quedan sin comenzar el curso en muchos sitios. Lo curioso es que los más perjudicados son las familias con menos recursos. El resto, algunos con grandes sacrificios, manda a los chicos a colegios privados.

Entre tanto, un día especial, las chicas se tiran ala calle por ser mujer y arrasan en su camino con lo que pillan. El grito en contra de la violencia de género se apaga frente a la brutalidad de algunas. Su ejemplo es justo lo contrario de lo aceptable.

Ultimamente no falta de nada. Argentina ni siquiera se libra de las ocurrencias de la mujer que fue la más poderosa de la historia. La ex presidenta más odiada y con mayor número de causas judiciales a sus espaldas, por meter las uñas –y otras cosas- donde no debía, volvió al ataque como mejor defensa. Cristina Fernández, en su última comparecencia en Tribunales se burló -otra vez- del ayudante del juez . Se hizo la chistosa al recordar que vivía con su «perra Lolita» y en lugar de responder a cuánto ascendía su pensión de ex presidenta prefirió decirle al secretario que “se lo pregunte a Bonadío que me la embargó”, en alusión al magistrado.

La actitud, a estas alturas, resulta ridículo pero sus delitos, no. La corrupción, como bien dicen los suyos y los otros, mata. Mientras, ahí sigue la fábrica de pobres, la legitimación de la ocupación de tierras y barrios que son de otros, «el paco» y el fondo de la olla que parece ser la misma desgracia de siempre.