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Discurso de Gabriel Boric
Buenos Aires. Por Mar MARÍN/Efe/SAH
Vestida de blanco, subida en unos tacones de vértigo y armada con su habitual ironía, Cristina Fernández abrió el nuevo curso legislativo argentino con una intervención militante y una oferta de diálogo para recuperar el espíritu de la «concertación».
Superado el luto por la muerte de su esposo y antecesor, Néstor Kirchner, y superada también la recuperación de la neurocirugía que la apartó de la escena pública a fines del pasado año, Cristina Fernández acudió el sábado al Congreso con el discurso bien aprendido -apenas leyó algunos datos durante cerca de tres horas- y dispuesta a lanzar guiños a sus seguidores y también a sus adversarios políticos.
Cristina Fernández pronunció su séptimo y penúltimo mensaje ante el Congreso en un contexto muy distinto al de hace un año, con una situación económica incierta, tras la devaluación del peso y la corrección de su política monetaria y apremiada por buscar inversión extranjera para paliar la crisis energética del país.
La presidenta quiso demostrar que, pese al duro revés electoral que sufrió en octubre, el kirchnerismo tiene todavía músculo para reunir a decenas de miles de simpatizantes en las puertas del Parlamento y no le tiembla el pulso para sentarse a dialogar y recuperar el llamado «espíritu de la concertación».
Así se conoce en Argentina la iniciativa que impulsó el fallecido expresidente Néstor Kirchner en 2006 para facilitar la elección de su esposa, Cristina Fernández, con la integración de candidatos no peronistas.
Una mención que coincide con la reciente designación del antes radical Gerardo Zamora, ahora alineado con el kirchnerismo, como vicepresidente primero del Senado, lo que le sitúa segundo en la línea sucesoria de la Jefatura de Estado tras el vicepresidente, Amado Boudou, investigado por su presunta relación con escándalos de corrupción.
Para su exposición, Fernández cargó su agenda con temas económicos, como el reciente acuerdo con Repsol y la necesidad de controlar los precios.
Pero, ni una sola mención a la devaluación, la abultada inflación -un 3,7 % solo en enero, que se ha convertido en la mayor amenaza para la economía local- y a otros temas delicados como la corrupción, la violencia o el narcotráfico, que han generado en las últimas semanas una ríspida polémica entre altos funcionarios de su Gobierno.
Fernández no dudó en hablar de un «fin de ciclo» con logros que, a su juicio, no se habían alcanzado en los doscientos años de historia del país.
Presumió de una recuperación del crecimiento, que no se refleja en las proyecciones económicas, y volvió a prometer una «revolución energética» que no se ha producido aún y que la presidenta basa en la «recuperación» de YPF tras la expropiación de Repsol que se ejecutó hace dos años.
La mandataria exhibió el reciente acuerdo alcanzado con la petrolera española como un logro de su Gobierno, aunque no aclaró por qué ha tardado cerca de dos años en sentarse a negociar en medio de un aluvión de demandas en tribunales internacionales que han frenado a posibles inversores extranjeros.
Fernández anunció el sábado por la noche, a través de una red social, que ya ha enviado el acuerdo al Parlamento para su aprobación y, a juzgar por los aplausos que cosechó su mención en el Congreso, el oficialismo no tendrá problema alguno en sacarlo adelante.
También contará con apoyos entre la oposición para aprobar una ley que regule las protestas en la calle, un tema sobre el cual, reveló, habló recientemente con uno de sus adversarios políticos, el conservador alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, en una demostración de su disposición al diálogo.
No faltaron tampoco guiños a los sindicatos en un año que se presenta especialmente difícil para las negociaciones colectivas de los grandes sectores, de ahí los insistentes llamamientos de la presidenta a los empresarios para frenar la especulación con los precios.
En política exterior, la esperada denuncia contra el «intento de golpe suave» contra Nicolás Maduro en Venezuela, y el reconocimiento de los pocos frutos del acuerdo con Irán sobre las investigaciones por el atentado contra la AMIA que dejó 85 muertos en 1994.
Un «discurso militante», en palabras del analista Rosendo Fraga, con el que Cristina Fernández «vuelve a reafirmar que no cambia ni personalidad, ni ideología ni estilo».
No obstante, más de uno se sorprendió por el tono moderado y el mensaje conciliador de Cristina Fernández, que parece querer allanar el camino para transitar de la forma más ordenada posible hasta el final de su mandato, en 2015.