miércoles, 18 de abril de 2018
«El peronismo que no fue», por Raúl ARAGÓN

Por Raúl ARAGÓN

La mayoría de la dirigencia peronista, con algunas excepciones, ha fracasado en cumplir su mandato fundacional. Esto es, la defensa de los derechos de los trabajadores y de los desposeídos.
Desde la vuelta de la democracia, ésta ha trabajado y trabaja sólo en la disputa del poder. Esta disputa la ha obligado a acordar con el poder de turno y a acompañar políticas totalmente opuestas a su marco ideológico.
¿Cómo explicar un peronismo que acompaña la precarización laboral de los años noventa, la privatización de los recursos energéticos sin un control efectivo del cumplimiento de las cláusulas de inversión por parte de las empresas o la privatización de los aportes previsionales que después eran prestados al Estado a tasas superiores a las del mercado?
¿Cómo explicar un gobierno peronista integrado por los mismos que Perón echó de la Plaza, que aumentó diez puntos la pobreza o que nos dejó rehenes de los fondos buitre por un capricho ideológico?
¿Cómo explicar una dirigencia sindical que, por ejemplo, firma paritarias por debajo de la inflación prevista o gobernadores peronistas que mandan a sus diputados a votar la disminución de los haberes previsionales?
Al abandonar su compromiso histórico, la gran mayoría de la dirigencia peronista ha sido cómplice necesaria de la decadencia de nuestra sociedad. Y hoy carece de todo marco ideológico; ¿cómo explicar sino un peronismo que en los noventa fue neoliberal y durante la»década ganada» fue populista?
Nuestra dirigencia peronista, desde la vuelta de la democracia, sólo aspira al poder y cuando lo obtiene sólo lo ejerce en función de incrementarlo y/o mantenerlo. Esto explica la fragmentación actual del peronismo: la lucha no es por los derechos de los trabajadores y la protección de los desposeídos, sino por la conducción. Priorizan esto por encima de la unidad, unidad sin la cual nunca podrán imponer las políticas sociales propias del peronismo. Invierten el proceso lógico: pretenden definir primero liderazgos y después todo lo demás. Debería ser al revés; primero deberían entender, y aceptar, que ninguno de ellos tiene la estatura necesaria para unificar y liderar el peronismo por sí solo, admitir que se necesitan mutuamente. Y en segundo lugar, definir un proyecto político y un modelo de producción de conjunto (hoy la dirigencia peronista no tiene otro proyecto, digan lo que digan, más que capturar el liderazgo) y por último elegir no un «jefe»  -porque como dijimos antes, ninguno tiene esa estatura- sino un primus inter pares, alguien que represente el conjunto pero que esté sujeto al escrutinio de sus pares. Claro, esto requeriría un salto de madurez, algo así como un peronismo de adultos preocupados por el bien común y no una pelea donde al final todos pierden porque gana, otra vez, el neoliberalismo macrista.
Soy peronista, lo he sido toda mi vida y no dejaré de serlo. Pero hoy, con esta dirigencia, me duele serlo.