martes, 14 de marzo de 2017
Escudos sindicales

Por Adolfo ATHOS AGUIAR

Tras el grotesco desenlace de la movilización convocada por la C.G.T. (Confederación General del Trabajo) y su cúpula huyendo en tropel, los medios de prensa más instalados urgen a protegerla para que no pierda poder frente al trotskismo. Muchos empresarios comparten esta idea. Devuelven los reflejos mnemónicos a los setenta, cuando la burocracia sindical aporreaba primero y suprimía después a los troskos en nombre de Perón.
El estudio de las burocracias como problema fue central en la teoría de Marx y Engels, vital en la experiencia de Rosa Luxemburgo, y agrió la de los revolucionarios rusos, particularmente León Trotsky -que unos años después publicaría la serie “Sobre los sindicatos”– y el propio Lenin.


La preocupación estaba presente en todos los procesos revolucionarios. Aún Mussolini, mientras emprendía la marcha sobre Roma en 1922, dirigía mensajes tranquilizadores a las burocracias del ejército, la policía, la burguesía, la iglesia y la Monarquía. Durante veinte años, manejó astutamente esa danza. Apenas caído el fascismo, el periodista y dramaturgo Guglielmo Giannini inspiró una corriente de pensamiento, que –si bien a causa de su carácter polémico y de publicación periódica, no definió una “doctrina del cualunquismo”- dio origen al Fronte dell’Uomo Qualunque, uno de cuyos fundadores era abuelo del actual presidente argentino.

Como movimiento político se había extinguido en 1950, pero la prédica de Giannini se extendió hasta 1960. Se ha considerado que el encumbramiento posterior de Silvio Berlusconi fue una germinación tardía («la desconfianza en el político de profesión y, por el contrario, la confianza que despierta el gobierno presidido por técnicos, simples administradores de la cosa pública que proceden de la industria y del mundo de los negocios, lo que en Italia se llama impolítica, germina y llega a crecer y desarrollarse hasta nuestros días»). Tal idea se ajusta a la que Cambiemos propuso al país, que hasta parece un homenaje del presidente a su abuelo. Dejar atrás los vicios de la política profesional, sustituyéndola por patrones tecnocráticos.
La coalición en el gobierno partió desde la elección de su nombre en una proposición riesgosa: «Cambiemos». ¿Cambiar qué?, ¿Cambiar quién?, ¿Cambiar cómo?, ¿Cambiar cuándo? O la más cruda ¿Cambiar para qué? Todos podemos dar una propia noción del gatopardismo, extraída de algunas frases sueltas («Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». «…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está»). Giuseppe Tomasi príncipe de Lampedusa se embarcó en “Il Gattopardo” en una reflexión sobre el largo proceso de la unificación italiana, y la astucia de los estamentos privilegiados para adaptarse a los cambios que advienen.

Mauricio Macri con algunos de sus ministros

Lo que todos esos procesos sociales descubrieron, por las buenas o por las malas, tarde o temprano, es que las burocracias se protegerían a sí mismas, medrarían, adaptarían, condicionarían, atemperarían, temporizarían, amortiguarían, orientarían o simplemente se apoderarían o arruinarían las iniciativas. Ningún reformista o revolucionario ha creído que fuera posible ignorarlas, dejarlas pastar, o creer que los instintos de las burocracias acompañarían una evolución virtuosa de la sociedad. En el caso argentino, Jorge Fernández Díaz las ennoblece al exagerarlas como “mafias sindicales, políticas, judiciales, estatales, empresariales, policiales, futbolísticas y mediáticas, y destrozar ese entramado exige una épica emocional”. Las mafias tienen algunas virtudes que a las castas burocráticas les son totalmente ajenas.
El Gobierno Nacional no se sorprendió demasiado por el papelón vivido por la cúpula testimonial de la CGT. Ominoso es que ahora los factores de poder más establecidos alerten sobre la amenaza Trotska a la estabilidad de nuestras burocracias. La estrategia de preservación propuesta merece una remisión a los Tasadays.
En 1971, el autócrata y corrupto matrimonio que gobernaba Filipinas anunció una edénica sociedad hallada en las selvas de Mindanao. Eran los «tasaday», una tribu mínima permanecía en la Edad de Piedra, carecía de herramientas elaboradas, usaba un lenguaje original sin vocablos para el tiempo, el espacio, la violencia o el conflicto, y vivía sólo de lo que la selva les proporcionaba. Se impuso mantener esa reliquia antropológica a salvo de todo contacto que pudiera contaminarla. Se creó una estricta zona de exclusión para proteger su integridad cultural y social, y se reguló e intermedió cualquier observación científica. Caído el gobierno de los Marcos en 1986, un par de descreídos violó el área protegida y descubrió que la tal tribu prehistórica era un grupo de campesinos que vivía en mejores y más modernas condiciones que sus vecinos, usufructuando de un cuento filipino.
Todos los grupos sociales deben ser observados y expuestos para ser comprendidos. Por contrapartida todas las que Fernández Díaz llama mafias escudan adrede su real opacidad tras una supuesta independencia. La estrategia que esta prensa argentina propone está planteada al revés, porque los tasadays eran veintiseís individuos, mientras entre nuestras burocracias medran millones. ¿Realmente necesitan que el gobierno las mantenga aisladas para protegerlas del asedio e invasión de un puñado de honestos y nostálgicos troskos?