domingo, 1 de octubre de 2017
La hora de la verdad

De arriba abajo y de izquierda a derecha, Alberto Nisman, fotografía de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en silla de ruedas tras la muerte del fiscal

Por Marta NERCELLAS, para SudAméricaHoy
La verdad. La mentira. El valor de la palabra. Son temas recurrentes. Términos que resultan cada día más difíciles de definir y una obsesión permanente para quienes necesitamos saber qué ocurre verdaderamente en el mundo o, para ser más humilde, en la Argentina.
No habló de ideología, ni de interpretaciones de los hechos que ocurren a diario. No me refiero aquellas cosas que dependen “del cristal con que se miran”. Me refiero a los hechos, los simples hechos, el núcleo fáctico de cualquier información.
Me pregunto si fue miopía de los investigadores o simple engaño, cuando nos dijeron que Nisman (el Fiscal que no sólo investigaba el atentado más cruento que sufrimos los argentinos, sino que, acababa de denunciar por un hecho que no puede sino calificarse como “Traición a la Patria” a la presidente de aquel momento) se había suicidado.
Cómo pensaban que quienes lo conocimos (que no éramos pocos) podíamos creer que había decidido voluntariamente terminar con su vida. Cómo creyeron que ese simulacro de investigación en el lugar donde lo hallaron muerto podía ser aceptado.
El sólo cambio de los investigadores hizo aparecer, pese a los rastros que se intentaron borrar, las obviedades que no se vieron y las mentiras que se plantaron, que su cuerpo estaba previamente golpeado y que en el lugar del hecho no estaba sólo sino con la poco amigable compañía de dos asesinos que valoraron que, pese a que ya había hecho la denuncia, podía hacerle más daño vivo que muerto al gobierno de turno.
Las marchas multitudinarias, las voces gritando por justicia, previeron que pronto serían acalladas sobre todo instalando que en definitiva, era una mala persona.
El “relato” adquirió entre nosotros una fuerza, una presencia que que deglutió la verdad, las evidencias, el sentido crítico.
Muchos sindicalistas y actores sociales que pretenden interpretar las necesidades de aquellos que confían en ellos, nos hablan de la miseria desde mansiones invaluables y trasladándose en jet privados que muchas veces le pertenecen. Cuándo y cómo ganaron esa fortuna que ostentan, parece no interesarle a nadie ni siquiera a sus propios representados que, seguramente nunca los vieron con alguna herramienta de trabajo en la mano, pero sí los ven constantemente en autos blindados ostentando bienes que quienes trabajan no pueden obtener.
No sólo esconden la verdad de su fortuna sino que se apropian de las obras sociales para acrecentarla y no para mejorar la salud de aquellos a quienes deberían representar pero que sólo son el escudo tras el cual esconden su impudicia. Cuando ven que alguna mirada indiscreta intenta encontrar respuestas a lo inexplicable, amenazas, violencia, desde, parar el país a incendiar la provincia, son frases con las que procuran que su impunidad continúe.
La verdad también se escurría en los expedientes donde se denunciaban las cosas atroces que acontecían desde el gobierno o amparados por él. Pero sus nutrientes quedaron atrapados en los cajones de los despachos y supieron convertirse en pedidos de indagatorias y procesamientos, cuando las circunstancias fueron “más propicias”. Sin duda merece crítica no tener la gallardía de investigar al poder, pero los indicios indican que sólo pudieron hacerlo quienes eran casi héroes, porque el peligro era inmenso. No encuentro respuesta por eso prefieren valorar que, aunque tarde, hoy se pueda buscar qué sucedió realmente.
¿La verdad le importa a los organismos internacionales que, sin conocer las constancias del expediente pero, cediendo a las requisitorias de quienes conocen como moverse en sus politizados corredores, “sugieren “ que se cambien las condiciones de detención de Milagro Sala? ¿Siguieron pensando que la prisión domiciliaria era lo justo cuando vieron la mansión a la que era trasladada y que sin pudor reconocía como propia una dirigente social que debió haber bregado por una vida mejor para el pueblo jujeño? ¿Pensaron alguna vez en los testigos que temblando de miedo se animaron a contar lo que sucedía, porque creyeron que estarían amparados de su venganza estando detenida?
Algunos organismos de derechos humanos quedaron convertidos en una cáscara que no puede distinguir entre víctimas y victimarios. Que solicita amenazando e insultando. Que valora en forma absolutamente diferente la vida de un militante que la de cualquiera otra persona. Los derechos humanos se convirtieron en derechos para algunos y azotes para otros.

El miedo rondaba muchos despachos judiciales. Las voces no se alzaban contra las presiones que llegaron a hacer sentir la vulnerabilidad, no sólo del Magistrado, sino de su núcleo familiar.
Digo miedo y no complot, porque las pruebas no se evaporaron, quedaron allí en un oscuro rincón esperando.
La soberbia de ayer, en aquellos funcionarios señalados en las denuncias ha mutado.El rostro avejentado y carente de expresión de De Vido frente al Tribunal que va a juzgarlo por la tragedia de Once en la que, ni la decena de muertos, ni la angustia de quienes los querían, conmovió a las máximas autoridades del país, que sólo operaron para que la culpa fuera del maquinista que conducía la formación. Un letrado, supuestamente representante de algunas víctimas, llegó al juicio para defender a los funcionarios y señalar al trabajador como único responsable. Es decir para prevaricar sin pudor y hoy, para que no nos quedaran dudas que no fue por ignorancia, es abogado de alguno de los funcionarios a los que intentó proteger, incluyendo quien por entonces era presidente de la Nación.
Tuvieron la dificultad, para montar la falsa escena imaginada, que el Juez al que le correspondía investigar no cediera a sus presiones, ni a los insultos y provocaciones del letrado mencionado, ni a los intentos de denunciar a su hijo y a él ,con falsas acusaciones, sino que se conmoviera por el dolor de las víctimas y buscara la verdad de lo ocurrido tras el velo oscuro con el que intentaron ocultar que esas muertes tenían como principal verdugo a la corrupción.
La cárcel de Ezeiza se ha convertido en un club de amigos (aunque no sabemos si lo siguen siendo, pero durante más de una década fueron incondicionales aliados) que debería aumentar el número de “socios” si se escuchara la consigna que emitió la Cámara Federal cuando dijo que deberían estar presos quienes aún conservan poder como para intentar desviar las investigaciones.

Cristina Fernández, el ex ministro de Planificación, Julio De Vido y José López

Jueces que “renuncian “ o son separados de sus cargos luego de haberles hechos innumerables servicios a quienes necesitaban impunidad. No es un mensaje menor para aquellos que todavía se debaten con el miedo a que el poder recientemente amenguado, retome sus fuerzas y los pongan en la lista de los traidores que deben ser sancionados.
Una pregunta que resuena en todos los pasillos es, si los fueros que tienen o adquirirán alguno de los protagonistas del apocalipsis, evitará que la justicia avance y disponga la pérdida de su libertad ambulatoria. Ese interrogante genera como respuesta otro: ¿Algún legislador se animará a tomarle juramente a una Senadora acusada o procesada por “Traición a la Patria”?. Podrán hacer la vista gorda a los temas de corrupción en los que muchos no pueden tirar la primera piedra, pero se animarán a albergar en su “aguantadero” a quien se imputa de acordar con quienes cometieron un acto de guerra contra Argentina del que resultaron decenas de muertos y centenares de heridos. Podrán seguir mirando a la cara a un pueblo al que se lo intentó engañar diciendo que la causa avanzaría si dejábamos de incomodar a quienes se sospecha que son sus autores.
Desconozco si de pronto la verdad comenzó a ser valorada, si  la palabra comenzó a recobrar el sentido del que había sido vaciada o si sólo se trata de un impulso pasajero que despertó las conciencias cuando las bolsas llenas de dólares del subsecretario López, cayeron más que dentro del convento en la que pretendía ocultarlas, en las conciencias de aquellos que deben ayudarnos a que el relato no le gane a la verdad.