martes, 13 de octubre de 2020
«La quinta marcha», por Marta NERCELLAS

Por Marta NERCELLAS, para SudAméricaHoy

En el primer artículo de la Constitución Argentina los constituyentes no vacilaron. Adoptábamos como forma de gobierno la “representativa, republicana y federal”. La manda constitucional y la categórica claridad de sus conceptos se fueron desgranando mientras se amarilleaban las hojas de aquel primer documento.

El federalismo fue agredido omitiendo sancionar la ley de coparticipación. Esto impuso en los hechos un unitarismo fiscal que permitió que el gobierno central fuera quien recaudara y repartiera a su antojo los recursos impositivos.  No se trata sólo de un tema económico.  Ese dinero público caprichosamente manejado, lima las autonomías provinciales. Los gobernadores deben indicar a sus legisladores que cedan al capricho legislativo de quien dirige el gobierno central, porque en caso contrario no le girará ni siquiera los fondos para pagar los sueldos de los empleados públicos ni  para aquellas obras imprescindibles. El fuego con el que puede arder la provincia debe ser acallado con los fondos que les gira la Nación, pero en esas cenizas quedan sepultadas las autonomías provinciales.

Los principios republicanos son abolidos diariamente con los hechos de corrupción, los ataques a la división de poderes que se suceden sin solución de continuidad, los constantes ataques a la libertad de expresión, las absurdas comisiones que se integran para avasallar libertades.

Y la forma representativa, aquella que la constitución define como: “El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta constitución…” es desoída por el pueblo al observar que las autoridades hacen trizas con el federalismo y el republicanismo.

 La quinta marcha de auto convocados (en los diez meses desde que gobiernan) mostraba que no es el virus la peor pandemia que nos azota, la desesperanza cala más hondo y genera mayor angustia. Los gritos de la gente volcada en las calles de todos los pueblos, pedían que la justicia actúe e impida que la agenda de impunidad se anteponga a la de las necesidades de la gente.  Las letras de molde que las redes virilizaban se convirtieron en miles de personas en las calles.  Los pedidos iban adquiriendo volumen ante cada agresión a las leyes de la lógica de quienes imponen, en la cubierta del Titanic, que la gente baile al compás de una música que sólo sirve para aquietar los miedos de quien teme terminar en la cárcel.  Pretenden que un país entero colabore en borrar cada foja escrita en los expedientes que develan el saqueo.  

Intentaron acallar el murmullo de queja de la gente con el miedo, al contagio primero a las represalias después. Pero cada amenaza era leída como un insulto a la dignidad y fortalecía la convocatoria a expresar el repudio que genera esa forma de gobernar.

Un Congreso que se auto acuarteló ante el decreto de aislamiento; que le entregó con su pasividad la suma del poder público al Poder Ejecutivo, comenzó tarde a sesionar en forma virtual. La cuarentena permitió que desde sus hogares la gente viera el atropello con el que se dirigían las sesiones. Vio cómo se silenciaban los micrófonos de los opositores para impedir que se manifestaran.  Vio la soberbia con la que se imponía una agenda alejada de sus necesidades. Vio a un congreso que estaba a merced de las necesidades personales de una persona que insiste en instalar un cristal entre la realidad y nuestra mirada. Un cristal que sea lo suficientemente grueso para ocultar el revoleo de bolsones cargados con dineros robados a las arcas públicas  y oculte la imagen de sus más próximos colaboradores dilapidando millones en sus vidas dispendiosas mientras la pobreza y el hambre es padecida casi por uno de cada dos habitantes. Pretenden acallar las voces de los “arrepentidos” explicando cómo se saqueó a la Nación con la acusación de “law fare”.  Una etiqueta mágica con la que creen borrar las huellas que sin pudor dejaron en cada institución pública que saquearon.

Los representantes que debían representar esas voces que claman por justicia, los pedidos para que el Poder Judicial se decida a actuar como un mayor adulto, seguían en silencio. No se escuchaban tras los muros los sordos ruidos que describe la marcha patriótica y que indica que las huestes se preparan para dar la batalla por la dignidad de su pueblo. Y entonces, ese pueblo, advirtiendo que no tiene intermediarios que los representen, decidió desoír al último vestigio que quedaba del artículo primero de nuestra constitución. No habiendo representantes que asuman sus reclamos se volcaron a la calle. Con sus autos, sus bicicletas o simplemente caminando. Con la bandera azul y blanca como único distintivo. En paz. Sin lideres políticos. Se auto convocaron por las redes para manifestar su desazón por lo que ocurre. Para no dejar que se consume la impunidad dejando que sólo los corruptos escriban la historia. Para que el mérito, el trabajo, el estudio y la honestidad no se conviertan en el blanco móvil de quienes temen ser comparados, decidieron marchar y reclamar. Mostrar que la apatía a la que la quieren sumir con el encierro no está resultando eficaz como el gobierno pretende.

Difícil calcular los miles de ciudadanos que se desplazaban en las diferentes ciudades del país. Mas sencillo es describir el cómo: en paz, con barbijos y con respeto por la distancia social. Muchos sin bajarse de sus autos. Otros soltando globos celestes y blanco mientras entonaban el himno. Ningún político ni ningún discurso les había dado cita. Ningún colectivo les facilitó el traslado. Ni agua o un choripán que premiara su concurrencia. Fueron por decisión propia y permanecía esperando que tal vez quienes gobiernan se decidan a escuchar sus reclamos.

Los carteles que portaban, caseros, muchos escritos sobre cartulinas en birome, pedía condenar a los corruptos, acabar con la corrupción, que la justicia se despertara de su siesta, libertad para expresarse, no permitir que avance la censura.  Emocionaban los jóvenes que afirmaban que no se quieren ir del país porque quieren tener un futuro acá.  Muchos carteles repetían: “Cuando la patria está en peligro todo está permitido menos no defenderla” o “Necesitamos un gobierno “blue” porque el oficial no existe”.  El Argentina sin Cristina o Google tenía razón cuando la definía como chorra eran los que subrayaban cuál había sido la figura convocante: la vice a cargo de la presidencia.

En un momento en el que estamos en los primeros lugares en relación con el número de contagios y muertes que produce el covid 19; en el que la gente se queda sin trabajo y las empresas quiebran ante la imposibilidad de recobrarse; la mayoría de los reclamos eran por Justicia y libertad.

Ante un gobierno que entiende que la realidad es sinfónica. Que dice una cosa y hace otra. Que se niega a atender lo que le pasa a la gente. Que con asistencialismo cree que doblega las voluntades y puede olvidarse de programar el mañana por un puñado de arroz con el que calma el hambre de hoy. A autoridades que afirman que los medios hegemónicos movilizan los reclamos por ánimo destituyente. A esos funcionarios, la gente caminando pacíficamente, sin lideres ni consignas unificadas, le reclamó que se entere que ningún gobierno está por encima de las leyes.