domingo, 20 de mayo de 2018
«Lo de Argentina fue miedo, no pánico», por Carmen DE CARLOS


Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

Miedo y no pánico, ese fue el sentimiento que se instaló en Argentina durante un par de semanas. Miedo en el Gobierno (no reconocido) de que todo se fuera al traste, miedo en la gente de repetir la historia de los corralitos y miedo en el mundo de que Argentina, la mejor promesa de Sudamérica, se fuera por el desagüe de la desconfianza.
El presidente no cambió ni parece que vaya a cambiar a ninguno de los ministros que tiene poder de fuego en la economía y en la política. Mauricio Macri ve -y seguirá viendo-a través de los ojos de su jefe de Gabinete, Marcos Peña pero descubrió que es hora de mirar a través del cristal de otras voces con autoridad que, en cierto modo, estaban marginadas o en un segundo plano.
A la vista de los acontecimientos recientes, es decir, de la crisis que no fue crisis pero que tuvo a medio mundo y a la Argentina al completo, en vilo, el presidente de Argentina cambió. Abrió el juego a sus aliados y al peronismo, recuperó a políticos de raza como Emilio Monzó (titular del Congreso) y ratificó a Rogelio Frigerio (ministro de Interior), los dos que estaban, sin estar, entre los suyos. En el mismo movimiento escenificó una “mesa chica” más grande y aprovechó para exprimir el jugo de la credibilidad y la decencia de María Eugenia Vidal y a su manera, de Elisa Carrió.

En esa secuencia, Luis Caputo (ministro de Finanzas) ascendió a un estado que conocía, el cielo de las estrellas económicas de referencia y Nicolás Dujovne (Hacienda) , -pese a su «choco arroz» y sus viajes en avión privado-, sumó puntos con el Presidente (y con Christine Lagarde)  por mérito propio.

El giro de Mauricio Macri, no volantazo, parece que se traducirá en una vuelta al origen de la declaración de intenciones de su investidura: al “arte del diálogo”, imprescindible cuando no se tiene mayoría en ninguna Cámara

El Gobierno necesita palabras claras y decisiones determinantes, para seguir tirando del pesado carro de un país que lleva décadas acostumbrado y convencido, de que tiene derecho a vivir por encima de sus posibilidades.