domingo, 21 de octubre de 2018
«Macri y Carrió o el acosador acosado», por Adolfo ATHOS AGUIAR

Mauricio Macri y Elisa Carrió

Por Adolfo ATHOS AGUIAR, para SudAméricaHoy

Compañeros de escuela recordaban a Eva Duarte entre la tristeza y el remordimiento. Esos –ya ancianos- adolescentes evocaban un episodio menor (la exclusión del elenco de una estudiantina y una explosión de ira procaz) en una cadena de desgracias, como el detonador inmediato de lo que la propia familia Ibarguren Duarte vivió como un precoz descarrío.
Néstor Kirchner sufrió acoso escolar. Luis Majul le dedicó un capítulo entero; Eduardo Arnold anunciaba “La venganza del boludo” como título de una biografía que no publicó; un compañero lo comparaba con Ricardo III y especuló que fue “su necesidad de ser aceptado” la que propulsó su personalidad violenta y abusiva.
Laura Di Marco -entre otros- se explaya en la pulsión de Cristina Fernández por superar el ambiente modesto de Tolosa, el esfuerzo por aceptación en La Plata y su susceptibilidad ante cualquier rechazo. Aspiraciones y experiencias que trazaron un sendero marcado por la grandilocuencia y la tendencia a la impostura.
El acoso escolar –bullying- presenta un mecanismo complejo de retroalimentación entre la conducta del entorno agresor y la personalidad de la víctima. No hay una estrategia aceptada para contenerla. En los casos que no llegan a extremos, los procesos de acoso suelen desmoronarse ante una reacción astuta de la víctima, una crisis provocada al líder o una derrota simbólica oportuna. En los que sí, puede terminar en estallidos de violencia dirigida, indiscriminada o auto infligida.
Es una experiencia recurrente en las personalidades públicas –a veces como acosadores, a veces como acosados- que surge en los análisis biográficos. Es fácil encontrar paralelos de repetición cuando las víctimas acceden al estrellato político y reproducen las condiciones de sus etapas formativas.
En el anecdotario vital de Mauricio Macri se cuentan algunos episodios menores de bullying en Tandil y otros más importantes, en el Colegio Cardenal Newman (donde también se han registrado denuncias de abuso sexual y maltrato institucional). Macri –que mudó su entorno escolar a la Casa Rosada- recurre al mecanismo bully del “ninguneo” (la exclusión o el aislamiento social), como una herramienta de gestión imitada por sus súbditos, prefiriendo el desgaste psicológico a la decisión explícita.
Esa mecánica lo enfrenta ahora a un preocupante episodio reactivo, tras subestimar –otra vez- la probada capacidad de daño de Elisa Carrió. Lilita no necesita respaldo grupal ni mayor provocación para comportarse como una formidable acosadora solitaria. La denuncia que la diputada ha hecho contra el Ministro de Justicia no es particularmente consistente, ni incluye todos los elementos que hubiera podido documentar, pero aprovecha una crisis menor para consolidar su rol de única garantía moral de la coalición de gobierno, y levantar su precio y su presencia.
No está claro que “dejarla enfriar” vaya a funcionar esta vez. El Gobierno no advierte que la brecha de superioridad ética que dice tener frente a los anteriores se ha achicado drásticamente, proporcionalmente a su ineficiencia de gestión. A tres años de iniciado, las prometidas –ni siquiera formuladas- políticas de mejoramiento institucional quedaron en las gateras, tan agotadas por la tensión que difícilmente pudieran arrancar, si acaso existieran. Mauricio Macri se conformó con usar operadores para negociar con los aparatos, sobreestimando su propio poder, el temor que pudiera inspirar y su capacidad de negociación. Nada de eso vive para siempre.
Aunque no sea por ahora una situación de sálvese quien pueda, Carrió tiene un concreto capital moral que defender, una manifiesta superioridad cultural, una historia casi sin claudicaciones y una imagen de sí misma que le ha costado mucho obtener. El achicamiento dramático de las virtudes invocadas por Macri agiganta las suyas.
Si nuestra interpretación de la realidad tiene algún sustento, el bullying rutinario y pedestre de la Casa Rosada ha quedado a merced de la respuesta demoledora y para el lucimiento personal de una verdadera artista del maltrato. ¿Será tanto como para alquilar balcones?.