domingo, 7 de agosto de 2016
Madres hay más de una
Nora Cortiñas con otras madres compañeras de la Línea Fundadora

Nora Cortiñas con otras madres compañeras de la Línea Fundadora

 

Adolfo Athos AguiarPor Adolfo ATHOS AGUIAR

Rodolfo Ortega Peña incluyó en su juramento como diputado nacional el mantra “la sangre derramada jamás será negociada”. Esto era en 1973. Ortega Peña mostraba un intelecto proporcional a su enorme coraje, pero probablemente no le haya alcanzado para anticipar el descomunal baño de sangre que se avecinaba. Él mismo fue ejecutado por formaciones especiales de su propio partido, apenas un año más tarde.
El componente mítico que requiere la consolidación histórica de un personaje resiste bastante mal al desgaste de la sobrevida. Es difícil imaginar a una Evita cincuentona, apoltronada en la burocracia partidaria y desgastada por la lucha de poder con su propio marido, o a un Che octogenario, enfundado en un jogging rojo, intentando administrar recursos escasos y mirándose de reojo con sus viejos camaradas. El propio Perón, muerto unos días antes de Ortega Peña, asumió su tercer mandato cuando ya no estaba en condiciones de conducir a su partido, ni resolver la menor de las disputas que había sido maestro en manipular.
A veces puede pasar lo mismo con las instituciones. Las Madres de Plaza de Mayo se iniciaron en abril de 1977, con un puñado de mujeres en procesión estremecedora y de enorme valor simbólico. Recién en agosto de 1979 se dieron una base institucional. En su acta fundacional decían: “Queremos la paz, la fraternidad y la justicia. Anhelamos para la Argentina la vigencia de un sistema democrático, respetuoso de los derechos fundamentales de la persona humana. Creyentes o no, adherimos a los principios de la moral judeo cristiana. Rechazamos la injusticia, la opresión, la tortura, el asesinato, los secuestros, los arrestos sin proceso, las detenciones seguidas de desapariciones, la persecución por motivos religiosos, raciales, ideológicos o políticos. No juzgamos a nuestros hijos detenidos y desaparecidos. Ni siquiera pedimos su libertad. Solo pretendemos que se nos diga dónde se encuentran, de qué se los acusa y que se los juzgue de acuerdo con las normas legales y con el legítimo derecho de defensa, si se considera que han cometido algún delito. Que no se los torture. Que se los mantenga en condiciones decorosas. Que podamos verlos y asistirlos. ¿Puede haber una súplica más simple, más elemental, más correcta, más humana, más cristiana?”.


En 1981, quizás 1982, asistíamos a un pequeño grupo regional de familiares de desaparecidos que se vinculaba a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Muchos se aferraban todavía a esa esperanza de encontrarlos con vida y se empeñaban en la investigación de sus “destinos y paraderos”. Conocimos entonces a Hebe Pastor de Bonafini, en una aproximación cuyo anfitrión fue el Pastor Carlos Gattinoni, fundador y copresidente de la Asamblea Permanente. Varios de los asistentes se sintieron ya entonces impresionados por su iracundia mal contenida y la pretensión de imponer deudas personales e históricas. Finalmente, su asimilación “estratégica” a Madres de Plaza de Mayo frustró todas sus investigaciones, que fueron abandonadas durante años. Alguno de los padres murió sin hallar a su hijo donde estaba enterrado oficialmente y debidamente identificado.
Esa clase de tensión eclosionó un par de años más tarde, con la escisión de la Línea Fundadora (“Las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora nos conformamos de manera horizontal, con igualdad de responsabilidad y actuamos con similar responsabilidad. La lucha de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, si bien es de alguna manera política, no es partidista y se asienta en un criterio amplio de respeto hacia todas las ideologías y credos religiosos”), pero algunos daños ya eran irreparables.
El periplo de Madres de Plaza de Mayo se transformó en una parodia a partir de la advenediza aproximación de Néstor Kirchner, y la historia reciente se encuentra suficientemente documentada. En su estructura mental, no le falta razón a Hebe Bonafini al resistir su detención. ¿Por qué habrá de respetar a los mismos jueces federales que ha visto participar de los mismos negocios políticos y económicos con los derechos humanos vulnerados?. ¿Por qué habría de colaborar en el lavado de imagen de jueces que permanecieron sordos y ciegos a la corrupción durante más de veinte años?.
No obstante la foto de la “resistencia”, con vociferantes personajes de merecido prontuario por delitos de corrupción, torna inevitable el recuerdo de Ortega Peña, y al final preguntarse cuánto valía la sangre derramada.