martes, 8 de diciembre de 2015
Mauricio Macri, el hombre que le puso un límite a Cristina Fernández
De arriba abajo y de izquierda a derecha, Alberto Nisman, fotografía de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en silla de ruedas tras la muerte del fiscal

De arriba abajo y de izquierda a derecha, Alberto Nisman, fotografía de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en silla de ruedas tras la muerte del fiscal

Carmen pequeñaPor Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

La historia de los Gobiernos de Cristina Fernández no puede contarse sin recordar a Néstor Kirchner. Sin él la Presidencia de ella no habría existido. Y sin ella, siempre será un misterio saber qué habría sido de él. Lo cierto es que lo conyugal se hizo negocio y el negocio se transformó en política para hacer más negocio y lograr el poder. Con otras palabras se lo contaba la viuda de Kirchner a Olga Wornat en “Reina Cristina”. “Hay que hacer plata para ser presidente”, le insistía para explicar su codicia –gracias a las ejecuciones hipotecarias- en el sur del sur de Argentina: Santa Cruz.

Esta versión, en los últimos tiempos, CFK la ha ajustado y matizado en su beneficio. Es normal en una persona que adquirió el hábito –y logro convencer a millones- de narrar una realidad alejada de la verdad. Lo que no es normal es la insistencia, hasta el último minuto de su Gobierno, en negarse a aceptar que la Presidencia, y más la suya, no fue ni es para siempre. Tanto le duele perderla que se quedará en su casa y no irá ni al Congreso ni a la Rosada. 

La frase de la diputada Diana Conti, “Cristina eterna” y el eslogan con el que pretendieron hacer creer a los argentinos y al mundo que el país era suyo, “Vamos por todo”, pasó como pasan los años. Quedó vieja sin remedio, arrugada y sin musculatura porque no hay cuerpo –político o físico- que aguante, por muchas intervenciones a las que se someta, sin que acuse las modificaciones propias de la edad.

El kirchnerismo en el poder –en las sombras tardará algo más- está en cuenta regresiva para formar parte del pasado. Le quedan pocas horas de protagonismo pero su máxima exponente no lo asimila. Eso explica una conducta enfermiza y la absurda guerra abierta por el lugar de celebración para entregar el bastón de mando y la banda presidencial. El desafío de Cristina Fernández a su sucesor, los desplantes y la columna publicada en su web donde se presenta como una mujer débil, maltratada y casi con derecho a presentar una denuncia por abuso de género, resultan cómicos por no decir trágicos. 

Dentro y fuera de Argentina son célebres las intervenciones de la última presidenta, incluida aquella épica de Angola. Sus apariciones en el atril, sus menciones con nombre y apellido contra ciudadanos, políticos, periodistas, ministros de otros gobiernos (al de Economía de España le llamó “ese pelao”), y empresas que en algún momento, aunque fuera por un instante, no miraron el mundo a través de sus pupilas están al alcance de un click. Youtube muestra quien es quién y ella no es esa mujer que ahora dice ser. Es la de siempre desde que se instaló en la quinta de Olivos (`pasó más tiempo allí que en la Casa Rosada), una persona sin medida, cruel cuando se le antojaba, beligerante, siempre dispuesta a meter el dedo en el ojo ajeno y llamar rengo al rengo.

La última entrada en su web lo demuestra, pese a tratar de lograr el efecto contrario. De ésta extrajo la vomitona de tuits contra Macri (el presunto maltratador) con la que intentó justificar el «quilombo» del traspaso de mando. Basta un párrafo para entender lo que es maldad: “me atreví a sugerirle (a Mauricio Macri) que fuera Federico Pinedo, que además de ser un hombre de diálogo y un caballero, iba a ayudar a la vicepresidenta electa a superar la dificultad objetiva de su salud para estar al frente de sesiones maratónicas como las que se suelen llevar a cabo con mucha frecuencia en el parlamento”, dice en alusión a la titularidad provisional del Senado. La vicepresidente electa, Gabriela Michetti, se mueve en silla de ruedas, como lo hace también el futuro ministro de Trabajo, Jorge Triaca. La subvestimación y el desprecio disfrazado de buenas intenciones forman parte del estilo de esta presidenta.

Cuenta, no sin cierto pudor, un hombre que conocía bien al matrimonio que en las discusiosnes acaloradas, con él de testigo, Néstor Kirchner llegó a decirle a voces a su esposa, “Te callás yegua o te mato”. La expresión es brutal y la anécdota, con otras variantes, repetida por muchos de su antiguo entorno (el nuevo no estaba cerca).

El único que le ponía límites a “Cristina” era Néstor, insisten los que alguna vez pertenecieron a su círculo. El siguiente que lo intentó fue el fiscal de la Unidad Especial UFI-AMIA, Alberto Nisman, al procesarla como cabecilla de una organización destinada a ocultar y encubrir a los presuntos autores del atentado a la AMIA. Los dos están muertos. El tercer hombre y el último en poner en su sitio a “la señora” está vivo, ganó las elecciones, el jueves ocupará su lugar en la Casa Rosada, la quinta de Olivos y en todos los foros internacionales donde a ella, -ahora lo ha descubierto también-, no la querían.

Barak Obama posiblemente venga a Buenos Aires en el 2016 (queda bien poco), el Reino Unido, Francia, Alemania, España y medio mundo le han abierto los brazos a Mauricio Macri. Y Dilma Rousseff y Michelle Bachelet le han recibido antes de que Cristina se fuera. Demasiada realidad para alguien que vive con los pies lejos de la tierra y, posiblemente, más pronto de lo que piensa, cerca del banquillo de los acusados. Para entonces, el tercer hombre que ya ha marcado su vida estará haciendo historia. Con aciertos y errores, sin duda, pero con la certeza de que no es eterno y Argentina, sí. Al menos, en nuestras vidas.

cristina y macri