sábado, 18 de abril de 2020
«Miedo en la Argentina», por Marta NERCELLAS

Por Marta NERCELLAS, para SudAméricahoy

La pandemia nos encerró en nuestras casas. En un país tan anómico como la argentina no me animo a concluir que fue el Decreto de Necesidad y Urgencia dictado por el Presidente el 19 de marzo, el que echó múltiples cerrojos a nuestras puertas. Creo que lo que las cerró fue el miedo. Ese terror  que se destila en cualquier información que consumimos.   Esas imágenes que nos muestran lo que está ocurriendo en los países que fueron atacados por el virus  antes que nosotros.

 El cambio de nuestras rutinas, el temor por nuestra vida y también por cómo seguirá, después de la pandemia, la vida personal y la social. O tal vez, el espejo que nos  refleja nuestra vulnerabilidad. O quizás , todo eso junto nos hace sentir que tenemos que estar atentos. Atentos a las mentiras que quieren cambiar la realidad a su antojo, que convierten en inocentes y víctimas del sistema a los presos que son liberados por (o con la excusa de) la pandemia. Atentos porque el miedo nos hizo ceder a nuestros gobernandes poderes casi absolutos para que hagan frente a ese invisible enemigo y esa suma de poder y falta de explicaciones de cómo se lo utiliza, puede ser mal usados y hacerse costumbre. Atentos que al bajar la guardia jurídica que nos protege de los excesos y que nos permite reconstruir , juicio mediante, una verdad histórica de aquello que lesionó a la sociedad, no permita que se construya en ese espacio un paredón – que ahora invisibiliza el miedo- que nos separe de nuestros derechos y garantías y que nos impida ver los delitos cometidos desde el abuso del poder.

El desajuste entre la realidad y el relato se profundiza cuando la mirada está distraída por sus miedos.Pasó cuando padecimos la dictadura. La mayor parte de la sociedad “no veía”, no presumía, no sospechaba que los simulacros de enfrentamientos  escondía asesinatos,  ni siquiera se preguntaba por la suerte corrida por los seres cercanos a los que dejaba de ver. El temor nublaba la mirada. Cada uno lo vivió como pudo.

 Hoy es un gobierno elegido por el pueblo;  y es un drama cuyas causas le son absolutamente ajenas a él y a sus predecesores. Pero hoy la historia nos vuelve a poner en un estado de excepción. No hay a quien culpar por las fábricas cerradas, los sueldos que no pueden ser pagados y la mayor parte de una población espiando desde sus ventanas como se hace trizas  su vida y su economía.

Hoy no es el miedo a la represalia lo que nos tiene encerrados y casi en silencio. El autor del desastre es invisible a los ojos, pero no porque resulte esencial como nos contó el Principito, sino porque es mortal.

Hoy la falta de instituciones fuertes ( ni nacionales ni globales) están pasando su factura. El Congreso no pelea por su espacio en la vida institucional. El poder judicial se olvidó que no sólo es garante de los derechos y garantías ciudadanas, sino que es el encargado de equilibrar el ejercicio del poder por parte de todas las autoridades. Cedió su rol demostrándonos que no se pueden seguir cosiendo expedientes en los que se ventilan los temas más trascendentes para la República. Llegó la hora que se enteren que se inventó la computadora.

 Es cierto la pandemia no estaba en la agenda política del gobierno que además recién estaba  intentando instalarse. Pero también lo es que muchos de los funcionarios y grupos de presión nos resultan conocidos de otras batallas.

 Por eso la fragilidad personal se acrecienta al ver que no tenemos instituciones de las cuales copiar su fuerza. Al ver los amagues autoritarios y la falta de intención de los otros poderes del estado, de sentarse junto al ejecutivo para ayudarle a decidir con equilibrio.

Cuando empiezan a pronunciarse las palabras alarma, emergencia, crisis, estado de excepción nuestras libertades están en peligro. Cuando a ese repiqueteo se suman llamados a medios periodísticos porque no les gusta a los gobernantes cómo se exponen una noticia, sentimos que  aquellas palabras pueden robarle la esencia a la democracia.

¿Es casualidad que por “razones humanitarias” se deje en libertad a quien estaba cumpliendo condena confirmada por la Casación por delitos de corrupción graves? Se puede escudar en  razones de humanidad quien  cobró coima por hacer lo que debía al gobierno ( leánse a los habitantes) de una de las provincias más pobres del país, Formosa.

Qué pasará entonces con la “humanidad” de quienes pagaron y cobraron de dos a tres veces el precio de la comida y los insumos médicos  que el gobierno requería para repartirlos entre las personas más vulnerables en medio de la pandemia.

¿Con qué vara mediremos la humanidad? Con la que se utiliza cuando se trata de la libertad de políticos detenidos por corrupción o la que se usa para robarle a los necesitados.

 La pandemia está desnudando no sólo como son realmente muchos de nuestros “líderes”, sino cuánta mentira existió en inauguración de hospitales que hoy sabemos no funcionan ni tienen los elementos más indispensables para un centro de salud.

 Tal vez la pandemia  afinó nuestra piel y agudizó nuestra sensibilidad y por eso genera indignación que Florencia Kirchner diga que a sus padres los persigue la justicia, porque han sido dos líderes políticos. ¿Nunca vió el crecimiento desmedidos de las fortunas de ellos y de quienes los rodeaban? ¿ Nunca vió que sus hoteles vacíos arrojaban importantes dividendos?

 Seguro que están pasando cosas mucho más graves.  Pero no resulta fácil escucharla en silencio  cuando afirma que hubo ensañamiento judicial con ella  pese a que la autorizaron, con la excusa de una nunca bien acreditada enfermedad, permanecer fuera de la jurisdicción de quienes debían juzgarla, todo el tiempo que necesitó para sentir que la mano de su progenitora ya podía volver a manipular a quienes debía valorar sus conductas .

Cuánta impunidad hay que sentir para animarse a decir que dos jueces “hicieron lo que quisieron con ella” y agregar “ que eso la enfermó“

 ¿Olvida que ella estaba en el directorio de las empresas sospechadas de millonarias operaciones de lavado de dinero? ¿Olvida los millones de dólares que se encontraron en su caja de seguridad? ¿No será eso lo que determinó que la convocaran a declarar en tribunales o que requirieran sus explicaciones los medios a los que acusa  también de persecución mediática?

Tal vez sería bueno recordarle (no sólo a ella)  que para que haya sanción resulta indispensable que exista un nexo causal  del daño con su acción. Nexo causal es justamente la relación causa- efecto que permite concluir  que lo hecho es lo que determinó el daño. Su actuar es el antecedente que conecta los delitos que se investigan con su citación judicial.

¿Cree que si no hubiera integrado las comisiones directivas  de las sociedades imputadas , si no hubiera tenido el dinero en su caja de seguridad, el capricho judicial igualmente hubiera dirigido a ella su mirada?

En rigor de los muchos que dañaron las arcas del Estado seguramente es la menos responsable.  Pero enoja su osadía  al decirnos que son los jueces quienes tienen la culpa de pedirle explicaciones. Tal vez cuando ocurrieron los hechos era demasiado joven pero hoy es una persona mayor.

La pandemia desató muchos miedos  pero tal vez por nuestra historia política el que mas temor causa es que quien debe manejar esta crisis ocupe el espacio total y desaparezca la división de poderes.

Creo que es temor y no paranoia porque en este tiempo de excepción además de las decisiones dirigidas a aplanar la curva de contagio del virus, lo único que vemos es liberación de presos acusados de corrupción sin  fundamentos atendibles, compras con sobreprecios por parte del Estado, inmovilización de un Congreso que puede trabajar adecuándose a las medidas de cuidado imprescindibles, jueces que parecen haber enmudecido por el terror.

Es imprescindible recuperar la confianza pero no parece que las actitudes que observamos colaboren  con la tarea.

La pandemia va a hacer trizas lo que quedaba de nuestra economía. Esperemos que no haga también trizas a nuestras endebles instituciones.