domingo, 26 de marzo de 2017
Organismos de DD.HH en Argentina, víctimas de sí mismos y de la historia

Por  Carmen DE CARLOS

El 24 de marzo, fecha del aniversario del golpe de Estado a la viuda del general Juan Domingo Perón, confirmó lo que muchos argentinos sabían. El ser íntimo de buena parte de las organizaciones de derechos humanos es –aunque resulte doloroso reconocerlo- la reivindicación de la lucha armada de los grupos guerrilleros de los años 70.
En Plaza de Mayo madres con pañuelos blancos, abuelas y familiares de víctimas de la última dictadura militar (1976-83) aplaudieron y entonaron un discurso donde, por primera vez en democracia, “en forma explícita se menciona –y con orgullo- a cada uno de los grupos armados”, escribió Silvia Mercado en Infobae, donde reproduce el vídeo del momento preciso y el párrafo del discurso que se puede leer completo en el portal de Abuelas de Plaza de Mayo.
Los argentinos estaban acostumbrados a los exabruptos de Hebe de Bonafini, a su permanente apología de la violencia, a la defensa del terrorismo de los suyos (incluido Eta, Farc …) y a su manifiesto desprecio a cualquier poder establecido que no fuera ella. Dicho de otro modo, a la ley que, ironías de Argentina, se doblega a sus pies aunque se trate de procesarla por delitos comunes como el desfalco de fondos del Estado para la construcción de viviendas.
Pero los argentinos, hasta ahora, no habían escuchado de labios de los movimientos que se presentan como defensores de los derechos humanos una declaración desembozada de apoyo a los grupos que dinamitaron la democracia en las trincheras teniendo a su alcance las urnas.


Produce tristeza infinita comprobar cómo movimientos nacidos por la tragedia, con vocación de conocer la verdad y lograr justicia, se han transformado –salvo excepción- en lo que se vio en Plaza de Mayo. Montoneros, Fap, Fal, Erp y el resto de las siglas que orgullosamente resucitaron sobre y debajo de la tarima, fueron responsables, por su accionar en democracia, de que la teoría de los dos demonios hoy sea algo más que un enunciado para debatir. Aunque el infierno del terrorismo de Estado sea, sin duda, el peor de todos.
Que a estas alturas de la historia se defienda como verdad suprema la cifra de 30.000 desaparecidos, a sabiendas de que es falsa da qué pensar y no precisamente bien de Argentina. Salvo excepción, parece haber terror a defender la verdad porque hacerlo puede significar de inmediato el “escrache” o la pérdida del puesto como le pasó a Darío Lopérfido.
Poner en duda si hubo un plan sistema premeditado de desaparición de personas tampoco está permitido en estos tiempos de cólera marcados más por intereses políticos que humanitarios. Quizás ese plan, como mencionaron los jueces del juicio a las Juntas Militares, estuvo previsto o quizás no pero el resultado fue que se ejecutó de esa forma. De cualquier modo, el derecho al análisis y el debate debe existir.

En Plaza de Mayo, donde hace 41 años se imploraba a Videla, Massera, Agostí y al resto de los criminales que gobernaron el país, que entregaran a los desaparecidos, se pidió por otros criminales como Milagro Sala y se recordó, la última consigna que repiten los organismos de derechos humanos: “Macri, basura, vos sos la dictadura”. Así, un año más, las víctimas de los militares se convierten en verdugos de otros pero, sobre todo, de sí mismos y de la historia.