viernes, 9 de mayo de 2014
Sudamérica y los paraísos de la desigualdad, por José Vales

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Por José VALÉS @jrvales

Los países de Sudamérica, medidos a través de sus ciclos políticos, muestran rastros casi idénticos, aunque con sus lógicos matices. Lo que algunos llamaron la etapa de la conformación de los populismos en la década de los cuarenta, dejó marcas históricas indelebles y en algunos casos el peronismo o el partido Colorado en Paraguay, perennes.

De la época de las dictaduras militares, en los años 60 y 70, quedan grandes cicatrices y algunas heridas abiertas. Mientras que de los neoliberalismos de Alberto Fujimori, Carlos Menem y Gonzalo Sánchez de Lozada, se desembocó en un progresismo que logró devaluar hasta las palabras.

De lo contrario, el término desigualdad, revestiría tanta importancia como la de «ascenso social», con la que varios presidentes atravesaron reelecciones y años. Sin embargo, la «desigualdad», sigue creciendo tanto en Chile, como en Argentina y Brasil. Sin importar mucho los colores ni el perfil político del gobierno de turno. La pobreza sigue ahí, a buen resguardo de los cientistas sociales y economistas que la sacan a pasear con algún ensayo, informe de coyuntura o necesidad de justificar fenómenos y metas.

Dilma, lula, CardosoEn Brasil, tanto Luiz Inácio Lula Da Silva, como la actual presidenta, Dilma Rousseff, repiten que durante sus respectivas gestiones se integró a más de 30 millones de personas a la clase media pero los pobres superan el centenar de millones en el que es uno de los paraísos de la desigualdad social en el mundo.

En Chile, Michelle Bachelet, regresó al poder hace menos de dos meses prometiendo reducir la brecha social que en 20 años de gobiernos de la Concertación y cuatro de la derecha no han podido, no han sabido o no han querido lograr. Y aquí, en Argentina, donde la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, llenó horas y horas de Youtube con sus diatribas contra el menemismo y los años 90 y su «modelo productivo de matriz diversificada», las cosas no han cambiado a lo largo del último cuarto de siglo, salvo los nombres y el tenor de las palabras, que hoy se escuchan, vale la pena repetirlo, devaluadas.

La Argentina viene de 12 años (tres períodos presidenciales) de kirchnerismo,

Cristina Fernández en la residencia de Olivos. Foto Alejandro AMDA (Efe)

Cristina Fernández en la residencia de Olivos. Foto Alejandro AMDA (Efe)

en los cuales, vivió uno de sus ciclos económicos más virtuosos desde los tiempos del primer peronismo (segunda Guerra Mundial). Fueron nueve años (2002-2012) de crecimiento por encima del 5 % del PIB, pero el 32 % de la Población Económicamente Activa (PEA), se encuentra en situación de pobreza y el 10.5% en condición de indigencia, según los estudios de varios economistas y universidades en un país donde el Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC) fue tomado por asalto en el 2008 y desde entonces no brinda cifras fiables.

Esos números no son ni mejores ni peores a los que dejó el menemismo a fines del siglo XX. Sino iguales. Por entonces, el desempleo había llegado a elevarse -en términos reales- al 19 por ciento. Hoy el gobierno sostiene que la tasa de personas sin trabajo es del 7%, pero no computa a aquellos que reciben un subsidio de desempleo. A ellos los computa como empleados pero según algunos estudios representan un universo del 14 ó 15 % por ciento del PEA.

Por entonces (en el menemismo) se privatizaban empresas como la petrolera YPF, con la anuencia del kirchnerismo y en estos años, se nacionaliza a un costo tan alto como el precio irrisorio en el que por entonces había sido transferida a la española Repsol. Sería hasta redundante, mostrar la fuga de divisas, la caída de la inversión externa, la crisis energética de estos años y sumar el crecimiento de la violencia, el desmoronamiento de la educación pública y a la presencia de actores por entonces, en un rol pasivo e incipiente, como el narcotráfico.

Así la pobreza y la pauperización, con el correr de las décadas, se fue convirtiendo en un paisaje característico de Sudamérica. En los últimos años, además, se fue transformando en territorios construidos con el material más noble que pudo dar la región: La resignación.

La generación de pobreza aparece, sigue siendo, a pesar de las mejores coyunturas económicas y el sello del progresismo, la marca registrada de la región. Casi como si se tratara de una, tal vez la única, política de Estado que las sucesivas generaciones políticas, fueran capaces de adoptar.