lunes, 11 de noviembre de 2019
«Crónica de una renuncia», por Carmen DE CARLOS

Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

Resistir, esa era la misión y el objetivo de Evo Morales para conservar el poder. El presidente de Bolivia no pudo hacerlo hasta el final. Las Fuerzas Armadas echaron la última pala a la tumba de lo que pretendía ser su cuarto Gobierno. Cuando el Ejército sugiere que debes renunciar, renuncias. El primer indígena en llegar a la Presidencia se refugió en su bastión del Chapare (Cochabamba) y anunció su retirada. Se fue pero no lo hizo en paz. Su tropa del MAS (Movimiento Al Socialismo) sembró «el terror en La Paz y El Alto», como advertía el diario Página Siete. Los disturbios, saqueos y asaltos, se sucedieron en otras zonas del país. Veremos cómo termina esta historia de fraudes, abuso de poder y violencia. La sucesión, constitucional, está en marcha y la Asamblea Legislativa deberá decidir.

La OEA, esta vez, no dudo. Descubrió las pruebas de lo evidente, las elecciones habían sido una farsa para sostener la fórmula Evo Morales y Alvaro García Linera. A ninguno de los dos les quedaba un sólo clavo al que agarrarse. Bolivia era un caos y estaban solos. La única autoridad que parecían quedar eran los militares y la policía tras la renuncia de gobernadores y autoridades oficialista en cascada.

Juan Carlos Cejas,  gobernador de Potosí (enclave de minas de plata) dejó el cargo “en aras de la paz de la región”, ante una situación que consideró, como harían otros más, terminal. “No me voy a aferrar al cargo” ni “voy a arriesgar a mi familia”, declaró tras hacer efectiva su dimisión. Los mismos pasos y justificación ofrecería el alcalde la ciudad de Potosí, William Cervantes: “hay que pacificar el país” insistió.  Iván Arciénega, alcalde de Sucre y hasta el viceministro de Turismo , Eduardo Arze García, habían puesto su renuncia sobre la mesa. La réplica en  el exterior, la dio el embajador en París, el general Gonzalo Durán, ex comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y la secuencia siguió, a lo largo de ese domingo negro para el último bolivariano en Sudamérica.

En simultáneo o con diferencia de un puñado de horas, en Tarija -según informaba la prensa boliviana- un grupo de oficiales se arrodillaba, para rezar con el pueblo. En La Paz, columnas de opositores cercaban la sede de la Televisión estatal a la que acusaban de estar al servicio del Gobierno. En el Chaparé cortaron todos los pasos a los opositores y en Cochabamba se aguardaban las columnas de refuerzo de campesinos y cocaleros que responden a la petición de ayuda de Evo Morales. En su cuenta de twitter el presidente escribió que incendiaron las casas de su hermana Esther y de los gobernadores de Chuquisaca y Oruro. 

Los que abandonaban el barco de Evo Morales se multiplicaban. Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores de México, reconocía: “Ya tenemos solicitudes de asilo en curso que atenderemos”. El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en palabras de su secretario, advertía lo que era evidente: “La situación en Bolivia es muy grave” y se apuntaba a la opción que le permitiría tener un respiro y ganar tiempo a Evo Morales, “el diálogo convocado es urgente”. No fue posible. Demasiado tarde.

La oposición y los movimientos cívicos, se negaron a negociar sobre la mesa de lo que consideraban, a todas luces, un fraude electoral. La experiencia de Venezuela les enseñó que ese tipo de propuestas, en apariencia conciliadoras, cuando se trataba de miembros del antiguo “eje bolivariano”, tienen como objetivo genuino recuperar el control para perpetuarse en el poder. El ejemplo del Grupo de Contacto impulsado por AMLO, siglas por las que se conoce al presidente mexicano y por Tabaré Vázquez (Uruguay), con el respaldo de otros países y la Unión Europea, es una prueba solvente de ello. Los partidos de la oposición lo tenían claro y no cayeron  en la trampa de Morales. Carlos Mesa, ex presidente y candidato de Comunidad Ciudadana, no se iba a dejar engañar por el líder bolivariano que se rodeó, en su propia tierra, de cubanos y venezolanos importados por las dictaduras de Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel. Mesa insistía: «No tengo nada que negociar con Evo Morales y su Gobierno». Y Luis Fernando Camacho, alias “el macho”, como se conoce al lider cívico de Santa Cruz de la Sierra (motor económico de Bolivia),   pedía la cabeza de Morales. Cumplido el objetivo amenaza con una lista de juicios interminables en su contra.

El ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga, activo en las movilizaciones sociales, le dirigió un mensaje al presidente poco antes de que éste renunciara. “Debe entender que el pueblo boliviano le está diciendo que debe irse”. En la Plaza de Murillo de La Paz, sede del poder ejecutivo, Quiroga, advirtió: “El pueblo va a llegar a palacio por la vía democrática, pacífica y constitucional, con Carlos Mesa presidente, no con insurrecciones” porque “el único golpista fue Evo Morales. Él, desconoció el referéndum del 21 F (febrero del 2016) cuando Bolivia le dijo NO”  a presentarse a un cuarto mandato consecutivo.

El presidente apareció en El Alto (cinturón de La Paz a más de cuatro mil metros de altura). Sin escolta de edecanes  militares, desde el hangar del avión presidencial, se dirigió al pueblo y al cuerpo de policías, amotinado en su totalidad, para anunciar concesiones a sus demandas laborales. Más tarde anunciaría elecciones y finalmente, desde El Chaparé, su dimisión.

El fantasma de la huida del ex presidente  Gonzalo Sánchez de Lozada, en octubre del 2003 y el reguero de sangre que dejó, con más de 60 muertos por la «guerra del gas», sobrevoló como pájaro de mal agüero. La suerte de Morales estaba echada, la de Bolivia, está por ver.