martes, 30 de agosto de 2016
Juicio y farsa de Dilma en el patíbulo

sudamericahoy-columnistas-veronica-goyzueta-bioPor Verónica GOYZUETA
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, se presentó ante el pleno del Senado para pronunciar su último discurso. Lo hizo mientas empacaban su mudanza. Del lado opuesto, el presidente interino Michel Temer, esperaba confirmar la votación que le garantice que podrá viajar como presidente oficial de Brasil, a la reunión del G20 en China. Su esposa y futura primera dama, Marcela Temer, también empacaba su mudanza para entrar en la residencia oficial del Palacio de Alvorada. Lo hará apenas Rousseff salga del edificio que ha sido su trinchera en los últimos tres meses.
A partir de ese momento, con todos los papeles claros, los políticos brasileños se volcarán a las campañas para las elecciones municipales, y la economía volverá a facilitarle la vida al Gobierno, dispuesto a seguir el juego después del montaje de lo que ha sido una farsa política con la participación de los tres poderes en nombre de la democracia.
En uno de sus mejores discursos, Rousseff, que no tiene nada más que perder, recurrió a la emoción, no tanto para llegar al corazón de los senadores, que no cambiarían sus votos, pero sí de los brasileños, que aún pueden movilizarse por ella. En un discurso de guerrilla fue a encarar y dejarle recados a los senadores, uno a uno, respondiéndoles un largo interrogatorio, y advirtiéndoles que serán juzgados por la historia, como si fuese una maldición de gitana.
“Sabemos lo que pasa cuando un sistema condena a un inocente”, le dijo la mandataria, a su opositor Aloizio Nunes, líder de la Social Democracia que como ella fue guerrillero y estuvo un día del mismo lado. “Prefiero el voto directo”, confrontó a Aécio Neves, a quien derrotó por margen estrecho en las elecciones presidenciales del 2014. Dejó claro que sufrió una persecución de Eduardo Cunha, el expresidente del Congreso, que abrió el proceso, por no aceptar su chantaje. “No me doblegué”, enfatizó sobre el diputado ahora investigado por corrupción. “Entre mis defectos no están la deslealtad ni la cobardía”, dijo como si tuviera a Temer al frente, pero que valía lo mismo para su audiencia formada por exministros suyos y ex-aliados.


Ante un pleno mudo formado por un tercio de acusados de corrupción, la misma fracción necesaria para condenarla, Rousseff se refirió a “la ironía de la historia”, agregando que no enriqueció ni existen dudas sobre su honestidad. “Señores Senadores, estamos a un paso de una ruptura constitucional. Estamos a un paso de un golpe de Estado”, echó sobre un hemiciclo formado mayoritariamente por hombres, al que llamó de “machista”.
Emocionada, Rousseff comparó a sus verdugos a los militares que la juzgaron en la dictadura, en una imagen famosa de sus campañas, que la muestran altiva, mientras los generales se cubren el rostro avergonzados. “La forma sólo no basta, es necesario que haya contenido”, defendió sobre su inocencia en un juicio que se cansó de llamar de injusto.
Sin ninguna oportunidad de volver a hacer las paces ni de volver a su oficina en el Planalto, Rousseff fue al Senado a dejar su sello en la historia y a defender su biografía. Su visita sacó del guión a los parlamentarios que tuvieron que oír de su boca decenas de veces, a lo largo de un lunes histórico, que estaba Brasil frente a un “golpe parlamentario”, ya que no había crimen.
De hecho, la acusación que pesa sobre Rousseff es compleja, pues se sabe que antecesores e incluso senadores que la juzgan, realizaron maniobras administrativas similares para poder cubrir las cuentas cuando estuvieron en cargos ejecutivos.
La acusación presentada y en debate, atiende lo que es viable para darle legitimidad al proceso, previsto en la Constitución, y ha sido redactada por tres abogadosuno de ellos ex-petista-. Helio Bicudo y Miguel Reali Junior, dos de los más prestigiosos abogados del país, contaron con la fuerza dramática y antagónica de Janaína Paschoal, más joven que ellos, que asumió sin problemas la cara de la acusación.
Rousseff está siendo condenada por haber sido una muy mala política, en el amplio sentido que eso tiene entre sus colegas. Al contrario de sus pares, ella evadía las habituales «negociatas» (acuerdos espurios), reparto de cargos, atenciones interesadas, fondos convenientes y mimos falsos. Su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, fue el mejor en atender y oír políticos, así como Fernando Henrique Cardoso antes de él. La tecnócrata Rousseff siempre sufrió con ese papel, dejando a los parlamentarios esperando o sin recibirlos nunca. Lo mismo con diplomaticos. La lista de embajadores esperando acreditaciones, se volvió una de sus marcas negativas en Brasilia, una ciudad que vive como pocas la vida diplomática.
La presidenta suspendida de Brasil también está siendo juzgada por otros problemas que no constan en la acusación, como cargar la desgastada imagen del Partido de los Trabajadores (PT) con buena parte de sus cabezas embarrados por la corrupción, así como por haber pintado en su campaña de reelección una economía mejor que la que estaba, en el pleno ejercicio de la demagogia dirigida por sus publicistas pagados a oro e probablemente de desvíos.
Rousseff paga el precio de no saber moverse desde el Gobierno en las arenas movedizas de la política actual. A partir de la próxima semana se cierra la farsa de este juicio y terminará la pesadilla (para ella y para Brasil). El país volverá a funcionar: la bolsa sube y el dólar cae, y los políticos se centran en la campaña municipal con las mismas prácticas de siempre.