viernes, 19 de agosto de 2016
Presidente en el «País de las Maravillas»

alfredoPor Alfredo BEHRENS

La movilización política en el Brasil se interrumpe en el verano. La propia Dilma Rousseff confundió como apoyo la retracción estival de la oposición que, en el 2015, la había mantenido acorralada durante el primer año de su mandato. Mal había pasado el verano cuando en marzo de este año Dilma sufrió la mayor manifestación callejera de la historia del Brasil. De ahí en adelante fue “barranca abajo”.

Este año las olimpíadas de Rio nos proporcionaron un veranillo político en pleno invierno; pero las olimpíadas terminaron y muy probablemente, en unos días, acabará prematuramente el mandato presidencial de Dilma, por decisión del Senado. Temer, quien fuera su vicepresidente, -le había llamado “compañero de todas las horas”-, dejará de ser interino y según Dilma, “Jefe del Golpe”, para ser Presidente del Brasil por el resto del mandato. O sea, por dos años más.

Temer no ha dado muestras de que es capaz del liderazgo necesario para hacer lo único que es posible en los próximos dos años: estabilizar el cuadro macroeconómico, deteriorado durante el primer gobierno de Dilma. El ingreso del gobierno cayó durante este primer semestre y su primera propuesta, para contener el crecimiento de los gastos, fue derrotada en la Cámara de Diputados. Para doblegarla Temer pretendería movilizar el electorado, único capaz de picanear a los políticos hacia el cambio aunque haya elecciones municipales el próximo octubre.

Si bien un buen modelo macroeconómico precisaría de dos años para mostrar resultados, Temer no dispone más de unos tres meses para implementarlo. Después viene nuevamente el verano y sus recesos. Para marzo del próximo año los políticos, con el ojo en las elecciones presidenciales y para gobernadores del 2018, buscaran aislarse de la responsabilidad de apoyar un plano antipático y de resultados inciertos.

Es decir, para alcanzar resultados, un plan macroeconómico debería ser lanzado en cuanto Temer se vea libre de Dilma. Para eso, el plan ya debería estar finalizando pero… no se conoce ninguno. Sorprender a la población después del veranillo olímpico no es la mejor forma de asegurar su apoyo en lo que debería inaugurar una era de mayor transparencia y corrección. Temer es un hombre del pasado con el que no se construirá un futuro mejor. Después de todo, por más que Dilma hoy lo rechace, Temer fue su “compañero de todas las horas”.

Temer no parece haber sido fraguado para más que el papel de vice. Es un político sin carisma, malo en las votaciones y, al borde de los 76 años, está poco en sintonía con la modernidad. Lo ilustra el nombramiento de sus ministros, entre los cuales no había ninguna mujer ni tampoco un negro. Peor, en ese ministerio hubo quienes inclusive expresaron descontento con el combate a la corrupción y todavía hay otros que proponen reducir los gastos con salud y educación.

Pero el problema mayor no es Temer. Este no es sino la expresión de la dificultad del Brasil para ofrecer al electorado un sistema partidario que refleje las nuevas aspiraciones de la sociedad. Estas fueron ilustradas en las calles por el apoyo popular a la acción de los jueces, fiscales y de la policía federal en sanear la política.

Pero hasta ahora no han surgido liderazgos alternativos capaces de canalizar el anhelo por la modernidad. Esta no se restringe a la política, engloba también al sector privado, poco productivo y renuente a promover la incorporación de los marginados. Por eso, no hay casi dirigentes negros en las grandes empresas. Se alega falta de preparación entre los negros pero cómo alcanzarla si, como dice una mujer que vive en la favela del Alemão en Rio de Janeiro, “vivimos en peores condiciones que las ofrecidas a los caballos que vinieron a competir en las olimpíadas”.

Los políticos brasileños ya están perdiendo y jugando en el tiempo de prorroga, pero no parecen haberse dado cuenta que su mundo no pasa de ser un amor esquivo en una noche de verano.