martes, 1 de mayo de 2018
«Piñera y sus hermanos», por Carmen DE CARLOS

Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

Si la memoria no traiciona Sebastián Piñera fue el primer presidente de la región en colocar su abultada fortuna en un “fideicomiso ciego”. La iniciativa, en su primer mandato, trataba de dar respuesta a los escépticos que dudaban sobre sus intenciones una vez instalado en el Palacio de la Moneda.
El presidente de Chile realizó una excelente gestión que, en los hechos, ni sus más acérrimos adversarios pudieron cuestionar. Los argumentos o palabras en su contra apuntaban –como apuntan- a la falta de simpatía política pero no a una Administración ineficaz o bajo la sombra de corrupción, escenarios que, ironías de la historia, conoció su predecesora y sucesora, Michelle Bachelet.
Salir airoso de aquellos años a los que entró en pleno terremoto, y no es en sentido figurado, no fue una misión fácil. Lograr su reelección tras el paréntesis de Bachellet, tampoco parece que le resultara un camino de rosas. Por eso, resulta inexplicable que un hombre como él pretendiera designar a su hermano Pablo como embajador en Buenos Aires. Imaginar que adoptaría una decisión semejante es lo mismo que pensar que pudo barajó el nombre del «negro» Miguel, su otro hermano, como ministro de Cultura. Un delirio.
El escándalo mantuvo al flamante presidente diez días en la picota y adquirió tal dimensión que obligó a suspender la habitual ronda de preguntas en la Casa Rosada, durante su escala Argentina, tras entrevistarse con Mauricio Macri. Piñera, entre las cuerdas del ring que él mismo construyó, tampoco permitió a los periodistas que le siguieron en ese viaje hasta Brasil, que le acercaran un micrófono. El tema de Pablo Pîñera, un hombre, por otra parte, con reconocida trayectoria internacional, le amargó sus primeros pasos de su segunda Presidencia de la manera más absurda y, lo que es peor, previsible.