lunes, 3 de octubre de 2016
Las Farc y la paz, la historia continúa


sudamericahoy-columnistas-carmen-de-carlos-bioPor Carmen DE CARLOS

Colombia no dio un salto al vació ni se puso al borde del abismo. La mitad, más unos 60.000 colombianos que fueron a votar (la abstención fue más del 60 por ciento), se rebeló frente al discurso falaz e impuesto de que tenían que elegir entre la guerra y la paz. Entendieron que esa no era la elección del plebiscito, que había más margen de maniobra para alcanzar un acuerdo que no les resultara tan ofensivo como el suscrito por el presidente Juan Manuel Santos y la cúpula de las Farc en La Habana.

Los colombianos, con 52 años de historia trágica a sus espaldas, tienen criterio propio sobre cómo quieren poner punto y final a las Farc, al Eln y al resto de los grupos y bandas criminales que se camuflan en territorio ajeno que hicieron propio. Saben que tienen que ceder pero no en todo. Quieren paz pero no a cualquier a precio.

Los pactos con las Farc son malos. Lo eran ayer, lo son hoy y lo serán siempre. El argumento de que es lo mejor que pudimos conseguir y mejor es algo que nada, resulta comprensible para el ciudadano de la calle a la hora de votar (no para un Gobierno que se sentó a la mesa con otra misión). También se entiende el temor de buena parte de la ciudadanía a que éste pudiera ser el último cartucho para lograr dejar de vivir a tiro limpio. Algo parecido a creer -posiblemente con razón- que el SI podía ser el principio del fin no sólo de las Farc, sino del ELN, los residuales de las Autodefensas y otros «bacrim» (bandas criminales).

Si hubiera triunfado el SI, como todas las encuestas anticiparon (hasta el 66 por ciento le llegó a dar Ipsos Napoleón Franco) Colombia sería una fiesta y el mundo civilizado –y el otro- estaría descorchando botellas de champán o bailando el vallenato. Hasta el Papá, feliz con su intervención, había anunciado una visita a esta tierra prometida para la violencia. ¿Vendrá ahora? Pero no sucedió eso.

Quizás sea el momento de preguntarse si el papel desempeñado por la comunidad internacional y sus organismos, a la larga, ha sido beneficioso o perjudicial para este proceso. Aceptaron que la justicia Universal y los delitos de lesa humanidad pueden no ser lo que son para todos cuando se trata de las Farc, guardaron silencio –y siguen callados- cuando Timochenko y los suyos permanecen mudos sobre el paradero de, como ellos mismos reconocieron, 400 secuestrados. No buscaron presionar a las Farc para que confesaran donde están esos cuerpos o los restos de los desaparecidos que ellos enterraron o abandonaron en la selva. La tolerancia con las Farc en pro de la paz sorprendía al contrastarla con el rasero que aplican esos mismos países con otros grupos terroristas. Así lo advertían muchos de los damnificados y víctimas suyas. Otros, hay que advertirlo, se abrazaron ala bandera del perdón y el olvido con tal de vivir tranquilos.

El escenario de Cartagena de Indias, cuajado de presidentes en ejercicio, jubilados, los máximos representantes de ONU, OEA y hasta el FMI, con un  Timochenko radiante, entre buena parte de esos votantes del NO dolió y se interpretó como una injerencia en asuntos internos. Dicho de otro modo, una vuelta de tuerca a la maquinaria de presión de Juan Manuel Santos, al que le asociaban su benevolencia en la negociación, con su íntimo deseo de lograr el premio Nobel de la Paz.

Nada ha salido como estaba previsto pero no está perdido todo. Santos, como Timochenko, es pragmático. Ambos se apresuraron a anunciar que no renunciaran a seguir buscando la paz. El último aclaró que lo harán con “las palabras”. Al primero no le hizo falta decirlo. La historia continúa y yo, sinceramente, creo que va a terminar mejor de lo que imaginamos.