jueves, 24 de septiembre de 2015
Sin marcha atrás
 El presidente de Colombia Juan Manuel Santos (i), el presidente de Cuba Raúl Castro (2-d) y el máximo líder de las FARC, Rodrigo Londoño (d), alias "Timochenko", se dan la mano.Foto.Efe

El presidente de Colombia Juan Manuel Santos, el de Cuba Raúl Castro  y el máximo líder de la guerrilla de las FARC, Rodrigo Londoño, alias «Timochenko».Foto.Efe

Juan RestrepoPor Juan RESTREPO, para SudAméricaHoy

Después del apretón de manos entre el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el líder de la guerrilla de las Farc, Timoleón Jiménez, hay que reconocer lo evidente, se trata de una buena noticia. Es la primera vez que un presidente en ejercicio y el líder de la guerrilla más vieja del continente se ven las caras y estrechan las manos como muestra de la mutua voluntad de alcanzar la paz. El encuentro entre Santos y “Timochenko” es alentador también desde el punto de vista de lo que parece significar que el proceso de paz no tiene marcha atrás.

Dicho esto, cabe preguntarse por qué ese encuentro en este momento si quedan aun importantes escollos a salvar, antes de firmar definitivamente la paz. Queda pendiente el cese bilateral de fuego que deberá venir precedido de anuncios de la guerrilla sobre el inicio de concentración de fuerzas y el comienzo del desarme. Luego vendría el paso de las Farc hacia un movimiento político.

¿Con qué ánimo recibirá la sociedad colombiana nuevos y no descartables enfrentamientos o atentados de la guerrilla en los próximos meses, después de este esperanzador encuentro que tanto entusiasmo ha despertado? Es un hecho que la actividad guerrillera ha disminuido en el último año, y es de esperar que tras la firma de este compromiso en La Habana, las Farc se contengan a la hora de poner en marcha su maquinaria de guerra, y puede que el Ejército disminuya también su actividad contra la guerrilla para mantener el clima de entendimiento que reina en este momento.

Pero nadie puede asegurar que, sin un cese bilateral del fuego, no volvamos a ver episodios de violencia antes de la firma definitiva dentro de los próximos seis meses. Esto sin olvidar que hay zonas apartadas de Colombia en donde la guerrilla se impone a la población civil mediante la coacción y las amenazas.

Según el acuerdo a que han llegado, el gobierno y las Farc, a más tardar el 23 marzo del próximo año, deberían firmar el acuerdo definitivo de paz. Y dentro de los dos meses siguientes, las Farc deberían dejar las armas.

La explicación para este encuentro ha sido el logro del punto más difícil de todos cuantos se han acordado hasta ahora en La Habana y que se refiere a la aplicación de justicia. El acuerdo supone la creación de un sistema de justicia que se basa en el conocimiento de la verdad y el reconocimiento de responsabilidad, que debería juzgar a todos los actores del conflicto colombiano, ya sean guerrilleros, militares, políticos o financiadores del paramilitarismo. Se trata de un mecanismo compuesto por jueces colombianos y extranjeros, aún por determinar.

El Estado se compromete también a amnistiar lo más ampliamente posible “los delitos políticos y conexos”, amnistía que podría beneficiar a la tropa guerrillera, calculada en 15.000 combatientes. “En todo caso no serán objeto de amnistía o indulto las conductas tipificadas en la legislación nacional que se correspondan con los delitos de lesa humanidad, el genocidio y los graves crímenes de guerra”, según el acuerdo firmado por ambas partes.

El acuerdo también habla de que quienes reconozcan delitos muy graves tendrán un mínimo de duración de cumplimiento de penas de 5 años y un máximo de 8, en condiciones especiales. Qué penas y quiénes deberían cumplirlas es uno de los aspectos más controvertidos de lo que se ha negociado en La Habana, “el sapo más grande” como dicen aquí, que deberá tragar la sociedad colombiana, y que en este momento sigue siendo una incógnita de a quiénes será aplicado.

Lo lógico parecería haber hecho esta reunión al final del proceso. Se nota que Santos tenía prisa por presentar un acuerdo en el que la gente, cansada y escéptica después de tres años de negociaciones, estaba dejando de creer.