jueves, 15 de junio de 2017
El Continente Americano: el Acuerdo de Paris, y el «freaking fracking»

“Desde el espacio vi la Tierra con una indescriptible belleza sin las marcas de las fronteras nacionales”
Muhammad Ahmad Faris,
astronauta sirio hoy refugiado en Turquía.

Por Cecilia PONCE RIVERA

El 12 de diciembre de 2015 ocurrió un evento histórico que marcó de manera formal la transición de pensamiento económico social y político en el siglo XXI. Paris fue la sede donde 195 países acordaron limitar progresivamente las emisiones de gases de efecto invernadero, a fin de mantener la temperatura media mundial por debajo de los 2º centígrados y continuar esfuerzos para limitar dicho aumento a 1,5º centígrados de la superficie global respecto a los niveles previos a la revolución industrial.
El Acuerdo de Paris es el resultado de 30 años de esfuerzos internacionales, registrados a partir del Protocolo de Montreal en 1987, la Convención de Cambio Climático en 1994 y su primera adición, el Protocolo de Kioto en 1997, para enfrentar los impactos del cambio climático principalmente a través de la protección de la atmósfera, descrita entrañablemente por el comandante espacial ruso, Vladimir Shalatov. Shalatov, primer hombre en realizar una operación espacial orbital y quien improvisadamente con temple magistral, habría logrado el enlace de dos naves y la transferencia de tripulaciones mientras flotaba en el vacio durante media hora, expresaría conmovido a su regreso:  “El interminable cielo azul, el océano de aire que nos da respiración y que nos protege de la interminable oscuridad y muerte, es una fina película infinitesimal. !Qué peligroso es amenazar esta capa intangible, este conservador de la vida!».
Junto con Siria, país sumergido en una férrea guerra civil, dos países pertenecientes al continente americano, Nicaragua y los EE.UU han rechazado el Acuerdo de Paris. El caso de Siria no merece mayor explicación. Por su parte, el país centroamericano, responsable de 0.81 CO2 t de emisiones anuales per cápita, ha argumentado que el “demasiado débil” Acuerdo de Paris, debería obligar a los países ricos que más contaminan, a reducir más sus emisiones.
Aunque es cierto que el Acuerdo es un instrumento de carácter general no vinculante al no prever sanciones por incumplimiento, debido a que cada país elaboró un compromiso individual y voluntario, también lo es que alberga el germen para transitar a una economía global sustentable, a través de estructuras como el Fondo Verde del Clima (que se prevé cuente con 100 mil millones de dólares anuales para mitigar gastos y aminorar dificultades que se presenten en países en desarrollo) y el establecimiento de mecanismos de control como los períodos de evaluación (Art.14 AP).
En este sentido, la “protesta” de la delegación nicaragüense es inefectiva al no aportar elementos nuevos de reflexión o ser indicativa respecto a la falta de inclusión en el Acuerdo de otras actividades de extracción altamente contaminantes- incluyendo la emisión de gases de efecto invernadero- como lo es la explotación abusiva de minas a lo largo del continente americano realizada en un 50% a 70% por compañías canadienses (Informe Comisión Interamericana de Derechos Humanos, sobre Canadá y los derechos humanos ONU 07.2015).
Por su parte, los argumentos de la Casa Blanca, que parten de la retórica de que el Acuerdo “castiga” a los EE.UU a través de restricciones económicas desiguales e injustas respecto a otros países como China, además de poner en riesgo numerosas fuentes de trabajo sin alcanzar niveles de protección ambiental satisfactorios, merecen un análisis aparte.
En el verano de 2015, unos meses antes de la firma del Acuerdo de Paris, el presidente Barack Obama, presentó emotivamente un plan para reducir las emisiones de carbono de las centrales termoeléctricas en los EE.UU, responsables de casi un tercio del total de las 16.07 t CO2/cap. emisiones del país.

Manifestación en apoyo a la explotación de tres campos petroleros localizados en una zona de alta biodiversidad en la Amazonía ecuatoriano,  en el parque Nacional Yasuní

Bajo el nombre de Plan de Energía Limpia, los EE.UU, que junto con China, la UE, India y Rusia, componen la lista mundial de los „top five” emisores de bióxido de carbono (EDGAR Report 2015), se comprometerían a reducir estas emisiones en un 26% a 28% respecto a los niveles registrados en 2005, consagrando así, al partido demócrata- lo que Al Gore, su principal embajador, ya ha venido haciendo años atrás- como el partido de ideología verde de los EE.UU, además de lograr con ello la incorporación de China al Acuerdo de Paris (The Guardian 03.09.2016).  El proyecto aunque preveía el envío de una propuesta por cada Estado a la EPA para cumplir con el plan de emisiones asignado mediante un proceso progresivo, era ambicioso y si bien fue recibido con júbilo por el público en general no dejaba de provocar escepticismo entre la comunidad científica.
Las dudas estaban fundadas. Previo a pronunciar la famosa frase, “We only get one planet, there is no Plan B”(solo tenemos un planeta, no hay plan B), esta vez de manera silenciosa, el político demócrata ya había asegurado mediante otra fuente de energía, la recuperación de la economía estadounidense, acercando con ello a los EE.UU al “verdadero” american dream: la autosuficiencia energética, sobre todo respecto a los países árabes productores de petróleo.

Entre 2009 y 2015, Obama logró un incremento en la extracción de petróleo y gas natural en un 35% y que la producción del shale gas, o gas de lutita, se cuadriplicara en los EE.UU por medio de la aprobación de un procedimiento de extracción hidráulica, por el cual se fractura la tierra y se extraen dichos hidrocarburos no convencionales que se localizan en formaciones rocosas sedimentarias en zonas profundas. Con esta acción, Obama le abriría la puerta a unos de los detractores más peligrosos del medio ambiente.
Utilizado por primera vez en el Reino Unido en la década de los 50, el fracking, consiste en inyectar una mezcla de agua, arena y químicos a alta presión después de haber perforado la tierra, logrando que el hidrocarburo no convencional (petróleo o gas natural) fluya junto con la mezcla hacia la superficie. Durante este proceso, la fórmula utilizada en cada pozo productor, varía según la compañía. Aunque secreta en los EE.UU por estar protegida como parte de la propiedad intelectual de las compañías extractoras, la fórmula compuesta por lo menos por 14 químicos, es conocida gracias a que en Europa, las leyes de transparencia permiten su acceso por medio del sistema integrado de registro, evaluación autorización y restricción de sustancias y preparados químicos llamado REACH. Además de metanol, ácido clorhídrico y destilados de petróleo ligero tratados con hidrógeno (utilizados en removedores de maquillaje, laxantes y hasta golosinas), la fórmula integra metales pesados, naftalina, gasolina diesel y altas concentraciones de arsénico (como las que reportó la Universidad de Texas en 2014), así como metano, entre otros componentes.
Según reportes de la Royal Society así como de diversos centros toxicólogos de universidades estadounidense (como la de Pensilvania, que analizó el caso de aguas subterráneas contaminadas de Wyoming), las principales preocupaciones de riesgo ambiental van desde problemas de sismicidad inducida, el consumo masivo de agua (cada pozo requiere entre 9 y 29 millones de litros de agua), la contaminación atmosférica por emisiones incontroladas principalmente de gas metano, 21 veces más potentes que las del Co2 y la contaminación de acuíferos por problemas en el tratamiento, control y posible radioactividad de esas aguas (debido a que al comenzar a fluir el gas, entre el 25% y el 75% del fluido de fracturación con aditivos que fue inyectado a alta presión, regresa a la superficie)- lo que se argumenta causa problemas cardiovasculares, gastrointestinales, urinarios e inmunológicos y posiblemente cáncer y mutaciones genéticas en personas y animales- (Henrich Büll Stiftung 2016).
Por eso, además de que bajo la administración de Trump se anunció el deseo de cancelar la ley que reglamentaría el fracking, no sorprende el ofrecimiento al lado del de Kuwait para mediar el conflicto generado principalmente por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, apoyados por Egipto, Bahréin y Yemen, entre otros países, para aislar diplomática, económica y socialmente a Catar, acusado de promover el terrorismo (actividad a la que ninguno de sus detractores es ajeno).
Catar es líder mundial productor de gas natural. Tan solo en 2010, la producción anual fue de 77 millones de toneladas del hidrocarburo (Qatargas 2010). El país árabe, comparte al norte reservas de gas natural con Irán (chiitas), cuya influencia en el mundo árabe, busca ser eliminada por los saudís (sunís). Debido a que el ejército de Catar es el más débil de la región y la base militar norteamericana más importante en Medio Oriente está ubicada ahí, es posible que, si Rusia decide dar el pase, seamos testigos de una guerra relámpago en el Golfo al estilo Kuwait (1990), que de fin a la dinastía Al-Thani, en aquél país y lo alinee a un nuevo gobierno con los intereses sellados apenas el pasado mes de mayo, a través de un contrato de armamento valuado en 110 mil millones de dólares (Reuters 12.05.2017). A pesar de que la alianza entre Washington y Arabia Saudita no contribuye en nada a la autonomía energética de los EE.UU, las cantidades de gas natural licuado en las costas de Catar esperando a ser distribuido, dan la apariencia que el pacto entre ambos gobiernos es serio y comienza a dar frutos.

Otra razón del retiro del Acuerdo de Paris, es el rechazo a la agenda demócrata, que reconoce la influencia directa e indirecta de la actividad humana en el calentamiento global y por ende en el sistema climático- teoría debatida en las fracciones republicanas. Además, dicho distanciamiento fortalece la base electoral del actual presidente, ligada a las centrales eléctricas de carbón como Wyoming (68% votó a favor de Trump), Virginia Occidental (68.7%) y Kentucky (casi 30%) y que funciona como muro de contención contra torrentes de copioso impacto como lo es el russian affair.
No obstante, esta actitud separatista no solo empeoró la percepción pública sobre el aislamiento entre Washington y la comunidad internacional, sino que agravó divisiones al interior de los EE.UU, provocando que varias ciudades como NY actuaran con independencia para someterse voluntariamente a los lineamientos del Acuerdo.“Me eligieron para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no a los de Paris”, declaró hace algunos días el presidente estadounidense en el Rose Garden. La frase fue un error de cálculo del equipo de Trump, pues en sentido práctico, los ideales ambientales de Pittsburg se asemejan más a los Paris que a los de Washington. Famosa en el pasado por haber sido el principal centro estadounidense del acero y del carbón y con una cuota de desempleo del 5% en comparación al 18% de los años 80, Pittsburg, con sus famosos edificios “verdes”, representa el epítome de la transición de una economía en ruinas a una de innovación y de energía sustentable.
Según la Administración de Información Energética, además de China, los EE.UU, Canadá y Argentina, con su principal formación en la Cuenca Neuquina (Vaca Muerta) y en la cuenca del Golfo de San Jorge, en Chubut y Santa Cruz, producen en la actualidad petróleo y gas no convencional a escala comercial. Otros países de América Latina, como México (donde existen aprox. 1.000 pozos distribuidos en 11 estados en los que se practica el fracking), Chile, Bolivia, Colombia, Venezuela, Paraguay y Uruguay, cuentan con enorme potencial de yacimientos de gas shale, cuyo costo en el mercado es de aprox. $4 USD por 1,000 BTU comparado al de la energía nuclear y de viento ($8 a $10 USD), o solar ($20 USD) (EIA Energy Conference 2017).
Sin embargo debe reconocerse que aunque la tentación sea grande, los riesgos son aún mayores: las deficiencias en los sistemas de justicia, problemas de corrupción respecto a licitaciones públicas, la urgente necesidad de crear fuentes de trabajo a bajo costo, entre otros problemas, hacen del continente americano, un blanco vulnerable.
La oportunidad de estimular las economías mediante la utilización de procesos como el fracking en detrimento social y del medio ambiente trae colgado un precio muy alto que atenta contra lo más preciado, nuestro planeta y la vida humana. América debe apostar por la innovación haciendo uso de su creatividad y el know how de nuestras comunidades indígenas. Las voces de participación ciudadana, a través de organizaciones no gubernamentales y comunidades locales, como la comunidad indígena Mapuche en Argentina, que actuando localmente se hacen escuchar en procesos jurídicos y con respecto a la creación y monitoreo de leyes dirigidas a la defensa del medio ambiente, son prueba fehaciente de efectividad y repercusión global; una especie de mimesis de las palabras pronunciadas por el Sultán Bin Salam al Saud, astronauta Saudí, a su regreso en 1985 de la misión STS-51 G en el cohete espacial Discovery: “El primer o segundo día mirábamos hacia nuestros países, el tercer y cuarto día indicábamos nuestros continentes, al quinto día todos éramos conscientes de la existencia de una sola tierra”. Esta es la visión del Acuerdo de Paris, un proyecto a largo plazo, una oportunidad de acceso a crecimiento sustentable, que simboliza el ascenso a un nivel superior de consciencia comparable a la visión “divina” que desde el espacio exterior dio certeza a Donald Williams, astronauta estadounidense (1942-2016), para afirmar que “las cosas que compartimos en este, nuestro mundo, son por mucho más valiosas que aquellas que nos dividen”.