miércoles, 17 de junio de 2020
«Despidos y despedidas», por Luli DELGADO

Por Luli DELGADO, para SudAméricaHoy

Antes, cuando era antes, perder el empleo era un verdadero acontecimiento. La noticia, cuya primicia generalmente le correspondía al cónyuge, se instalaba a lo largo y ancho de la familia y amigos. Primero, con sorpresa – pero, ¿qué fue lo que pasó?. Después, con optimismo – ya verás que encuentras otro trabajo rápido- y a seguir manos a la obra tanto del despedido como de sus allegados para poner en marcha un nuevo proyecto de enganche. Invariablemente era un momento difícil, pero raramente insuperable.

Morirse, por su parte, salvo en trágicos accidentes o ataques súbitos, era normalmente el desenlace de una agonía más o menos lenta pero, en todo caso, siempre rodeada de seres queridos que acompañaban al paciente desde que se le detectaba el mal hasta que llegaba la hora de cerrarle los ojos, después velarlo y acompañarlo hasta su morada definitiva.

En ambas circunstancias, cada historia tenía sus ingredientes propios, pero en cualquier caso, tanto ser despedido como despedirse constituían eventos de familia.

Y de repente, el Coronavírus le dio un vuelco a todo esto. Primero mandaron  a la gente a trabajar en su casa, paso previo a desvincularlos definitivamente, mientras que quienes trabajan con público ven con ojos de horror sus próximos días. Líneas aéreas, comercios de alimentación, turismo, educación, comparten la misma incertidumbre y el mismo no saber qué hacer para reinventarse.

La muerte, por su parte, se produce en un contexto muy diferente: sin oficios fúnebres o entierros presenciales, sin visitas de pésame, sin ni siquiera el privilegio de la sorpresa, inclusive para quien se muere de causas diferentes al virus.

¿Qué vamos a hacer para ganarnos el pan de cada día de ahora en adelante? ¿Nos iremos a acostumbrar con desenlaces a distancia?

Siempre fuimos muy frágiles, pero ahora parecería que esa fragilidad que siempre quisimos ignorar, queda ahora más en evidencia.