martes, 27 de febrero de 2018
José Antonio Meade, el que no arriesga no gana

“La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez”

Winston Churchill (1874-1965)

Por Cecilia PONCE RIVERA, para SudAméricaHoy

Si es que quiere ganar, no se le nota. Le falta arrojo, le falta fuerza. Es tímido frente al poder. Sea por excesiva cortesía ante la superioridad jerárquica o bien por su temperamento conciliador- tan valioso en otras circunstancias-, lo cierto es que las riendas para dirigir su campaña se le escurren entre los dedos como agua que se desparrama dentro de un cántaro quebrantado. Acuartelado, maquillado, disfrazado y editado. Su mensaje es el discurso de un candidato de cartón.

Las viejas formas de operar no cuadran, la estrategia ya demodé, no corresponde ni está a la altura de sus capacidades intelectuales y/o profesionales.

La fórmula que se desplazó del microcosmos del Estado de México para ganar las elecciones presidenciales del 2012: figurín de atractivo visual, con actriz de telenovela al brazo y un grupo plagado de ineficientes colegas, amigos expertos en falsa lealtad- funcionó a partir de un aparato arcaico, plagado de corrupción. Un formato que desde su concepción era ya obsoleto y se anunciaba paupérrimo en su instrumentalización a la hora de gobernar a nivel federal.
El resultado fue un periodo mediocre y oscuro, incapaz de renovar en substancia las instituciones para fortalecerlas en aras de concretar el tan ansiado proyecto de nación.

Así, el último gobierno cegado de frivolidad fue el tiro de gracia de una democracia naciente, atosigada por años de oportunidades desperdiciadas y de vicios heredados dentro de los partidos gobernantes y en los de oposición, transmitidos más que como una infección viral, como un DNA político que se erige cual Goliat imposible de derrocar. Las listas plurinominales de los tres partidos son prueba fehaciente de ello. De aquélla técnica instaurada por el PNR, institucionalizada por el PRI y ahora ejecutada a la perfección por el partido más joven dentro del espectro electoral, aquel que clama como suya “la regeneración nacional”. Se trata de la misma escuela que en un proceso demagógico de descomposición, deforma y desarma conceptos como el de revolución, democracia y el más reciente el de la virtud como antídoto contra la corrupción. Hablamos de la habilidad de amalgamar sectores e intereses para fundirlos en una pirámide de obediencia perversa, trivializando ideologías a cambio del reparto selectivo del ansiado pastel entre las cúpulas política, sindical y empresarial.

Y mientras ya muchos pactan con la oposición y el puntero tabasqueño se arma con huestes mercenarias teñidas de ambición, el candidato no afiliado sigue profesando fidelidad ante un fantasma. Lleva el disfraz que le han colgado. El de capitán de un barco que es un dicho a voces está por hundirse en alta mar. Lo han arropado de simulación y este obediente, ha aceptado la mano de una maquinaria que lo pasea de mitin en mitin pronunciando un slogan de palabras huecas; palabras que a todas luces se nota son prestadas y que no se ajustan al bagaje de contenidos que podría aportar un hombre de su alcance intelectual.

Sin carácter, no habrá triunfo. Sus habilidades y experiencia técnica han quedado rezagados a un tercer plano. Su inteligencia aun oculta bajo el burka del revolucionario institucional está rebasada por la astucia de los otros candidatos y la incredulidad de un electorado hastiado de tanta falsedad.

¿Que podría ser un buen presidente? ¡sin duda!, es el candidato más preparado a escala mundial. Pero José Antonio está preso en un dilema. El de encontrar su propia voz y volcar la elección en contenidos claros de fácil comprensión.
Ser o no ser, esa es y será la cuestión. Durante los próximos meses de campaña, Meade deberá decidir. Tendrá que escoger entre vivir cautivo o luchar en el campo de batalla electoral y buscar el triunfo o morir en el intento.