sábado, 25 de febrero de 2017
México y Estados Unidos o cómo ir «al grano»


Por Cecilia PONCE RIVERA

“Maíz que no le ve la cara a mayo, ni zacate para el caballo”
Refrán ranchero popular en el norte de México.

El tiempo no perdona, corre y con él, los 90 días previstos para que den comienzo en mayo las renegociaciones entre los gobiernos de los Estados Unidos de Norte América (EE.UU) y México sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC). En la antesala de dichas negociaciones, es el maíz, el pan de México, el que se ha convertido en una de las fichas de cambio en la mesa de juego.
La historia de la relación comercial entre los dos países situados al norte del continente americano, respecto al grano, base de la alimentación mexicana, se remonta al siglo pasado. Fue en 1965 cuando México comenzó a importar granos básicos de los EE.UU (ITESO 2014 ), resultado del rezago sufrido en el sector agropecuario por el papel predominante que las políticas de gobierno otorgaron siempre al petróleo.

En aquél entonces, con el fin de financiar la compra de granos, el gobierno mexicano utilizó el 26% de la deuda contraída con su país vecino del norte. Posteriormente, en las décadas subsecuentes, la situación del campo, ya en estado grave, empeoró tras la reforma al artículo 27 de la Constitución, que permitió y fomentó la privatización de las tierras ejidales.  Fue la  respuesta predecible al pensamiento económico neoliberal que, finalmente, se coronó con la firma del TLC en 1994. En consecuencia, a partir de la década de los 90s, muchas fueron las áreas en donde se inició un proceso de modernización sin precedentes apoyado por las reformas estructurales impulsadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Gracias a éste el crecimiento económico se concentraría, mayormente, en el sector de transporte, almacenamiento y telecomunicaciones y en el de servicios financieros.

Respecto al sector de granos y semillas oleaginosas, el gasto del gobierno fue considerable, incluso la participación en el presupuesto para la agricultura fue la más elevada de América Latina, mediante al menos 20 mil millones de dólares en pagos de subsidios directos a la agricultura, reportados desde 1994 a 2009 . Sin embargo, la pregunta obligada es ¿A dónde fueron a parar esos subsidios?

En un principio se introdujeron (aunque de forma incipiente) programas de apoyo al campo que fueron, generalmente, aplicados de manera selectiva, siendo sus beneficiarios primordialmente agricultores industriales. Una vez en vigor el TLC, la tendencia fue retirarlos paulatinamente hasta suprimirlos dejando a la agroindustria a su buena suerte dentro de la fría ecuación de los precios dictados por el mercado macroeconómico.

En este contexto, recordemos que Procampo se extendió hasta 2012 y  fue sujeto de escándalo en 2009 y 2010, según lo reportó el diario El Universal que reveló el nombre de familiares de presuntos narcotraficantes así como de servidores públicos que trabajaban en el sector agropecuario y aparecen en los padrones oficiales.
La falta de capacitación e infraestructura necesaria para la modernización del campo en México provoco un rezago irreversible y axiomático respecto a otras economías rurales como la de los EE.UU, cuyo gobierno – según registros de instituciones como el Centro de Investigación de economía de y de recursos del Estado de Arizona- amortiguó los cambios drásticos producidos por las fluctuaciones del mercado consecuencia del TLC. Lo logró mediante la aplicación de subsidios a nivel federal, estatal y local, muchos de los cuales se siguen aplicando (ver U.S. Department of Agriculture Census 2012) y la introducción de tecnología en los campos de cultivo de las granjas y ranchos distribuidos a lo largo del territorio estadounidense, elevando con esto la competitividad del sector agrario de dicho país.
El mejor ejemplo comparativo del contraste en el desarrollo agrario entre los dos países, respecto a la aplicación puntual de recursos, nos lo brinda un cultivo ancestral de origen mesoamericano de más de 7 mil años de antigüedad: a partir de la eliminación de tarifas, resultado de la entrada en vigor del TLC, el maíz, junto con otros granos, comienza a exportarse en cantidades industriales de EE UU a México, lo que se tradujo en 1995 para los EUA en una venta que alcanzó los 391 millones de dólares (CNN- Español 02.2017).  Esta tendencia, continuó en los años posteriores, elevando la cifra de la venta del maíz estadounidense hasta alcanzar los 2.4 mil millones de dólares en 2015, colocándolo así como uno de los agroproductos líderes en el mercado de exportación estadounidense en el año 2016 y en lo que va del 2017.
En cuanto a México la ganancia obtenida por la exportación de productos agrícolas, líderes de mercado como lo son el jitomate, las legumbres y hortalizas frescas, el aguacate y el pimiento a pesar de ser substancial, no logra aportar los suficientes ingresos para cubrir el déficit que de las importaciones de maíz, soja y trigo genera el país. Sumado a lo anterior y pese a que el 50% de la superficie sembrada en México corresponden a sembradíos de trigo y de maíz (SAGARPA 2009), la falta de competitividad de precios, la dispareja distribución de tierra de calidad y del acceso al agua, el acceso al crédito, a la tecnología y a una siempre incierta precipitación han generado una ineludible dependencia alimentaria.


Sin embargo, en el mundo de las exportaciones e importaciones, la moneda siempre tiene dos caras y esto lo sabe el Secretario de Economía mexicano, Idelfonso Guajardo Villareal, uno de los arquitectos del TLC y en quien México tiene uno de sus mejores negociadores. Guajardo Villareal conoce el tratado de “pe a pa” y 23 años después en preparación para la renegociación del TLC, ha puesto sobre la mesa una de sus mejores cartas: la dependencia que EUA tiene con México respecto a la venta del maíz que produce- la producción del grano en los EE.UU, tan solo entre el mes de septiembre del 2016 y febrero de 2017 fue adquirida por México en 25%, seguido por la compra del 16% por parte de Japón, (CNN-Español 2017).
En respuesta a lo que parecería ser una buena mano en una partida de póker, el Secretario de Economía, ha encontrado resonancia en el poder legislativo, mediante el anuncio por parte del Senador Armando Ríos Piter, líder de la Comisión de Relaciones Exteriores, mediante la introducción de una ley que requeriría a México comprar el maíz de Argentina y Brasil, países que son los mayores exportadores mundiales de grano después de los EUA y de los que el año pasado México importó ya pequeñas cantidades de maíz (97.000 toneladas de la Argentina y 54,400 toneladas del Brasil).
A la par de estas acciones, la secretaría de agricultura mexicana, se prepara para concretar la estrategia, mediante el viaje que el Secretario José Calzada realizará próximamente en dirección sur, a la República Argentina y a la República Federativa de Brasil, con una comitiva que incluye a importadores de maíz, para, según aseguró en una entrevista para Reuters “cerrar acuerdos para la compra del cereal” ya que el viaje dijo “no es para aperturas de relaciones y de buena voluntad” sino “un viaje para concretar compras”. En dicha entrevista, el Secretario Calzada señaló la posibilidad de incluir la compra de soja, la cual, recalcó, es más barata y de mejor calidad que la norteamericana, enviando con esto el mensaje de que “podemos comprar en otros países sin problema”.
Al respecto Jorge Solmi, dirigente de la Federación Agraria Argentina FAA, apuntó en entrevista para el diario argentino La Nación, que es preciso que la cancillería argentina realice un fuerte trabajo para la realización de este proyecto ante la gran oportunidad que la demanda mexicana de maíz representa para este país. Igualmente positiva, se mostró Gabriela Cocer, economista del área de relaciones internacionales de la Confederación Nacional Agropecuaria en Brasil (CNA), entidad clave dentro del sector agropecuario de dicho país, quien declaró “Somos potencia mundial en maíz y soja y obviamente tenemos intereses en nuevos mercados, más aún en el mercado mexicano».

Campo de cultivo de soja

De acuerdo a estimaciones de Jason Ward, director de Granos y Energía de Northstar Commodity Co (Agriculture.com 02.2017), el resultado puede ser devastador para los EUA, ya que de detenerse las ventas futuras a México, incluyendo aquellas que ya están registradas en los libros pero que no han sido enviadas,- hasta principios del mes de febrero 2017, México había comprado 411.4 millones de búshels de maíz, 197.6 millones de los cuales ya han sido enviados- el efecto negativo podría no solo influir en el mercado del maíz sino que incluso podría provocar la saturación de otros mercados como el de carne de cerdo y el de productos lácteos.
Aun más consternado se mostró, Darin Newsom, analista de DTN The Progressive Farmer, quien declaró en una entrevista en la cadena CNN, que el daño de dicho movimiento además de afectar el mercado de maíz “se extendería al resto de la economía agrícola” en los EUA.
Empero, el juego de naipes ofrece más de una variante, y del otro lado también hay jugadores experimentados: según asegura Eric Franzen, director Market360 Grain de Stewart-Peterson (agricultura.com 02.2017), si bien es cierto que el mercado global sufriría enormes consecuencias si México deja de importar maíz de los EW. UU, en la actualidad el excedente de la producción de maíz brasileño y argentino, no alcanza para suplir la demanda mexicana- opinión que no comparte Gabriela Cocer (CNA). Franzen, apunta también que si México hubiera comprado en los últimos 3 años la totalidad del maíz que necesita a estos dos países, el inventario de ambos países sudamericanos se habría agotado, lo que habría ocasionado el aumento pronunciado en los precios del maíz. Además, dijo, de desatarse una guerra comercial, los agricultores estadunidenses no deben ser subestimados, ya que, para el primero de junio podrían estar intercambiando la siembra del maíz por la de grano de soja para satisfacer las demandas de ese mercado (no hay que olvidar también que México exporta carne de res, de cerdo y de ave y que en 2016 México importó aproximadamente 13 millones de toneladas de maíz amarillo, para alimentar su ganado, 12.75 millones de las cuales provinieron de EUA con un valor de más de 2,300 millones de dólares).
Ante este panorama, Peter Meyer, director en jefe de Agricultural Commodities de Pira, Energy Group, cree que la jugada anunciada por México se trata tan solo de una pantomima, un bluff , ya que si se toman en cuenta los costos de seguros y fletes que el transporte del maíz a lo largo del continente americano generarían, la probabilidad de llevarla a cabo se reduce a una en diez; aseveración, que a pesar de parecer puntual y acertada, no parecen compartir del todo países del otro lado del globo, donde México planea abrir en los próximos meses oficinas de representación, como lo es Dubái, uno de los emiratos de los Emiratos Árabes y Rusia, país que ha mostrado interés en vender trigo a México y comprarle 300,000 toneladas de carne de res, además de aguacate (palta).


De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura, México es vulnerable, en cuanto a que invierte anualmente alrededor de 15 mil millones de dólares en exportaciones para completar su canasta básica. En estas condiciones queda claro que una reforma integral al sector agropecuario mexicano se ha hecho inminente.
Bajo la luz de los reflectores, por primera vez en mucho tiempo el gobierno de México y su poder legislativo se encuentran activos en una estrategia de diversificación comercial para buscar alternativas que le permitan garantizar precios, manejar subsidios y evitar monopolios.
Para mayo sabremos si como dice Peter Meyer, la apuesta que ha hecho México sobre el maíz se trata de “fake news”. Lo más importante y por demás relevante sea quizás que con la renegociación forzada por Washington del TLC, los mexicanos tengamos paradójicamente algo que agradecer a Donald Trump, quien, muy probablemente sin intención- ya sea por la dependencia alimentaria que provoca su abandono y/o por las olas migratorias que genera- ha colocado al campo mexicano, hoy en ruinas, en el centro de la agenda nacional. De ser así, Trump, indirectamente se convertiría por virtud de aquellos giros inesperados que da la vida, en uno de los principales promotores de la justicia social de un campo que reclama la conversión de una masa de campesinos empobrecidos en una clase de prósperos agricultores.
“No una masa de campesinos empobrecidos sino una vigorosa clase de prósperos agricultores”
Felipe Rivera Crespo (1908-1992),
Gobernador del estado de Morelos, México (1970-1976).