sábado, 22 de agosto de 2020
«Pandemia mental», por Luli DELGADO

Por Luli DELGADO, para SudAméricaHoy

Desde el inicio de la pandemia a estos días,  van alrededor de 20 millones de personas infectadas y casi 750.000 víctimas fatales en el mundo. Es decir, es como si toda la población de Chile o de Ecuador estuviera ya infectada, y como si la mitad de la población de Maracaibo o de Murcia hubiera tenido que enterrar a la otra mitad!

Y en paralelo a esta crisis aterradora, quien más quien menos, los más de 7 mil millones de personas que poblamos el planeta, nos hemos enfrentado a un gran desafío emocional.

La secuencia ha sido más o menos así: primero oímos hablar que una enfermedad rara le estaba dando a los chinos, y a esta información sólo le empezamos a poner caso cuando Italia lanzó las primeras señales de alarma. Fue el detonante.

Comenzaron los estados de alerta, los decretos de cuarentena, el home office y los niños en casa. No era juego, y durante semanas fuimos bombardeados con detalladas instrucciones de cómo lavarnos las manos, cómo desinfectar los alimentos, a dejar los zapatos a la entrada de la casa, y qué hacer en caso de tener unos síntomas repetidos hasta la náusea. Las fronteras se cerraron y los vuelos fueron cancelados.

También nos hicieron llegar métodos para dormir mejor, relajarnos, y mantenernos en forma a pesar del sedentarismo. En fin, el asunto se fue volviendo más y más serio y a pesar de las avalancha de chistes que circularon por las redes, nos fuimos contagiando uno a uno de una seria pandemia emocional.

Nuestra cotidianidad quedó de lado y le abrió paso a una nueva realidad de máscaras, alcohol, distancia social, y por último de ansiedad y miedo. Al principio se dijo que era cosa de pocas semanas – Trump, por ejemplo, opinó que para Easter (Páscua de Resurrección, que este año se celebró  el 12 de abril), era probable que se hubiera  superado el impasse. Y no fue el único. Boris Johnson, Bolsonaro y AMLO tampoco se lo tomaron en serio, y ahora no saben qué hacer con la ola de virus que se les vino encima.

Pero políticos aparte, a cada uno de nosotros se nos empezó a cerrar el círculo. Alguien que conocemos se infectó, o lo echaron de su trabajo, o tuvo que posponer indefinidamente el regreso a su país. O peor, comenzamos a sufrir en la propia piel los daños colaterales de la pandemia. 

A quienes vivimos en el Hemisferio Norte, se nos vino el verano encima con cifras preocupantes de la crisis del turismo, la evacuación de familias que no pudieron honrar el alquiler de su vivienda, y los estallidos sociales.   

En medio de este maremagnum, la internet pasó a ser nuestra gran válvula de escape. Reuniones de trabajo, e mails de seguimiento, y aulas virtuales, y para distraernos, visitas a los museos, libros, festivales ciberespaciales y otros recursos.

Pero la realidad es evidente: nos hemos contagiado de una epidemia que ha puesto a prueba nuestra sanidad mental.

Algún día amanecerá y veremos qué tan graves fueron las secuelas de esta pandemia mental…