sábado, 27 de enero de 2018
«Tratado de Libre Comercio, entre el fracaso y la heroicidad», por Cecilia PONCE


Por Cecilia PONCE RIVERA, para SudAméricaHoy

El domingo 21 de enero, al acceder al vestíbulo del Hotel Bonaventure, la mirada de los participantes se asemejaba más bien a la de un corredor de maratón, que a la de alguien que va a negociar un acuerdo. Se les notaba concentrados, con la mente despejada y los ojos puestos sobre la meta.

Desde su comienzo, el pasado 16 de agosto, la carrera para modernizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), mejor conocido como NAFTA por sus siglas en inglés, del que forman parte EE. UU, Canadá y México , ha sido extenuante. Los integrantes de las tres delegaciones se conocen bien y trabajan bien juntos. Aun así, el recorrido ha requerido de sus participantes no solo resistencia, sino también celeridad. Pues, incluso, a pesar de haberse logrado una extensión hasta el mes de marzo, la carrera continúa siendo una prueba contra reloj.
Planeadas para desarrollarse del 26 del 29 de enero en la ciudad canadiense de Montreal, dos días antes de su inauguración formal, en domingo, comenzaron a equiparse las treinta mesas de la sexta ronda de negociaciones a fin de discutir sobre energía, inversión, servicios financieros, agricultura, y tecnología; temas en los que se ha venido avanzando en rondas anteriores.

Además, se dio la bienvenida a un nuevo capítulo concerniente a la inclusión de las comunidades indígenas en la economía de la región, rubro promovido por Canadá como parte de su agenda progresista (medio ambiente, derechos de género, derechos laborales etc.) y la cual cuenta con el apoyo de México. Al respecto, no debe olvidarse que ya desde abril del 2016, 180 organizaciones de diversos países, principalmente de América Latina, solicitaron a Ottawa, se regule el comportamiento represivo de las compañías mineras canadienses en el extranjero, situación que atañe en gran parte a comunidades indígenas y al medio ambiente  y que hasta ahora ha sido ignorada por Trudeau.


El señalamiento, es para la delegación mexicana obligado, pues de no hacerlo se corre el riesgo de convertir la iniciativa en letra muerta. Empero, la denuncia debe hacerse hábilmente, consciente de la aparición de las cuatro “vallas”, que deberán ser enfrentadas por los socios comerciales el 27 y el 28 de enero y que hasta ahora han impedido avances relevantes dentro de las negociaciones: el primer obstáculo es la reforma- inaceptable tanto para México como para Canadá- al famoso Capítulo IX, referente a la solución de controversias, en virtud de la cual, EE. UU desea, bajo argumentos de soberanía, que las controversias en las cuales EE. UU sea parte queden sometidas a la jurisdicción de las cortes estadounidenses y no a los paneles binacionales. La discordia no es nueva, nos remite al desencuentro entre EE. UU y Canadá durante las pláticas de libre comercio sostenidas en 1988, cuando el entonces primer ministro Brian Mulroney, dejó claro al gobierno estadounidense que dicho intento, sería motivo suficiente para interrumpir las negociaciones.
En segundo lugar están las temidas tarifas arancelarias que buscan ser impuestas en base a normas de origen, sobre todo respecto al sector automotriz. Relativo a este asunto, tanto México como Canadá, están abiertos a ser más flexibles con relación al porcentaje del contenido del automóvil que deba producirse dentro del territorio del TLCAN para quedar exento del impuesto de aduana. A su vez, ambos países se oponen vehementemente a la condición estadounidense de que dicho contenido deba originarse en un 50% en los EE. UU.
La tercera barrera se refiere a las limitaciones a las que están sometidos Canadá y México respecto a su participación en contrataciones públicas en los EE. UU. Finalmente está el cuarto asunto, referente a la cláusula Sunset, que impondría la obligación a las partes de revisar cada cinco años el TLCAN, disposición por la que México y Canadá darían su brazo a torcer si dicho lapso se extendiera considerablemente .
El 29 de enero, se espera culmine la sexta ronda con el encuentro a nivel ministerial entre Chrystia Freeland, Ministra de Asuntos Exteriores al frente de Canadá, Ildefonso Guajardo, Secretario de Economía de México y el estadounidense Robert Lighthizer, Representante de Comercio de los EE. UU, quienes está semana se encuentran congregados en el Foro Económico Mundial (World Economic Forum WEF) en Davos, Suiza y donde el presidente Donald Trump promueve vehementemente el “America First”; agenda, que ante la incredulidad de muchos, ya está siendo puesta en práctica: apenas inaugurado el WEF, la Casa Blanca anunció la aprobación ejecutiva de un arancel aduanal punitivo dirigido principalmente contra competidores comerciales como la India y sobre todo China, conocida por la aplicación de subvenciones, a pesar de su discurso en favor de libre comercio.
Por lo pronto el impuesto se refiere paneles solares (aumento del 30%) y lavadoras de ropa (entre 20% a 50%) y se espera en los próximos días se añadan a la lista productos fabricados con acero (incluyendo al papel estaño), aviones, bridas/roscas de acero para unir tubos (donde se verán afectados países como España) entre otros.

Con el tiempo, y una vez posicionada la industria americana respecto a estos productos, el arancel, se iría reduciendo paulatina y progresivamente. Las medidas alcanzan a enemigos y aliados por igual, como es el caso de Corea del Sur, donde Samsung y LG se verán fuertemente afectadas. México, por ejemplo, deberá soportar recortes en su exportación de azúcar, acción con la que EE. UU pretende proteger la industria del maíz, pues en dicho país, se sustituye el azúcar con jarabe de maíz en la producción de un sinfín de productos como lo son chocolates y refrescos.
Si no fuera por lo blanco de la nieve en Suiza, se podría decir que Davos está a punto de arder con la guerra comercial que está por desatarse. Las señales se dan desde la tribuna con discursos como los de Modi, primer ministro de la India, pasando por los comunicados emitidos por el gobierno de China, quien se espera adopte medidas comerciales de represalia contra EE.UU, hasta el anuncio de Abe, primer ministro de Japón y el de Trudeau de Canadá, para confirmar que será a principios de marzo cuando se lleva a cabo la firma del antes Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TIPP) , hoy llamado CPTPP (Comprehensive and Progressive Trans pacific Partnership, en español: Acuerdo Global y Progresivo para la Asociación Transpacífico) acuerdo al que dice Trump, de gustarle los cambios, consideraría regresar.
Así, el América Primero, de Trump, no constituye en nada buenas noticias para el TLCAN sobre todo porque de alguna manera alimenta la incertidumbre sobre la salida de EE. UU del bloque, elevando la posibilidad de que se decida hacer uso del Artículo 2205, el cual concede a las partes el derecho de retirarse del tratado seis meses después de haberlo notificado debidamente. Dicha cláusula, permitiría a Trump retractarse durante el período de la notificación y la salida efectiva, lo que los gobiernos de Canadá y México temen, pueda ser utilizado para presionar las negociaciones. Por su parte, legalistas estadounidenses, argumentan que la retirada, podría ser impugnada frente a los tribunales, ya que, para su efectividad, el TLCAN está precedido por una ley emitida por el Congreso.

Además, que aún y cuando la Casa Blanca ganará la batalla legal, el Congreso garantizaría que si bien no todas, casi todas las normas de intercambio comercial permanecieran en efecto. Por otro lado, está el argumento de los republicanos pro libre comercio y de los grupos empresariales más importantes al frente de los cuales se encuentra Thomas Donohue, presidente de la Cámara de Comercio de los EE. UU, que aseguran que las consecuencias de salir del TLCAN son del conocimiento del presidente: por lo menos un billón (un millón de millones o un trillón en inglés) de dólares se perderían en intercambio comercial, así como 14 millones de fuentes de trabajo (Reporte USCC 2016). Además, afirman con seguridad, que, dado que una guerra comercial en el bloque de América del Norte aniquilaría los beneficios de la recién estrenada reforma fiscal-tan aplaudida en Davos por personajes como Stephen Schwarzman, jefe de Grupo Blackstone- la posibilidad de que Trump proceda a desertar es mínima.
Por otro lado, a fin de amortiguar la caída en caso de deceso del TLCAN, tanto México como Canadá, se han abocado a buscar mercados alternativos. México principalmente con la UE, con quien está a punto de firmar un tratado de libre comercio, con países de Asia , así como con Brasil y Argentina, y Canadá con países como la India, e incluso incursionando en experimentos peligrosos, como el de legalizar la mariguana recreacional, lo que sucedería a partir del próximo mes de julio y con lo que se especula, el país anglosajón podría alcanzar en 2021 los US$10.3 mil millones de dólares (Marijuana Business Daily).


Sin embargo, la reacción reciente de los mercados financieros a la baja respecto al peso mexicano y aunque en mucho menor medida también del dólar canadiense, así como la puesta en marcha de la política proteccionista por parte de la Casa Blanca, no solo permite entrever la gravedad de lo que supondría la caída del TLCAN, sino también obliga a no ignorar la posibilidad.
A lo anterior se suma el pésimo momento en el que se encuentran sumidas las relaciones entre Canadá y los EE. UU, no solo por la fricción por la disputa entre la estadounidense Boeing vs su rival canadiense Bombardier- la cual enfrenta un 300% de impuesto respecto a la ventas en EE.UU de sus jets de la Serie C- , sino por las denuncias de Canadá frente a la Organización Mundial del Comercio que van desde violaciones a normas de control de exportación, hasta la toma arbitraria de decisiones por parte de la Comisión de Comercio Internacional de los EE.UU. En respuesta, según la Ministra Freeland, a las tarifas impuestas injustamente por el gobierno estadounidense sobre maderas blandas canadiense y como parte de un litigio más amplio para defender las plazas de los trabajadores forestales.
Así pues, aunque una séptima ronda de negociaciones del TLCAN está acordada para celebrarse en la Ciudad de México el próximo mes de febrero, el sube y baja dentro de la política estadounidense que apenas la semana pasada abordó cuestiones de la vida privada del 45º presidente de los EE. UU expuestas por la prensa rosa, el cierre del gobierno por un periodo de casi tres días, la nueva imposición de tarifas aduanales a diestra y siniestra por orden ejecutiva, el reporte por parte del Deutsche Bank sobre negocios “sospechosos” Kuschner, así como el el avance en las investigaciones del FBI respecto el russian affair- equiparan el proceso de renovación del TLCAN a una versión moderna neoliberal de las llanuras de Maratón, donde los negociadores se hallan convertidos en una especie de Filípides, inmersos en una batalla que si bien no libran contra soldados persas sí lo hacen contra el fantasma de la incertidumbre que genera el carácter voluble de Trump- suficiente para tener a cualquiera al borde del agotamiento. La tarea de los negociadores por mantenerse de pie sin caer exhaustos antes de llegar a la meta, constituye en todo una epopeya. Por eso, si la reforma del TLCAN lograra concretarse, tendría que ser considerada épica, incluso y sin exagerar, casi heroica.