viernes, 29 de junio de 2018
«Urnas manchadas de sangre», por Federico PONCE ROJAS

«Ninguna cosa impuesta por la violencia será
duradera», T. Fuller
Por Federico PONCE ROJAS, para SudAméricaHoy

La Revolución Mexicana es, sin lugar a duda, un parteaguas en la historia de nuestro país. Un conflicto armado que arrancó en 1910, es considerado como el acontecimiento político y social más importante hasta nuestros días.
El fin de la Revolución, no es preciso, es poco claro. Para algunos
historiadores se considera el 5 de febrero de 1917, fecha de la promulgación de la Constitución General. Venustiano Carranza, primer jefe del Ejército Constitucionalista.
1o de diciembre de 1916

La Ley Suprema, la primera y más avanzada del siglo XX, contemplaba los Derechos del hombre y las garantías individuales. Su parte orgánica establecía bases firmes para la construcción del orden jurídico inherente al nuevo estado mexicano, la guía adecuada para el desarrollo de la democracia republicana. Carranza convencido de la
necesidad de un orden constitucional convoca al Congreso Constituyente a
reunirse en la ciudad de Querétaro en diciembre de 1916. Primer presidente
constitucional de México, de 1917 a 1920, fue asesinado arteramente el 21 de mayo de 1920.
Otros historiadores consideran el fin de este movimiento armado, hasta el año
de 1940 con el periodo llamado “El Maximato”, bajó el dominio político de
Calles. Sin embargo, cualesquiera que hayan sido las fechas, la violencia
política siempre estuvo presente, el número de muertos es poco claro y
dependiendo de los momentos en que se considere la conclusión de la
Revolución, va desde 50 mil hasta dos millones de personas:
El asesinato de Francisco I Madero, el 22 de febrero de 1913, (La Decena
Trágica, nombre que se le dio al golpe militar liderado por el traidor Victoriano
Huerta para derrocar al presidente) se trata de un periodo que marcó la
historia de México con una de las traiciones políticas más abominables, que
arrastró dos décadas de violencia y de conflictos armados en las que solo se
buscaba el poder político entre las facciones revolucionarias. Así, ocurrieron los
asesinatos de Emiliano Zapata el 10 de abril de 1919; de Venustiano
Carranza el 21 de mayo de 1920; de Francisco Villa el 20 de julio de 1923;
del general Francisco R Serrano y sus correligionarios el 3 de octubre de
1927 en Huitzilac; de Álvaro Obregón el 17 de julio de 1928; de Luis Donaldo
Colosio Murrieta el 23 de marzo de 1994 en la Ciudad de Tijuana, Baja
California; de José Francisco Ruiz Massieu el 28 de septiembre de 1994, en
la ciudad de México.
No podemos soslayar que el conflicto político-religioso llamado la “Cristiada”
fue una confrontación armada sumamente violenta, que según estimaciones
dejó más de 250 mil muertos de 1926 a 1929, entre los contendientes:
gobierno, ejército y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos, que
se resistían a la aplicación de la llamada “Ley Calles” (adiciones al Código
Penal Federal) en contra del culto católico.
El proceso electoral actual ha vivido una violencia inédita, del 8 de septiembre
del año pasado a estos días, cuando menos, 132 políticos han sido
asesinados en el transcurso de este tiempo previo a los comicios más
importantes de nuestra historia, la etapa más violenta de nuestra historia
política, sumados medio centenar de familiares fallecidos a lo que habría que
agregar centenares de ataques, amenazas e intimidaciones.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI), y el Movimiento Regeneración
Nacional (MORENA) son las organizaciones que mayores agresiones han
sufrido.
Nunca la democracia republicana había estado tan vulnerable, con tanta
violencia y con un ingrediente adicional que no merece tolerancia, ni perdón,
ni amnistía: narcotráfico y delincuencia organizada, criminales mezclados en
una letal combinación que al amparo de la corrupción y la impunidad han
impuesto la ley del más fuerte a una nación urgida de seguridad justicia y paz.

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