domingo, 12 de septiembre de 2021
«Abimael Guzmán y Alberto Fujimori», por Carmen DE CARLOS

Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

La imagen de Abimael Guzmán, enjaulado como una fiera, permanece en la memoria. Alberto Fujimori se ocupó personalmente del diseño de esa «celda» y eligió vestirlo con el cinematográfico traje a rayas con el que ha pasado a la historia. En una entrevista que le hice para ABC, el ex presidente, con papel y lápiz, esbozaba, de nuevo el diseño hecho de aquella enorme plataforma de barrotes que también adjudicaría al resto de la cúpula de Sendero. Lo disfrutaba. Hoy parecería inhumano un tratamiento de esa naturaleza pero en el Perú de entonces, circo aparte, la mayoría respiró con alivio.

Fueron pocos los reproches al Gobierno que había protagonizado un autogolpe y cambiado las leyes que permitieron condenar al líder de Sendero Luminosos, a cadena perpetua. Aquel proceso, con jueces encapuchados -por miedo a las represalias-, quedaría anulado pero su réplica, con los magistrados con el rostro descubierto, confirmó la sentencia.

Unos 70.000 peruanos, según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), perdieron la vida a manos de la organización terrorista más sanguinaria que se recuerde. Varios miles siguen desaparecidos. El terror por el terror, con la excusa de una ideología comunista inspirada en el pensamiento de Mao, puso en jaque de los años 80 a los 90 a Perú. Las columnas de los senderistas se acercaron peligrosamente a Lima, la hoz y el martillo iluminó las colinas y la esperanza de vivir en paz se tornaba un objetivo imposible.

Fujimori hizo lo que otros no pudieron o no supieron lograr: atrapar al camarada Gonzalo. Como todas las organizaciones terroristas bien estructuradas, una cabeza se repone con otra pero Sendero, sin Guzmán, dejó de ser lo que fue aunque todavía persistan vestigios y en el actual Gobierno de Pedro Castillo, su primer ministro, Guido Bellido y el de Trabajo, Iber Maraví,  fueran uno de los suyos.

“El chino”, como se presentó en varias campañas electorales, pudo haber pasado a la historia como algo parecido a un héroe y a un estadista que, en la época de las privatizaciones, impulso el crecimiento y desarrollo de Perú. Su final fue otro. Viejo y enfermo está entre rejas. El terrorismo de Estado que ejerció durante sus mandatos, de la mano de Vladimiro Montesinos, lo asemejó a la fiera que enjauló. La pregunta es eterna, ¿quién tiene más delito, el delincuente reconvertido en terrorista o el presidente que, con las fuerzas de seguridad bajo su mando, elige sembrar el terror desde el Estado?