viernes, 26 de abril de 2019
«Culpa y vergüenza, equilibrio y balanza entre Perú y Brasil», por Alfredo BEHRENS

Por Alfredo BEHRENS, para SudAméricaHoy [1]

Cuatro ex-presidentes peruanos fueron acusados de aceptar sobornos de la empresa brasileña Odebrecht. De ellos, Ollanta Humala está preso, Alejandro Toledo se refugió en los Estados Unidos, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) sufrió un infarto mientras cumplía un mandato de detención preliminar, y Alan García, después de un fracasado intento de asilo en una embajada, se suicidó cuando la policía lo fue a buscar a su casa. En resumen, tres de los cuatro ex-presidentes voluntaria o involuntariamente se vieron envueltos en huidas.

En Brasil también hay cuatro ex-presidentes o casi presidentes, bajo sospecha de corrupción por Odebrecht. Uno de ellos está preso, otro entra y sale de la prisión, otra fue defenestrada de la presidencia pero no perdió sus derechos políticos, y otro deambula en el Senado cual zombi. La respuesta entre los políticos brasileños parecería estar más próxima al pueril, “yo no fui” que de un sentimiento de culpa o de vergüenza, pero el hecho es que ninguno de los cuatro políticos brasileños señalados por la justicia optó por alguna forma de escape.

Quien siente culpa, reconoce su responsabilidad como resultado de una falla en su comportamiento, pero no de su personalidad. La culpa que siente puede llevarlo a querer cooperar y ofrecer reparación por cuenta propia. Por otro lado, el sentimiento de vergüenza implica una desvalorización social de la persona, y para evitar el desprecio puede querer huir de la situación o agredir a sus acusadores. Podría también decirse que si los involucrados en corrupción conocieran las caras de quienes son perjudicados, se sentirían menos inclinados a transgredir, y si transgredieran, los que sienten culpa serían más propensos a reparar el daño. En cambio, el avergonzado se sentiría más inclinado a huir o a insultar.

Visto que ni los políticos peruanos ni los brasileños ofrecen más reparación que la necesaria para mitigar sus penas judiciales, pareciera que no sienten culpa. Pero la mayor disposición a huir entre los peruanos, sugeriría que éstos se sienten más avergonzados.

Si fuera así, ¿A qué se debería la mayor propensión a la verguenza entre los peruanos? Sería debido a un código moral más estricto? ¿A una mayor proximidad de los perjudicados, o a ambas?

Si la verguenza es una respuesta al papel de la reputación, vale la pena llevar en cuenta las diferencias entre peruanos y brasileños en su percepción en cuanto a la honra.

El honor puede heredarse, pero la honra puede perderse, y vivir deshonrado no sería una vida digna de ser vivida entre hispanohablantes. De ahí frases como las de  Hernán Cortés: “Más vale morir con honra que deshonrado vivir” o la de Casto Méndez Núñez, almirante español, después de haber perdido varios barcos en la batalla naval frente a El Callao:  “Vale más honra sin barcos que barcos sin honra”. El sentido superlativo de la honra entre hispanohablantes también se refleja en la literatura española del Siglo de Oro, sea en Lope de Vega o en Calderón de la Barca, cuya obra “La vida es un sueño” era citada con frecuencia por Alan García.

Ya entre brasileños, la moral parecería tener un matiz utilitario, a la Betham: se busca el placer y se huye del dolor. Sin dolor no habría razón para la fuga, aunque hubiera vergüenza. Si la probabilidad de terminar preso por infringir la ley fuese menor en Brasil que en Perú, los brasileños tendrían menos razones para huir, y a juzgar por la libertad de la que aún gozan tantos políticos brasileños corruptos, estos tendrían poca familiaridad con el concepto de deshonra, y el consentimiento tácito de sus congéneres podrían ayudarles a convivir con ella. De ahí que el escrache sea una expresión de repudio popular entre hispanohablantes, y raramente practicada en Brasil.

Pero habría algo más, el tamaño de la sociedad. Porque si para tener vergüenza es necesario ver la cara de las víctimas, pueda que un corrupto sufra más las consecuencias de su mala reputación en Lima que en Brasília. Quizás por eso, los corruptos de Lima se dan a la fuga mientras que en Brasília continúan a sus anchas. Da mucha pena. Que en paz descanse Alan García.


[1] Alfredo Es profesor de Liderazgo Intercultural, IME, Universidad de Salamanca; FIA Business School, São Paulo, y lecciona sobre temas relacionados para Harvard Business Publishing, Boston.