miércoles, 27 de diciembre de 2017
«Fujimori y PPK, cuestión de sangre», por Carmen DE CARLOS

Por Carmen DE CARLOS, para SudAméricaHoy

Perú despidió el año entre la ira y la política. El indulto de Pedro Pablo Kuczynsky a Alberto Fujimori, se interpreta como moneda de cambio con Kenyi Fujimori por evitar la incapacitación de PPK  a manos de las fuerzas de Alan García y de su hermana, Keiko, la hija que hace tiempo dejó de hablar en el nombre del padre.

El ex presidente, condenado a 25 años por delitos atroces como los asesinatos de los profesores de la Universidad de la Cantuta, o los de Barrios Altos y el secuestro del periodista Gustavo Gorriti, se mostró en un par de vídeos como un pobre anciano arrepentido. 

«El chino», como él mismo se presentaba en su última  campaña electoral, pidió perdón con el sonido del monitor cardíaco de telón de fondo (tic,tac…). La imagen, medio moribunda, del paciente nipo/peruano que diseñó de un trazo la jaula de barrotes donde se encerró y se exhibió al mundo a Abimael Gúzman, el lider de Sendero Luminoso, no logró conmover a su país. El recuerdo de sus abusos y crímenes está demasiado presente.

Fujimori, con Vladimiro Montesinos de socio, encarna la etapa más oscura de un Estado que ejerció el terror entre civiles y guerrilleros desalmados. Su autogolpe del 92, como buena parte de los golpes del pasado en épocas extremas (las columnas de Sendero Luminoso se acercaban a Lima) fue recibido con un grado de aceptación que ahora sorprende. La modernización del país y la apertura económica durante su Gobierno (1990-2000) le llevaron a creer que Perú comía en su mano y su mano era la mano del emperador.

La red de corrupción,  espionaje, los grupos paramilitares, las esterilizaciones a  mujeres humildes del altiplano y el crimen organizado desde la más alta esfera del poder, parecían no tener fin pero lo tuvo. Los fraudes electorales, las investigaciones de valientes periodistas peruanos, las torturas a detenidos y militares o policías (recordar a Leonor Larosa) o los tribunales con jueces enmascarados  le terminaron poniendo entre las cuerdas de su renuncia. Nada de esto se olvida. Tampoco su participación (según él era cosa de Montesinos) con el narcotráfico y la venta de armas hasta a las Farc.

Todo sumó para que protagonizara aquella huida indigna a Japón, el país que le vio nacer y que, por ese detalle, nunca hubiera podido acceder a la Presidencia ni derrotar a Mario Vargas llosa en su única experiencia electoral. Fujimori dimitió desde Tokio por fax pero el Congreso lo estaba incapacitando como pretendió, sin éxito, hacer con PPK, un hombre sin sangre en las manos pero con la cartera engordada bajo la sombra alargada de Odrebech.

El tiempo dirá si Fujimori está en esa fase casi terminal de su vida para justificar su indulto o, como Augusto Pinochet, en cuanto ponga un pie en libertad, se levantará de la silla de ruedas y agitará el bastón como saludo de la vitoria.

Keiko y Kenji Fujimori