sábado, 1 de febrero de 2014
La Haya y el ego periodístico

Hugo-CoyaPor Hugo COYA, para SudAméricaHoy (SAH)

Hubo una época en la que al periodismo se le exigía que las noticias que proporcionaba fueran exactas, precisas, impolutas, libres de todo atisbo de subjetividad. Eran los años dorados donde se diferenciaba claramente la información de la opinión; el hecho concreto de la especulación; la realidad del rumor. Pero hoy, eso parece pertenecer apenas a los libros de historia o de los nostálgicos.

En la lucha encarnizada por la lectoría, el rating o, peor aún, por impulsar sus propias preferencias políticas, muchos periodistas propugnan un genero híbrido que no permite al público distinguir, claramente, cuándo se está narrando exactamente lo ocurrido y cuándo la opinión ha moldeado la noticia a la medida de aquello que les gustaría que fuera.

Una gran prueba de esto es el reciente anuncio del fallo de la Corte Internacional de La Haya en torno a la delimitación marítima entre Chile y Perú, el cual ha hecho resurgir los tradicionales enfrentamientos entre los llamados «halcones»  -aquellos que buscan el enfrentamiento a cualquier costo-  y las «palomas», quienes consideran que se debe conseguir la paz a cualquier precio.

Nada nuevo bajo el cielo o, mejor dicho, sobre el mar para hablar más apropiadamente, en esta zona del Océano Pacífico.

En lugar de estar a la altura de las circunstancias, un importante sector de la prensa renunció a mantener la distancia necesaria para informar al público adecuadamente, permitiendo la divulgación de imprecisiones históricas, políticas o legales que generaron numerosas confusiones a ambos lados de la frontera.

En lugar de adoptar el rol fiscalizador e independiente que siempre deberían tener, varios periodistas decidieron convertirse apenas en cajas de resonancia de los políticos que aprovechan cualquier resquicio, cualquier espacio, para sacar provecho con miras a elevar su caudal electoral.

Tampoco se subrayó, por ejemplo, que detrás de muchos «halcones» se esconden intereses comerciales de los mercaderes de armas y que cualquier posibilidad de paz podría arruinar sus grandes negocios.

Como si esto fuera poco, varios periodistas se transformaron de la noche a la mañana en «especialistas», a pesar de tratarse de un tema tan extremamente complejo que los dos países demoraron décadas en resolverlo hasta llegar al máximo órgano judicial internacional.

No pocos periodistas abandonaron la duda razonable que debería inspirar la profesión al momento de informar para convertirse en profesionales «sabelotodo», revelando aquellos egos «insuflados» por su frecuente exposición en los medios de comunicación.

Siempre es necesario recordar que los periodistas no somos, generalmente, la noticia sino los intermediarios entre ella y el público, debiendo mostrarle sus bondades o contradicciones para que saque sus propias conclusiones.

Un buen periodista no es aquel, por tanto, que está obligado a ser una enciclopedia andante y solo aquel que hace las preguntas adecuadas a los protagonistas y reporta esto, a fin de que el lector, el radioyente o televidente esté debidamente informado y reflexione.

No es, por ello, casualidad que exista una marcada tendencia en años recientes entre el incremento de la arrogancia periodística y el declive de la confianza hacia los medios de comunicación por parte del público, el cual constata que al pretendérsele manipular se le menosprecia. Y no hay nada peor que insultar a alguien con la portada de un diario, una locución sesgada o un reportaje televisivo que le recalca que no se le respeta como ser humano.