martes, 18 de febrero de 2014
Los awajun y su guiso de pollo
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Comunidad Awajun

Ignacio-Medina_ESTIMA20110531_0016_10Por Ignacio MEDINA, @igmedna

La mesa está puesta en la casa comunal de Tenashmun, la comunidad awajun que nos recibe en el cauce medio del Marañón, cerca de Chiriaco. Unas hojas de plátano cubren la mesa y sobre ellas se sirve el almuerzo. Han matado uno de los pollos que recorren el poblado y lo han guisado a la manera awajun: sin condimentos ni especias. Apenas agua, sal, un buen trozo de yuca y otro que parece ser palmito, aunque me explican que es el extremo del corazón del aguaje.

Una agradable sorpresa, por la textura y el sabor. El guiso está rico. Sobre todo ese pollo, que debió ser grande como un señorito, de carnes oscuras, sabrosas y llenas de gelatina. Es un plato sencillo y gustoso que comemos con la mano conforme vamos sorbiendo el caldo. Mientras lo hacemos, se va llenando la mesa: trozos de yuca hervida, algunos cuencos con chonta [tipo de palmito], aguajes, plátanos y una fruta con aire de maracuyá y un dulzor más sutil y envolvente que el de la granadilla. Enfrascado en las novedades, olvido anotar el nombre. Volveré para preguntarlo. Han cortado un palmito y encontraron dos suris que sirven asados. Todo se aprovecha en un mundo castigado por la pobreza. También los dos huevos que han puesto ese día las gallinas, previamente cocidos. Uno me toca a mí. La yema no ha cuajado por completo y el resultado es una explosión de sabor que te obliga a concéntrate en cada bocado. Hacía mucho tiempo que no comía un huevo así y se me eriza el pelo de los brazos (en la cabeza no queda materia prima suficiente). A menudo, el lujo vive escondido en un guiño a la memoria.

awajun

Mujeres awajun

Nuestra visita fue aceptada hace un par de horas por unos cincuenta miembros de la comunidad, reunidos en esta misma sala. Explicamos quienes somos, qué hacemos, contamos nuestros propósitos, nos dicen qué esperan de nosotros y sellamos el encuentro con una olla de masato. En la comida sirven aguajina, otro jugo fermentado que pega con más fuerza. El awajun es un pueblo orgulloso y sereno. Creo que le sobran motivos para estarlo y para serlo. También son celosos de su privacidad y se protegen de los extraños, pero cuando te acogen son hospitalarios y cercanos.

En la comunidad nativa de Pacay, junto al río Chiriaco, improvisan otro almuerzo en unos minutos: es parco pero expresivo. Unos trozos de yuca hervida, un pequeño cuenco de chonta, unos cuantos plátanos y algunas coconas que se alternan con montañitas de sal. Se completa con unas pequeñas carachamas -ese pescado prehistórico, protegido con una coraza de escamas– envueltas en hojas de plátano para protegerlas del fuego. Una es más grande y su huevera resulta un bocado espléndido. Tengo la sensación de que nos han servido su comida.

Aguaje, la fruta de las mujeres

Aguaje, la fruta de las mujeres

Los awajun viven un complicado tránsito hacia la modernidad. El que fuera pueblo cazador y pescador ha perdido el control de los recursos naturales. No hay nada que cazar a menos de tres días de marcha de Tenashmun. Hoy vuelven la vista a la agricultura y concentran sus esfuerzos en un árbol al que nunca prestaron atención: el cacaotero. El aislamiento de los awajun, como el de otras comunidades nativas –ashaninkas, lamistas o notmachiguengas-, ha operado el milagro de la conservación del cacao nativo. Abrimos unas docenas de cacaos, probamos las almendras y encontramos la sorpresa de la calidad y una inesperada uniformidad en los frutos. Aquí tienen un gran tesoro. Será la herramienta que impulsará el desarrollo y el crecimiento del pueblo awajun. Seguro. Ahora necesitan escapar de la voracidad de los acopiadores, que les pagan la sexta parte del precio real de mercado. (Somos. El Comercio)