jueves, 28 de abril de 2016
Manual elemental del chorro (ladrón)

28-10-07 Hotel Intercontinental

Adolfo Athos AguiarPor Adolfo ATHOS AGUIAR

Lord Acton (John Emerich Edward Dalberg-Acton) fue un académico y erudito inglés, católico liberal, empeñado toda su vida en escribir una monumental historia de la libertad que nunca vio la luz. Injustamente, se lo recuerda por una sola frase incidental en una carta a su amigo Creighton  «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». Sus estudiosos se han preocupado por aclarar que en Acton el poder refiere a cualquier tipo de bien cuya persecución expone a la corrupción del ser. Según Paloma de la Nuez, quien presentó una recopilación actualizada de sus escritos “Si existe algo de divino en lo humano, eso es para Lord Acton el anhelo de libertad; un deseo de libertad contagioso que explica el devenir de la historia de la humanidad. A ese mismo anhelo responde su propio afán por reconciliar sus hondas creencias religiosas con el liberalismo, a pesar de que la consecuencia de tal empeño fuera la soledad y el aislamiento.”

El objeto de estudio de Acton era la libertad como suprema realización humana, para la que el poder era tanto un instrumento como una amenaza. Existe hoy un Acton Institute -con una filial recientemente creada en la Argentina- que lo impregna de un tufillo conservador, impropio del genuino liberal que era, un tipo de católico que ya no existe, más parecido al intelectual evolutivo que reconocemos unos años después en Chesterton.

Una manga de infradotados filmándose para la posteridad arrastrando fardos de dinero y tapando la pestilencia de los dólares con habanos y whisky, hace inevitable pensar en Lord Acton. Tanto como la quelónida* Justicia Federal nos recuerda su cita de Lutero “Desde tiempos remotos, bajo el Papado, los príncipes y los señores, y todos los jueces, se mostraron muy timoratos respecto al derramamiento de sangre y al castigo de los ladrones, asesinos, bandidos y cualquier otro agente del mal. Porque no sabían cómo distinguir al individuo particular que no desempeña ningún cargo del que sí lo hace y está encargado del deber de castigar”.

Aunque el más reciente prócer de nuestro inefable panteón dijera que “Para hacer política en serio se necesita «platita», el referido episodio de las bolsas revela que la avaricia patológica de Kirchner era superior a su vocación política, derivando en un demente que roba todo lo que puede y entierra lo que roba, cavando «un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable de satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción»; un enfermo que usaba el poder para perseguir esa satisfacción imposible.

Atrapado en la vorágine de su personalidad Kirchner fue más primitivamente astuto que sus sucesores. Si existiera un Manual Elemental del Chorro*, tendría entre sus primeras reglas no robar algo que no se pueda colocar clandestinamente. Kirchner sólo quería tenerla cerca, olerla, palparla, quizás zambullirse en plata, aunque se pudriera o hubiera que quemarla. A medida que la acumulación de poder e impunidad le permitía acaparar “dinero físico”, exponencialmente lo fue atornillando en una adicción incontenible.

Aunque los últimos diez años -quizás por lejos- hayan sido los más grotescos, fueron el resultado de un proceso continuo de corrupción e impunidad argentina, que nada alienta a pensar que finalice con estos ineptos valijeros**. Quizás quepa la esperanza de un acto de libertad como el que recuerda Acton del abbé de Beauvais, quien predicara ante el propio Rey de Francia en 1774. “Habló de los problemas de los pobres, de la corrupción de los ricos, del amor que el pueblo había mostrado al rey cuando treinta años antes había estado en peligro, y le dijo que ese amor se había enfriado; que el pueblo, oprimido por los impuestos, no podía hacer otra cosa que sufrir la adversidad. Todo esto impresionó mucho a Luis XV; se dirigió indulgentemente al predicador y le recordó su compromiso de predicar en la Corte en la Cuaresma de 1776. Pocas semanas después (el rey) había muerto y Beauvais tuvo que hablar en su funeral.”

Y la historia siguió impertérrita su curso. Como siempre.

*Quelónida, de los quelonios como tortugas o galápagos identificados por la lentitud de movimiento.

*Chorro, equivalente a «chorizo» en España y a ladrón en ambos países.

** En Argentina se conoce como valijeros a los que trasnportan bolsas o maletines con dinero mal habido.


Y llegaron las excavadoras